Sociología rápida
Para el club de los T.
México es un país premoderno, moderno, antimoderno y postmoderno... con tendencia predominante hacia la modernización. El cambio para bien es tangible en la vida política (con penosas inercias) pero hay otras zonas de la vida nacional en que la permanencia es positiva y el cambio (por fortuna) lento. En suma, una buena ecuación: estamos cambiando sin tirar por la borda nuestro legado tradicional.
Piénsese en un domingo en una plaza cualquiera de cualquier ciudad o pueblo. Uno ve poca gente sola, haciendo ejercicio, escuchando su walkman o mirando el horizonte, como en las ciudades sajonas. Uno ve familias itinerantes. Hasta en las guerras de Independencia y la Revolución ocurría así. La migración a los Estados Unidos lo demuestra: en cuanto pueden mandan traer a sus familias. Usualmente no pierden el amor al terruño, el idioma, la religión y, menos aún, el gusto por la comida local. A los ojos de un liberal a ultranza, este "espíritu de tribu" puede parecer un valladar contra la modernización. A mi juicio se trata de un mecanismo de protección, un "nosotros" legítimo que cobija al "yo" de la soledad y el desamparo.
El protestantismo ha hecho avances impresionantes en los últimos años a expensas de la religión católica, sobre todo en estados pobres o deprimidos como Chiapas en el que alcanza al 30% de la población. ¿Señal de preocupación? No, señal de pluralidad religiosa. El mexicano, sobre todo si es joven, acude menos a misa de lo que solían sus padres y abuelos. Pero la antigua piedad sigue firme, implantada por la vía matrilineal. ¡Hasta los ladrones tienen su santo patrono! El individualista movería de nueva cuenta la cabeza, pero es claro que la religiosidad popular sigue dando sentido a vidas que de otra suerte desembocarían en la desesperación.
Entre los jóvenes mexicanos del ámbito urbano, casi al margen de la clase social, el español se ha vuelto, sobre todo a oídos de un purista, un idioma procaz, desgarrado y brutal. Hay quien cree que se ha empobrecido, pero algunos académicos de la lengua piensan distinto. El español urbano, el español de la frontera y más allá de la frontera, toma del inglés lo que necesita (sobre todo en el ámbito de las comunicaciones y la técnica) y crea nuevas formas de nombrar a la realidad. Es un laboratorio fascinante de expresión. La comida es otra zona de permanencia creativa, como una moneda fuerte que desplaza a la débil y la debilidad en este caso es McDonald's o Kentucky Fried Chicken. La Coca-Cola no tiene fronteras, pero fuera de ella reina un sano patriotismo exportador: el consumo de tequila ha crecido a expensas del ron.
Frente al sexo los mexicanos han sido recatados en la expresión (música romántica, de corazones destrozados por la mujer ingrata) e irresponsables en las consecuencias (persisten las madres solteras y los padres ausentes). Aunque los "table dance" florecen hasta en las ciudades pequeñas, el mexicano es poco dado a la pornografía (ese consuelo del puritano individualista). En este ámbito, como en muchos otros, hay en México un apego atávico a la ley natural y una desconfianza o desdén hacia las leyes hechas por los hombres: si la naturaleza no tiene semáforos, ¿por qué obedecerlos? Lo mismo ocurre con las drogas. Tal vez porque su costo es altísimo, el mexicano propende menos al consumo que los habitantes de Detroit o Zurich, pero aun si fuesen legalizadas la red familiar tendría un efecto disuasivo. Con todo, el índice de consumo crece.
Los ocios han cambiado. Los toros y las peleas de gallos han caído en desuso, sobre todo en ámbitos urbanos. Salvo en las costas del golfo de México y el Pacífico, el futbol está más fuerte que nunca. Convoca el entusiasmo de la gente sin derivar en excesos de chovinismo. Pero la verdadera religión laica es la música. Hace dos décadas, el cuadrante de la radio tenía apenas unas cuantas estaciones en inglés. Hoy la proporción es quizá 50%. La pasión por los conciertos mueve multitudes juveniles (con artistas latinos o norteamericanos) lo mismo que la moda urbana de los "antros": sin parques públicos ni plazas para caminar o matar el tiempo (y con la inseguridad acechando en cada esquina, o microbús o el metro) los jóvenes de clase media se congregan por las noches y allí conversan, beben, bailan y "ligan".
El mexicano medio lee poco y cuando lee se interesa en novelas ilustradas. La televisión (presente en 99% de los hogares, antes que el refrigerador) ha cambiado de manera notable: los noticieros tienen una libertad política irrestricta y noche a noche exhiben reportajes escalofriantes sobre la realidad social (delincuencia, drogas, prostitución infantil, pobreza, cárceles). Las telenovelas, que antes eran una variación previsible de "la Cenicienta", siguen teñidas de color de rosa, pero se ensayan tratamientos más crudos, más acordes con una nueva sensibilidad realista.
México es un país de jóvenes, aunque dejará de serlo en un futuro cercano. ¿Qué piensan, qué creen, qué esperan esos jóvenes? No hace mucho mis amigos de la Facultad de Ingeniería de la UNAM me invitaron a dar una conferencia. Habían pasado treinta años desde que salí de allí. Los jóvenes de los sesenta ahora tenemos hijos de la edad de los 400 chavos reunidos en ese auditorio. Constituían una buena muestra representativa.
¿Qué vi? Ni depresión ni desconsuelo. Un sustrato de alegría vital, de "relajo" mexicano. Pero también vi preocupación, desorientación, conciencia de la fragilidad del mercado de trabajo, miedo a la inseguridad y a la violencia. Casi todos perciben una falta de horizonte económico en el país (más allá de la fortaleza del peso y las sanas finanzas públicas, que nada les dicen): 40% de mexicanos en la extrema pobreza; un paisaje urbano ya permanente de limosneros, vendedores ambulantes, madres indígenas pidiendo ayuda, niños de la calle haciendo piruetas circenses; un campo donde la gente tiene dos alternativas: emigrar o comer roedores.
Pero no había cinismo frente a los progresos políticos: la democracia es una palabra buena en el vocabulario juvenil, y Fox goza todavía de la legitimidad que el voto juvenil, sobre todo, le dio. En el futuro cercano (digamos hasta el año 2222) no votarán por el PRI, pero los otros partidos -si no se "ponen las pilas"- pueden correr la misma suerte. Noté de inmediato una saludable baja en la ideologización, notoria desde la huelga. Hasta el subcomandante Marcos en la Selva lacandona (a sus ya respetables 45 añitos) admite que los tiempos de la radicalidad han pasado. Entre los jóvenes, escépticos de todos los "ismos", el enemigo ahora no es ideológico, ni siquiera el muy repudiado neoliberalismo. El enemigo es el vacío.
Enemigo temible, sin duda, pero los países con historia están quizá mejor equipados para llenarlo de sentido. Pre-post-anti y, sobre todo, promoderno, México ensaya realmente la experiencia inédita de un pluralismo que encuentra canales civilizados (no balazos) para que la diversidad escuche y se exprese. Tenemos en suma un panorama dinámico: progresos políticos (sin claro liderazgo presidencial o partidario), inequidades sociales (combatibles, si se hicieran las cosas bien), estancamiento económico (superable, si hubiese un acuerdo nacional), sólidas permanencias culturales (que son nuestra fortaleza), todo junto, un tanto confuso si se quiere, pero todo en un marco de vitalidad general. Aunque la tarea es gigantesca, las generaciones actuales comienzan a entender que de ellas depende construir la vida que desean. México no parece ya un país de observadores pasivos, un país secuestrado por su clase política. Es un país en marcha.
Reforma