Entrevisté a Luis Echeverría Álvarez en 1999. Me recibió en una sala de muebles mexicanos en su casa de San Jerónimo. Recuerdo los murales de Diego Rivera en las paredes. Eran, quizá, los bocetos del famoso mural del Centro Rockefeller de Nueva York.
1984, el año en que Orwell situó su profecía, fue significativo para Octavio Paz. Cumplía setenta años y se hallaba en la cúspide de su “pasión crítica”. Ejercía esa pasión sin respiro y sin cuartel.
Yehuda Amijái, el mayor poeta israelí de nuestros tiempo, del que la Editorial Vuelta acaba de publicar un volumen de poemas escogidos, vive en un hermoso barrio de las afueras de la ciudad vieja de Jerusalem.
Charles Hale es uno de los principales historiadores de las ideas mexicanas. Ha escrito varios excelentes ensayos sobre el tema y un libro memorable: El liberalismo mexicano en la época de Mora.
A fines de 1984, después de entrevistar a Leszek Kolakowski en su pequeño despacho de All Souls College, escuché a Sir isaiah Berlin referir sobre él una anécdota significativa.
El Premio Príncipe de Asturias para la investigación científica fue otorgado este año a un ingeniero mecánico, Emilio Rosenblueth, quien asimismo recibe este mes el doctorado honoris causa de la Universidad Autónoma de México.
Joseph Maier, profesor emérito de la Universidad de Rutgers, es uno de los últimos sobrevivientes del Institut fur Sozialforschung cuyos representantes principales -Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Theodor Adorno- ejercieron una influencia profunda en la izquierda occidental a partir de los años sesenta.