Tenía una bonhomía natural y una cierta elegancia de conde polaco. Detestaba el racismo. Al final de su vida averiguó la dirección de quienes lo lastimaron y los visitó para perdonarlos sin decir palabra.
Nadie llevó tan lejos como Garrido Canabal la extraña idea de que destruir es sinónimo de construir. Quizá por eso no pasó a la historia del modo en que hubiera querido.
Han pasado 62 años y acaba de ocurrir el milagro: ahora los cubanos pueden vender sus vacas o sacrificarlas, siempre y cuando cedan al Estado la mitad de su carne. Triste historia.
Fue rector de la UNAM, secretario de Salud, creador de instituciones fundamentales para la salud. A Guillermo Soberón le fue concedido gozar felizmente de su vida y de su profesión.