Recuentos y lecciones de 1996
Una de las ventajas de la división del calendario en ciclos anuales es la posibilidad de hacer recuentos de lo sucedido en el año que cerramos cada 31 de diciembre. La marcha del mundo en 1996 arroja más de una lección para México.
Este fue un año de elecciones en varios países. Entre ellas, dos votaciones se presentaron al electorado y al resto del mundo con alternativas políticas contrapuestas y graves riesgos: la elección presidencial en Rusia y la primera votación directa para elegir primer ministro en Israel.
En Rusia, el principal opositor de Boris Yeltsin, quien buscaba la reelección, el candidato comunista Zyuganov, prometió a los rusos nada menos que una vuelta al pasado comunista. Su programa era una mezcla explosiva de populismo económico y nacionalismo a ultranza, reflejo de la coalición de partidos chovinistas y de derecha que apoyaban al comunista. El triunfo de Zyuganov hubiera retrasado el reloj de la historia para un país que perdió ya el siglo en ese experimento utópico llamado socialismo soviético.El triunfo de Boris Yeltsin no es ni será la panacea a los muchos males que afligen a Rusia, pero asegura la posibilidad de seguir fortaleciendo un sistema democrático y una economía moderna en el país.
En Israel, por el contrario, una pequeñísima mayoría de votantes atemorizados por la ola de atentados de la organización palestina terrorista Hamas optó por el cambio y eligió a Benjamín Netanyahu, del partido derechista Likud, como nuevo primer ministro. Con una eficacia admirable, Netanyahu destrozó en unos meses lo logrado por sus antecesores laboristas y colocó al proceso de paz iniciado en Oslo años antes y a la paz misma, al borde del abismo.
En las elecciones estadounidenses y japonesas triunfaron, como lo indicaban las encuestas, los dos líderes que buscaban la reelección: el Presidente Bill Clinton y el Primer Ministro Ryutaro Hashimoto. Ambos habían recorrido en campaña a sus respectivos países enarbolando programas electorales huecos. Hashimoto, aferrado al programa de la Oposición, prometió desregular la economía y terminar con los vicios políticos y económicos que han sumido al país en la peor crisis de posguerra. Clinton fue reelecto en base a un programa aún más vago. Las últimas elecciones nacionales con resonancia mundial de 1996, fueron inesperadamente las votaciones en 15 municipios de Serbia a fines de noviembre. La anulación de los resultados que habían dado el triunfo a cinco partidos de oposición unidos, desató una oleada de manifestaciones diarias que han sacudido por 45 días el corazón de Belgrado. Las manifestaciones de la unión opositora Zajedno, que podrían mandar al basurero de la historia al último tiranuelo comunista del Este, el Presidente serbio Slobodan Milosevic, convirtió a los serbios de los parias del escenario internacional en los nuevos abanderados de la democracia.
Estos acontecimientos aislados que formaron parte del rompecabezas de la historia de los últimos doce meses, comparten una lección que los mexicanos debemos recoger para este año que empieza y que será de una relevancia política capital: la importancia de elaborar un proyecto político a largo plazo.En efecto, Clinton, Yeltsin, Hashimoto, Netanyahu y Zoran Djindjic, el carismático líder de Zajedno en Serbia, han ocupado el escenario político sin un programa detallado y realista sobre el futuro de su país.
Norteamérica sigue perdida en la posguerra fría, sin poder definir con exactitud los perfiles de una nueva política exterior. La derecha israelí vive atrapada por una visión ilusoria y anacrónica de Israel: un país sin palestinos dentro de las fronteras bíblicas. Boris Yeltsin, Hashimoto y Djindjic, han cambiado de ideología política una y otra vez, no de acuerdo con los intereses y necesidades de sus pueblos, sino como un reflejo de los movimientos de sus opositores. Atados psicológicamente a sus contrincantes, han elaborado estrategias políticas que buscan, como sus contrapartes mexicanos en el gobierno y en la Oposición, la toma o conservación del poder, no como el primer paso para gobernar, sino como el objetivo último.
Rusia ha mostrado ya el alto costo de esta miopía política. Los numerosos grupos opositores del sistema comunista olvidaron que el derrocamiento del régimen era tan sólo el primer estadío para construir un país "normal", y llegaron al poder en 1992 sin un programa detallado para emprender la larga transición de Rusia a la modernidad. La falta de un proyecto ha privado a Yeltsin de una estrategia coherente y eficaz para promover la reforma económica y la democracia, y lo ha condenado a un destino paralelo al de su antecesor y contrincante Mijail Gorbachev: pasar a la historia como el enterrador de un régimen, no como el arquitecto de un orden nuevo. Este es el mismo riesgo que corre Djindjic en Serbia y los partidos de Oposición en el México actual. La diferencia entre una Oposición y un proyecto claro de país y fuerzas políticas miopes, es el abismo que separa a la revolución de Terciopelo checa y la revolución que vive Serbia. Y bien podría ser la diferencia entre el éxito checo y un futuro fracaso de la Oposición en Serbia o en México.
La alternativa en el poder es indispensable, pero es sólo un primer paso. Una Oposición sin programa difícilmente podrá mandar a retiro, sin un alto costo, a reliquias políticas como el sistema que encabeza Milosevic en Serbia o el PRI en México. Milosevic y los priístas pasarán muy pronto a la historia. En México, el sistema empezó a devorarse a sí mismo en 1968. Para imaginar cómo podría terminar basta leer la magnífica novela de Guillermo Sheridan, El Dedo de Oro. Pero si la erosión del sistema es inevitable, podemos escapar al vacío de poder y la inestabilidad que acompañarán su deceso creando una alternativa política eficaz y visionaria.
El Norte