Frente al inadmisible uso político de la fe cristiana vale la pena recordar, al menos hoy, su mensaje central. No es una prédica de división. Mucho menos de resentimiento, venganza u odio.
Navidad de 1908. En el pequeño segundo piso –casi un tapanco– de su casa en San Pedro de las Colonias, Coahuila, un hombre hojea el primer ejemplar del libro que ha escrito febrilmente durante algo más de tres meses.
"¿Quieres entender la experiencia histórica de las dos Américas? Lee Benito Cereno de Melville.” Al conjuro de estas palabras de mi amigo y maestro Richard M. Morse, he vuelto a leer aquella novela publicada en 1855.
Tres disciplinas literarias se disputan, como celosas hermanas, el arte de narrar la vida: la historia, la novela y la biografía. No son las únicas ni las más remotas.
En una página lúcida y cruel sobre Antonio Caso, Jorge Cuesta describió la impresión que había recibido al asistir por primera vez a una clase del maestro.
Polonia no es una nación más en mi geografía personal: es el país de mis antepasados y los antepasados de mis antepasados. Mis bisabuelos, abuelos y padres, todos sin excepción, nacieron y vivieron allí.