10 de mayo
Llevas muy dignamente el confinamiento, madre, a tus casi 95 años. Quizá es la voz de tus ancestros, la memoria de sus confinamientos en los guetos hacinados de Europa o los pequeños pueblos de Polonia. O es el recuerdo de tu abuela Perla, confinada con lo que quedaba de su familia en su propia ciudad de Bialystok y después en Treblinka, de donde no salió más. Frente a esos confinamientos, el tuyo, el nuestro, es casi la libertad.
O quizá comprendes que la vejez misma es un paulatino confinamiento hacia ti misma, hacia tu origen, hacia tus recuerdos y tus afectos primeros, los más profundos. Y entonces descubres que no estás sola, que todas esas ausencias son presencias que te acompañan. Pero además estamos nosotros, los presentes ausentes, que procreaste. Te cobija un árbol de tres generaciones que plantaste. Por eso te escucho tan serena en el teléfono.
Lo que más aprecio cuando hablamos es tu preocupación por México. ¿Quién defiende a México?, me dijiste cándidamente, hace poco. Era como si me dijeras, ¿quién defiende al país que nos dio cobijo, nuestra casa común, el hogar de todos? Eso sí te aflige, eso sí te desespera, y tienes razón.
Me hubiera gustado llevarte flores. Será el año que entra.