En el colegio donde transcurrió mi infancia y primera juventud, Sefarad era “La Edad Dorada” de la milenaria historia judía. Ahí comencé a leer los poemas de Yehudah Halevi, la filosofía de Maimónides, la teología de Hasdai Crescas.
No me encontraba en México aquella mañana terrible de 1985. Estaba en un congreso en Washington. No sé cómo pude comunicarme con mi esposa y comprobar que los hijos y la familia estaban a salvo.
Se dice que los noventa son los nuevos setenta. Aunque he leído alguna información al respecto, tengo la suerte de confirmarlo en mi entorno: la vejez ya no es lo que era.
Este febrero se cumplen cincuenta años del ingreso de mi generación a la Facultad de Ingeniería. Recuerdo la primera semana, la elección de grupos (había nueve) y el temido ataque de los verdugos que acosaban a los "Perros".
Además de su horrenda estela de muerte y las divisiones cada vez más profundas y amargas que ha provocado, la guerra en Gaza ha despertado al dormido monstruo del antisemitismo europeo.
Sorprende y entristece el avance del discurso de odio. Su radical intolerancia frente al otro, frente a lo otro, es característica de los fanatismos de la identidad, ya sea religiosa, racial, nacional, ideológica.