México y Venezuela: crisis de ayer y hoy
La primera crisis diplomática entre México y Venezuela ocurrió en 1920. México había dejado atrás la década violenta de la revolución y emprendía una etapa de reconstrucción sobre bases distintas al liberalismo económico y social del siglo XIX. Una reforma agraria en beneficio de millones de campesinos, el ascenso de un sindicalismo poderoso, una magna cruzada educativa, y el florecimiento de una cultura nacionalista que vindicaba las tradiciones populares, el arte y la historia de México, serían los rasgos principales de aquella Revolución que había precedido por siete años a la soviética. Como ésta, la mexicana tuvo un carácter expansivo, pero a diferencia de los bolcheviques los mexicanos no exportaban la ideología marxista-leninista ni buscaban la revolución mundial: con toda inocencia, exportaban libertad.
Venezuela fue el teatro de operaciones. Desde 1908 padecía el régimen tiránico de Juan Vicente Gómez. En el marco de las fiestas del 12 de octubre de 1920, el rector de la Universidad de México, José Vasconcelos (líder de aquel renacimiento cultural) pronunció unas palabras incendiarias: “Juan Vicente Gómez es un cerdo humano que deshonra nuestra raza y deshonra a la humanidad”. La protesta venezolana no se hizo esperar. El gobierno de Gómez exigió excusas. En México, la prensa apoyó de manera unánime “el noble gesto de Vasconcelos”. El gobierno se deslindó del rector, pero no lo cesó. El optimismo del nuevo régimen tenía un sustento poderoso: el crecimiento sin precedentes de la producción petrolera. En 1923, Gómez ordenó la intercepción de un barco proveniente de México. El presidente Obregón reprobó el “acto infame” y el 15 de octubre rompió relaciones con Venezuela.
Durante los10 años siguientes las relaciones permanecieron rotas y alcanzaron momentos de verdadera tensión debido al apoyo material y aun militar que el régimen de Plutarco Elías Calles prestó a los opositores a Gómez. Uno de ellos, Rafael Simón Urbina, fraguó y emprendió una invasión desde México. El embajador de Venezuela en Washington telegrafió a su gobierno: “… desde Veracruz, salió vapor ‘Superior’ con ciento cincuenta soldados mexicanos, rifles, Thomson, tres ametralladoras… y un millón de cartuchos, juzgo complicidad del Gobierno mexicano”. Los encuentros tuvieron lugar en el estado Falcón, cuyo gobernador informó: “zamuros (zopilotes)… se desayunarán mañana con carne de Méjico”. Días más tarde, el gobierno de Gómez (llamado el “Rehabilitador”) doblegó a Urbina y se dio el lujo de indultar a los insurgentes mexicanos paseándolos en un automóvil por caracas “para que vean que no soy como me pintan mis enemigos”. México cejó en su intento, y las relaciones se restablecieron el 23 de julio de 1933. Un día antes los partidarios de Gómez lo habían postulado para el Premio Nobel de la Paz (Fuente: Seminario sobre Juan Vicente Gómez y la Revolución Mexicana, dirigido por Mireya Sosa de León, Universidad Central de Venezuela, 2000.).
La segunda crisis diplomática ha estallado en estos días. Ahora es Venezuela la que vive su Revolución Bolivariana, no sólo distinta sino rabiosamente opuesta al liberalismo económico (gracias al cual goza de un gigantesco auge petrolero, que el nuevo “rehabilitador” utiliza como su patrimonio privado y reparte con absoluta munificencia y discrecionalidad). Ahora los vejámenes se pronuncian en las calles y las tribunas oficiales de Venezuela : “México es un lacayo del imperio” (tan “lacayo”, que defendió a Chávez del golpe de Estado y se negó a apoyar la Guerra de Iraq). Ahora es Venezuela la que exporta su Revolución Bolivariana (extraña distorsión tropical del republicanismo clásico que fue la doctrina del libertador). Parece una cruel reversión de la historia, pero entre las dos Revoluciones hay diferencias esenciales que arrojan luz sobre el conflicto presente.
La Revolución Mexicana, que comenzó con un ideal democrático, desembocó en un monopolio pero no en un régimen tiránico como el de Gómez, ni un régimen populista como el de Chávez. El poder se concentraba en la institución del Presidente, no en la persona del líder, lo cual garantizaba al menos una limitación temporal de su ejercicio, limitación que Gómez no tuvo ni Chávez tendrá, en el futuro cercano. Pero lo decisivo es el contraste actual entre ambos regímenes: el gobierno de Fox es errático, desordenado y lenguaraz, pero es democrático y respeta las libertades cívicas y políticas. Más cercano a Perón, Chávez intentó un golpe de Estado y. al fracasar, discurrió una forma menos espectacular pero más efectiva de apropiarse perennemente del poder: usar a la democracia para liquidar a la democracia.
El primer choque ocurrió entre una Revolución nacionalista y un régimen dictatorial. El segundo ocurre entre una Revolución declaradamente socialista y un régimen republicano. La primera quiso exportar libertad; la segunda (subsidiaria ideológica y subsidiadora material de la cubana y, por ello, embrionariamente totalitaria) exporta a escala continental, con recursos petroleros y agentes oficiales y oficiosos, el socialismo “bolivariano”. Pero hay una novedad preocupante en el caso de México: Chávez no necesita orquestar invasiones porque aquí cuenta con cuadros disciplinarios, intelectuales, periodistas y militantes –abiertos enemigos de la sociedad abierta- que ya no repudian a los déspotas sino que los adoran. Y mientras la prensa liberal venezolana se deslinda del demagogo y recuerda la amistad histórica entre los pueblos de México y Venezuela, la prensa mexicana de izquierda eleva loas al nuevo “rehabilitador a quien gustosamente postularía para el Premio Nobel de la Paz.
Reforma