Reseña: Spinoza en el Parque México. El homenaje a Spinoza de Krauze
ENRIQUE KRAUZE, Spinoza en el Parque México, México, Tusquets, 2022, 776 pp. ISBN 9786070763434
Ignacio Vidal-Folch
Este jueves fui a la Casa de América para escuchar a Fernando Savater. Y para conocer al mexicano Enrique Krauze, figura imponente de intelectual, que presentaba allí su autobiografía titulada Spinoza en la plaza México (Tusquets) en conversación con Savater y en compañía de José María Lasalle, que ha colaborado con Krauze en la redacción del libro con sus preguntas, consejos y estímulos.
El historiador Enrique Krauze (1947) fue el brazo derecho de Octavio Paz y, como él, figura imponente y muy influyente, a través de la revista Vuelta (desde mediados los años setenta del siglo pasado hasta finales de los noventa), en la vida cultural mexicana e iberoamericana, siempre propugnando el liberalismo y la democracia y combatiendo las tendencias totalitarias y los extremismos. Desde la atalaya de Vuelta, en un Continente desgarrado, miraban mucho, contó Krauze, hacia España, admiraban nuestra transición incruenta de la dictadura a la democracia, y de forma especial admiraban las figuras de Adolfo Suárez y de Felipe González.
En cuanto se les presentó la ocasión invitaron a colaborar con ellos a tres intelectuales españoles, entre ellos a Fernando Savater. De ahí vino para éste una conexión muy directa con México, adonde ha vuelto repetidamente. Yo recuerdo que siendo adolescente leí en Triunfo un texto en el que citaba de pasada un verso de un soneto de Paz que dice: “El espejo que soy me deshabita”, y este verso siempre me ha impresionado e intrigado, y lo recuerdo al pasar ante los espejos, especialmente de los ascensores.
Si el lector de estas líneas lo escribe en el buscador le aparecerá rápidamente el entero soneto magistral --“Prófugo de mi ser, que me despuebla…”-- en el que se perciben ecos de dos autores que le gustaban mucho a Paz, a saber Cioran y Pessoa, el Pessoa alias Álvaro de Campos que en Lisbon revisited tras unos años de viaje regresa a su ciudad y es:
“extranjero aquí igual que en todas partes, / casual en la vida como en el alma, / fantasma errante por salas de recuerdos, / al ruido de ratas y tablones que crujen / en el castillo maldito de tener que vivir…”
Pero basta de digresiones, no nos vayamos por las ramas, volvamos ya mismo, en esta misma frase, al salón pomposo con columnas, espejos y flotantes ninfas bañadas en similor, al salón de la Casa de América.
Krauze desciende de judíos polacos. De niño estaba muy afectuosamente ligado a su abuelo, de profesión carpintero, que era muy aficionado a la lectura y tenía una gran biblioteca… en yidish, idioma judeo-alemán con injertos de otras lenguas eslavas e itálicas que hablaban los judíos askenazis. Ahora bien, esta lengua fue combatida y casi extinguida por dos totalitarismos: la Alemania nazi, mediante el exterminio de sus hablantes, y el comunismo de Stalin que, determinado a extirparla, se ocupó de hacer fusilar “a los trece mejores poetas en esa lengua”.
El caso es que el abuelo dejó a su muerte una rica biblioteca en yidish que nadie en México podía ya leer, para que al nieto le impresionara una compleja y confusa sensación de vestigio de un mundo desaparecido, de un conocimiento cifrado en runas ininteligibles…
Ahora bien, durante sus frecuentes paseos por el parque México del Distrito Federal, este abuelo carpintero e ilustrado solía hablarle al niño Enrique de Baruch Spinoza, autor de una Ética y de un Tratado teológico-político, pensador independiente y orgulloso del siglo XVII y emblema de exiliados como él; ya que el filósofo, descendiente de judíos españoles que escaparon de la intolerancia religiosa a Amsterdam, que era la ciudad más libre de Europa y un laboratorio de ideas, fue repudiado por su misma comunidad judía: quizá podían tolerar o por lo menos ignorar su pensamiento político tolerante y liberal, pero no su decodificación de la Torá y el Antiguo Testamento, su negación de la separación del cuerpo y el alma y de la eternidad de ésta, su identificación de Dios con el Universo, que ni premia ni castiga y al que es inútil rezar, en una indagación basada en una razón sensible, con sentimiento. Sus ideas sembraron la ilustración europea que llegaría cien años después.
La existencia de Spinoza
Savater se interesó por Spinoza a través de sus estudios sobre Schopenhauer y Nietzsche y leyó muy atentamente su Ética a finales de los años sesenta… en su celda de Carabanchel, donde fue internado por sus actividades antifranquistas y donde se sintió muy confortado por su coraje intelectual:
--Sin coraje ninguna virtud sirve para nada –sentenció Savater--. Y Spinoza, protocancelado, judío de los judíos, lo tenía. Curiosamente, era enérgico en la exposición de sus ideas, pero también dulce, amable, como se ve en su correspondencia. Saber que un hombre así estuvo en este mundo es algo que alegra.
La autobiografía vital e intelectual de Krauze lleva en el mismo título su nombre y lo toma como referente tutelar para un pensamiento de la tolerancia y la democracia y para las aventuras literarias y combates políticos librados desde Vuelta. El historiador mexicano habla de ello también en la entrevista publicada en el último número de la revista Letras Libres --creada por Krauze tras la muerte de Paz y dirigida en España por Daniel Gascón--, un número monográfico y una competente introducción al filósofo que no sólo porque muchas décadas después que su familia abandonase España tuviera en su biblioteca de Amsterdam tantos libros españoles –el teatro de Lope, la poesía de Quevedo y Góngora, El criticón de Gracián, etcétera—, sentimos tan cercano, tan simpático e inspirador.
Publicado en Letra Global en el 8 de octubre de 2022.