Conocí a Andrés Manuel López Obrador, el famoso y controvertido jefe de gobierno del Distrito Federal, una mañana (casi una madrugada) de agosto de 2003.
En algún lugar de su obra, Cosío Villegas apunta que un intelectual en México debe ser valiente para criticar a los presidentes pero mucho más para ponderar sus facetas positivas.
Toda biografía, es obvio, encierra un haz de lecciones, pero hay biografías que son, en sí mismas, una moraleja nacional. Es el caso de Antonio Ortiz Mena.
Su vida no pasará a la historia. En el recuerdo colectivo sólo ha quedado su muerte: la terrible foto, el video de aquella marea que lo arrastra hacia la cita puntual con la pistola, le ejecución fría y certera del disparo en su sien.