En el país de la inmovilidad
Con el voto del 6 julio de 2000 los ciudadanos no concedieron un triunfo sino un empate. El mensaje pareció ser: ¿Quieren que creamos en la democracia? Bueno, pues practíquenla de verdad, es decir, aprendan el difícil arte de dialogar y negociar. La frase que el Presidente pronunció en su toma de posesión "El Ejecutivo propone, el Congreso dispone", era el epígrafe perfecto para ese mandato, pero por desgracia la tercera parte sexenio se ha ido como una exhalación, con un agregado lamentable: "el Congreso dispone... que no".
Cualquier observador enterado del funcionamiento de una democracia normal sabe que los gobiernos divididos pueden desembocar, por momentos, en una situación de inmovilidad en torno a temas concretos, pero entiende que el Ejecutivo, en efecto, propone y el Congreso dispone... aceptar o modificar cada propuesta. Sabe también que los votos no son uniformes: algunos demócratas votan contra un presidente de su partido y otros republicanos apoyan la iniciativa del presidente demócrata. Y sabe, por último, que los diputados responden a las lealtades no siempre compatibles de sus representados y su partido: en la duda a veces se abstienen, pero en general consultan con honestidad y responsabilidad la voz de su conciencia, no la de su ambición personal o su inamovible doctrina.
La situación que ha prevalecido hasta ahora en México es la del candado. Los supuestos de la oposición son obvios: se trata de sacar al PAN de los Pinos en 2006. El PRI quiere convertir su derrota en un paréntesis, un incómodo pie de página en la historia de su hegemonía. El PRD busca su turno en el poder. Para lograr ambos propósitos han bloqueado hasta ahora la posibilidad de que Fox saque adelante varias reformas que necesita con urgencia el país. Es posible que en el 2003 la táctica funcione y el ciudadano refrende su voto dividido. Como aún le concede un buen margen de crédito al Presidente, mantiene a los representantes de su partido; pero como también resiente los escasos resultados de la administración, vuelve a optar por un Congreso de oposición. Candado hasta 2006.
¿Se abre el candado? De ninguna manera. Imaginemos el escenario. Decepcionado con el desempeño de Fox, el ciudadano niega su voto al candidato presidencial del PAN, monta al país en la ola neopopulista de América Latina y le da la presidencia al candidato (o candidata) del PRD. Pero el mismo ciudadano (que no era arisco pero se hizo) duda de que el "cambio al cambio" funcione, y entonces concede la mayoría del Congreso al PAN y al PRI. El Ejecutivo del PRD propone medidas radicales de toda índole, pero el Congreso dispone el "no pasarán". Las elecciones legislativas de 2009 repiten el ciclo. El PAN sueña con sacar al PRD de los Pinos y el PRI quiere regresar a la casona que ocupó desde 1934. ¿Se abre el candado en 2012? De ninguna manera. El PRI vuelve a los Pinos con fanfarrias, pero el Congreso de oposición bloquea sus iniciativas. Moraleja: Juan ciudadano en el país de la inmovilidad.
Se trata de un escenario improbable pero no imposible. Ante los agudos y exasperantes problemas del país, los ciudadanos tienen ahora mismo buenas razones para preguntar a sus representantes "¿Es esto lo que han hecho ustedes con el mandato democrático que les dimos?". Mucho antes del 2012 (aún en las próximas elecciones), el ciudadano puede reaccionar ejerciendo el voto de castigo de no votar. Y, de no corregirse el rumbo, puede decepcionarse del proceso político todo y de la propia democracia, que costó tanto trabajo conquistar. Según una encuesta ampliamente difundida (The Economist, Agosto 17, 2002) estamos aún lejos de ese desánimo catastrófico. El 63 por ciento de los encuestados por una empresa latinoamericana altamente profesional en estos temas, prefieren la democracia sobre cualquier otro sistema y sólo el 20 por ciento piensan que "bajo ciertas condiciones, un sistema autoritario es preferible a uno democrático". Si estas proporciones comienzan a modificarse negativamente en los próximos meses o años, será debido a la irresponsabilidad de la clase política y, muy en particular, la de los partidos de oposición en el Congreso.
La democracia en México no es un juego de suma cero. Si los legisladores del PRI terminan por apoyar la necesaria apertura del sector eléctrico, no por fuerza perderían votantes en el 2003 o 2006. Por el contrario, es probable que los ganen al trasmitir en los hechos una imagen de solidez y responsabilidad, la idea de que contribuyen al avance y no a la inmovilidad, la muestra de que la política consiste en discutir de buena fe, persuadir y ser persuadido, teniendo en cuenta el bien de la sociedad. Por lo demás, al menos en México, el votante elige personas, no doctrinas. El nacionalismo puramente demagógico del que tanto ha abusado el PRI (no se diga el radicalismo trasnochado del PRD), no ganó la simpatía de los votantes en 2000, y menos aún de los votantes jóvenes, vacunados para siempre contra el "rollo". Lo que todos quieren son resultados prácticos. Votarán por quien les ofrezca un gobierno decoroso, el más elemental imperio de la ley y un modesto crecimiento económico.
En términos comparativos con América Latina y en el marco de un mundo incierto que puede desembocar en la guerra, México no se encuentra en una posición demasiado desventajosa. Pero el país ha perdido casi dos años empantanado en una guerra de trincheras ideológicas y partidarias mientras el ciudadano vive al día, en espera de que la democracia en la que -por el momento- sigue creyendo, entregue sus primeros frutos, agrios o dulces, pero frutos. Una cosa es segura: no esperará eternamente.
Reforma