ARCHIVO SALVADOR NAVA/CARLOS MARTÍNEZ ASSAD

La dignidad del doctor Nava

Cuando de la memoria de muchos secretarios, subsecretarios, gobernadores, senadores, diputados, magistrados y hasta presidentes sólo quede un nombre en los membretes oficiales seguido de la fecha de sus nacimientos y muertes, el recuerdo del doctor Salvador Nava seguirá vivo. La razón es muy sencilla: el ideal por el que luchó durante más de treinta años está en el horizonte del país hacia el final del siglo, es el único valor realmente inédito, vergonzosamente inédito de nuestra historia desde que México es México: la democracia.

Nava encamó los valores de la democracia de un modo sencillo y claro, sin retorcimientos teóricos, sin abstracciones: la participación de los ciudadanos en las decisiones; la disposición para escuchar y acatar la voz de los ciudadanos; el contacto permanente, fácil, de los líderes con los ciudadanos; el respeto escrupuloso de las leyes y de la libertad de expresión: y, desde luego, la limpieza en los procesos electorales. Bien visto, el programa de Nava no fue otro que el programa maderista: defensa de todas las libertades, participación ciudadana, sufragio efectivo, apego a la ley. A la vindicación de estos valores propiamente democráticos, Nava aunó la de otro precepto constitucional casi inédito de nuestra historia: el federalismo. San Luis Potosí no tenía porque mendigar favores, presupuestos, concesiones al centro, pero mucho menos tenía por qué seguir tolerando la complicidad del centro hacia los nuevos caciques o la franca imposición política del partido central. Antes que su riqueza, su progreso, San Luis Potosí tenía que defender su dignidad.

¿Por qué la palabra "ciudadanos" y no la palabra "pueblo"? Tal como tradicionalmente la han usado los partidos de izquierda y el PRI, la palabra "pueblo" ha llegado a adquirir una connotación antidemocrática. Es una palabra noble pero prostituida. Si un candidato priísta acarrea a un mitin a miles de campesinos y les arenga desde una tarima, siente o finge sentir que le habla al "pueblo". Ese "pueblo" es una abstracción. Lo que no es una abstracción es la suma de voluntades de los ciudadanos individuales. Para Salvador Nava esta distinción era natural: nunca hablaba de "pueblo" sino de "la gente". "Me preocupa la gente --me dijo cuando lo conocí, a raíz de las elecciones del año pasado en San Luis no se les puede prometer limpieza electoral, justicia electoral, y salirles con tanta trampa, tanta porquería". La "gente" es un vocablo sacado de la experiencia diaria, la "gente" tiene rostro, tiene nombre y apellido, la "gente" es la señora que vino ayer a una consulta, la del plantón frente al palacio nacional, el campesino que nos abordó en la sierra. La "gente" no es un agregado, no es un término romántico sacado de una lectura de Michelet o de Lenin. La "gente" son las personas únicas, irrepetibles.

La primera vez que tuve el honor de recibirlo en Vuelta, habló de un solo tema: la dignidad de la persona. Quería que elaborásemos un documento que sirviera de sustento para el Frente Cívico Nacional que quería fundar. Había que apelar a la dignidad de cada mexicano, provocar un haz de reacciones individuales e iniciativas cívicas ante el gobierno paternal y autoritario que aún toma las decisiones por nosotros. Le ilusionaba la idea de repetir la experiencia maderista: que espontáneamente y al margen de los partidos surgiesen clubes democráticos en cada estado, en cada municipio. Por eso propuso que nos basáramos en el Plan de San Luis de Madero. Yo le recordé que el aquel Plan convocaba a una revolución y Nava me contestó: "lo mismo haremos nosotros: convocar a una revolución de las conciencias". Para reflejar con fidelidad su proyecto, quise indagar más a fondo cuáles eran sus valores y encontré, como es natural, una antigua alma cristiana. Para él, los derechos políticos, los derechos cívicos, eran claramente una parte de los derechos más amplios de la persona. La pobreza, la desigualdad eran problemas lacerantes que le preocupaban, pero ningún problema le parecía mayor o más grave que el abuso de las autoridades centrales, estatales, municipales, caciquiles contra el santuario de la dignidad humana. "Le temo menos a la represión que a la corrupción", decía en el momento álgido de la batalla electoral. Por experiencia propia sabia que la represión puede fortalecer la dignidad; la corrupción, en cambio, la pone en venta, la desvirtúa, la quiebra.

Una foto del libro sobre el navismo que publicó su fiel amigo Tomás Calvillo recoge el hecho más sombrío de su vida: regresaba a su casa después de haber sido torturado. Algo debió morir dentro de él tras esa experiencia, algo que imprimió en su rostro una tristeza que no lo abandonaría más. Pero algo también se volvió invencible: ese antiguo descubrimiento que hicieron los estoicos sobre la debilidad del cuerpo y la fortaleza del alma. Las mentiras, los fraudes, las trampas, las insinuaciones, las amenazas y las torturas de que fue objeto no doblaron el tronco de sus convicciones más intimas ni vulneraron su respeto a sí mismo. Por el contrario: lo fortalecieron. De aquella cloaca donde lo condujo nuestro sistema político -el mismo, con retoques, que hasta ahora nos gobierna- salió iluminado.

El Norte

Sigue leyendo:

Línea de tiempo

Conoce la obra e ideas de Enrique Krauze en su tiempo.