Reforma y mestizaje
¿Qué otro país en América tuvo un presidente indio a mediados del siglo XIX? Sólo México. Gracias a Juárez o, mejor dicho, a través de Juárez, los mestizos tomaron las riendas del poder político y cultural en México para no abandonarlo más.
México es un país antiguo, pero su antigüedad tiene una característica peculiar: está viva. En el Egipto de hoy no hay más huella de los faraones que las pirámides y las esfinges. En el México actual, en cambio, los pasados no están embalsamados. Ya sea latentes, soterrados o pendientes, rigen de mil maneras la vida cotidiana. El dato más obvio es la presencia física de cincuenta naciones indígenas, con sus respectivas lenguas y costumbres, esparcidas por casi todo el territorio. La cultura que habitan los mexicanos denota profusamente la presencia indígena: la cocina, la toponimia, las fiestas, los floridos y multicolores mercados, las artes populares, cierta desdeñosa actitud hacia la muerte, algunas palabras, tonos y giros del lenguaje y, sobre todo, la fervorosa religiosidad. En teoría, el Presidente de México es el mandatario de una República, Representativa, Democrática y Federal. En la práctica, desde hace casi dos siglos, el Presidente vive rodeado de un aura de sacralidad que recuerda a los antiguos emperadores o "Tlatoanis" aztecas. Según Miguel León Portilla, hasta el "tapadismo" mexicano es de origen indígena: como se lee en su excelente libro Toltecáyotl, el Tlatoani tenía la voz cantante en la elección de su sucesor que antes de ser ungido era ocultado y finalmente "pepenado".
También Nueva España sigue viva entre nosotros. El molde mexicano es indígena pero el contenido es español. De la Colonia proviene la lengua, la religión, las expresiones artísticas, los usos sociales y muchos hábitos intelectuales y políticos. No todo en esa herencia es admirable. La intolerancia no sólo a discutir sino a escuchar siquiera los argumentos del otro, es un legado directo de la enseñanza escolástica que hasta muy entrado el siglo XIX predominaba en las aulas. El paternalismo con que tradicionalmente se ejerce el poder en México proviene también de los virreyes a quienes los indios veían como padres. Una de las facetas más notables del sistema político mexicano -su corporativismo- es un eco del siglo XVII. A diferencia de la tradición anglosajona en la que la política adopta la forma de una plaza pública donde los individuos -o sus representantes- ventilan de manera más o menos civilizada sus desacuerdos, en la tradición española (de raíz neotomista) la política es una arquitectura, un edificio hecho para durar: en sus compartimientos o niveles habitan todos los cuerpos de la sociedad y a la cabeza se encuentra el rey.
Ambos pasados, el azteca y el español, se fundieron a través de los siglos en un proceso de mestizaje biológico y cultural, seguramente el más pleno y exitoso de la América Hispana. Gracias a esa fusión México es un país vacunado contra los conflictos étnicos. El mestizaje le dio a la cultura del país un carácter marcadamente inclusivo cuyas benévolas repercusiones han llegado hasta nuestros días. A través de todo el siglo XX, pero particularmente en el periodo entre las dos guerras mundiales, México ha sido un puerto de abrigo para los perseguidos de otras tierras, al margen de su raza, religión, ideología o color. Si se piensa en las tensiones étnicas subterráneas que existen en un país similar al nuestro como es el Perú (y las muy abiertas que desgarran ahora mismo a la Europa del Este o caracterizan todavía al sur de Estados Unidos), resalta aún más la peculiaridad mexicana.
¿Qué otro país en América tuvo un presidente indio a mediados del siglo XIX? Sólo México. Gracias a Juárez o, mejor dicho, a través de Juárez, los mestizos tomaron las riendas del poder político y cultural en México para no abandonarlo más. El sentimiento atávico de orfandad que Octavio Paz ha señalado -el padre ausente, la madre violada- se resolvió en un primer momento de afirmación histórica durante la Reforma. Por eso Molina Enríquez, que criticó la legislación económica de los liberales, escribió en su libro laudatorio sobre Juárez y la Reforma: "Para nosotros los mestizos Juárez es casi un Dios".
Después de tres siglos de dominio absoluto de los españoles peninsulares, una minoría criolla (des)gobernó a México entre 1821 y 1858. Con Juárez y la Reforma, la balanza llegó hasta el otro extremo: el férreo misticismo del poder de un indígena. A partir de entonces, de Porfirio Díaz hasta nuestros días, México ha sido un país de síntesis, de inclusividad, de homogeneidad mestiza. La revelación plena de mestizaje es otro de los muchos servicios que los mexicanos debemos a esa época que Luis González ha llamado, con toda razón, "el tiempo-eje" de nuestra historia: la Reforma.
Reforma