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Los ancestros de Memín

Cuando un estadounidense lanza a un mexicano el cargo de racista, la refutación cabe en una pregunta: ¿Han tenido ustedes, en sus 229 años de historia independiente, algún presidente 'Americano Nativo' o 'Afroamericano'? Claro que no. México, en cambio, no sólo puede ostentar los casos paradigmáticos de Benito Juárez (zapoteca que aprendió el castellano a los doce años) y Porfirio Díaz (cuya madre era mixteca) sino de otros personajes centrales. El caudillo insurgente José María Morelos tenía raíces negras lo mismo que su lugarteniente, el general Vicente Guerrero, que llegó a la presidencia apenas ocho años después de consumada la Independencia. El general Juan Álvarez, a su vez lugarteniente de Guerrero, descendía también de negros: encabezó la revolución que derrocó definitivamente al gobierno del criollo Antonio López de Santa Anna y se convirtió en presidente en 1855. Los tres ocupan lugares prominentes en el panteón nacional, opacados apenas por un criollo amante de los indios: el Padre Hidalgo, uno de cuyos primeros actos en la Guerra de Independencia (el 6 de diciembre de 1810) fue decretar la abolición de la esclavitud que para entonces era ya casi inexistente.

Es verdad que en la historia colonial e independiente de México no faltaron episodios sangrientos de discordia racial, pero la regla general de la cultura política -y la cultura toda- siempre fue inclusiva e incluyente: la profunda mezcla étnica y cultural entre españoles, criollos, indios y negros que llamamos mestizaje. Tan marcado fue el proceso, que en México el uso de los calificativos étnicos es infrecuente y casi siempre inocuo. Nadie dice, por ejemplo, "Ahí va un mestizo", por la sencilla razón de que casi todos son mestizos. La estadounidense, en cambio, es una sociedad históricamente exclusiva y excluyente, cargada de racismo. Por eso se han vuelto tan sensibles a las denominaciones raciales. El mestizaje es un ejercicio social de convivencia y convergencia que los estadounidenses (para el horror de los puros y puritanos como Samuel Huntington) comienzan apenas a ensayar. Su vida política ha terminado por volverse más abierta, pero todavía estamos esperando el arribo a la Casa Blanca de un presidente (o presidenta) de color. En suma, México, no Estados Unidos, ha sido el verdadero "Melting Pot".

Si los reverendos Jesse Jackson o Al Sharpton conocieran los rudimentos de la historia de los negros en México, se morirían de envidia retrospectiva. Los negros, es cierto, fueron importados para reemplazar a los indios en el duro trabajo de las tierras cálidas, en las que los españoles introdujeron cultivos como la caña de azúcar. La catástrofe demográfica de la población indígena, provocada por epidemias hasta entonces desconocidas en América, contribuyó también a esa inmigración forzada. (Irónicamente, fue un negro que vino con la expedición de Pánfilo de Narváez quien introdujo la viruela a México, causa de la pavorosa mortandad indígena.) Se calcula que cerca de un cuarto de millón de negros ingresó a México durante los tres siglos de dominio español. Pero lo notable es que luego de un episodio de violencia a principios del siglo XVII (la rebelión del legendario Gaspar Yanga, en Veracruz) y algunas reverberaciones posteriores, la población negra en Nueva España vivió en condiciones de mayor libertad que la indígena. Sujetos por la Corona Española a un régimen de tutela, los indios podían ampararse contra algunos abusos, pero en la práctica vivían condenados a una perpetua minoría de edad y al triple yugo de alcaldes, hacendados y curas. Los negros, en cambio, podían comprar su propia libertad, procrear hijos libres al unirse con otras razas, y circular por la sociedad novohispana con alguna facilidad y no pocas ventajas. Aunque padecían severas limitaciones de acceso a ciertos gremios, oficios y trabajos, prosperaron en varios otros (por ejemplo, en el del control físico de los indios).

Las mujeres negras, en particular, eran muy apreciadas en el servicio doméstico tanto civil como eclesiástico, y sumamente atractivas en una sociedad que -a semejanza de la Andalucía medieval de cristianos, moros y judíos, y a diferencia de las trece colonias puritanas- propendió a la libertad sexual. Según testimonio de un viajero irlandés, el fraile Thomas Gage (1625), aquellas mujeres llamaban la atención por su uso desenfadado de "joyas, brazaletes y collares de perlas": "El atuendo de este bajo género de personas es tan ligero, y su porte tan provocador, que hasta los españoles de prestigio (demasiado proclives a la indulgencia sexual) las prefieren a sus esposas." En Mount Vernon, en el siglo XVIII, George Washington ocultaba a su amante negra. En Carolina del Norte, a fines del siglo XX, el racista senador Strom Thurmond mantuvo a la suya como un secreto de Estado. En México los hijos de esas uniones libres entre todas las razas poblaron el país: son los actuales mexicanos.

Quizá ninguna sociedad antigua o contemporánea pueda evitar el calificativo de racista. El México revolucionario lo fue, en grado atroz, contra los chinos; lo sigue siendo ahora, en alguna medida, contra los indígenas (sobre todo en el sureste); y lo fue en tiempos de Nueva España, a veces en sentido discriminatorio y otras con intención protectora. Pero la gran diferencia con las colonias inglesas es que ese racismo no dejó huella en la composición étnica del país. En el fondo de esta distinción hay un componente religioso: para los católicos, la igualdad de los hombres ante los ojos de Dios es una verdad irrebatible, pese a cualquier diferencia material. (Así se entiende que el virrey de Perú no dudara en besar las manos del mulato fray Martín de Porres, cuando se hallaba moribundo.) Gracias a ese sentido de igualdad natural y a su traducción en el mestizaje, la supresión de la esclavitud en México fue relativamente rápida. Morelos ratificó el decreto de Hidalgo en los "Sentimientos de la Nación", en 1813. El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, las constituciones de 1824, 1857 y 1917 reconocieron la igualdad y libertad natural de los mexicanos de cualquier origen. La diferencia histórica con Estados Unidos es obvia, en términos religiosos, jurídicos y culturales. Un solo ejemplo, sencillo y no muy remoto, bastará: mientras allá los negros tuvieron vedado el ingreso a las Grandes Ligas de Beisbol hasta 1947, acá se les recibió como héroes, y aún se recuerdan sus nombres: Sagel Page, Joshua Gibson, etc...

La herencia cultural de la población negra en México es evidente, pero desde hace siglos está integrada a la cultura nacional. La marimba, instrumento característico del más indígena de nuestros estados, Chiapas, es de origen africano. La mención de gente de piel oscura en canciones tradicionales es muy frecuente pero se hace con un sentido cariñoso: "mi negro", "mi negra". Ciertamente, el mexicano común no tiene conciencia de su posible participación en esa "tercera raíz", como hoy suele llamársele, pero eso no significa que la rechace ni que mire a la gente de color como inferior. Por el contrario, México es quizá el único país en el que la población negra ha sido asimilada al resto de sus componentes étnicos. En México hay un "Cristo negro", se sigue escuchando a "Toña la Negra", y aún se tararea "La negrita cucurumbé".

"Memín Pinguín" es parte de esa historia inclusiva. El personaje, un "negrito" simpático y dicharachero que convive con sus amigos, sufre maltratos por ser pobre, no por ser negro. (México es una sociedad agudamente clasista, más que racista.) La historieta fue muy popular por las razones contrarias a las que perciben los reverendos, los diarios de gran circulación y el propio Bush, que la juzgan con lentes estadounidenses. El problema (que acaso no se hubiera suscitado sin la imprudente -y sí, tácitamente racista- expresión de Fox) está ahora en explicar a esos líderes, a los medios y al público, el sentido del personaje. Quizá la compra frenética de la estampilla pueda aclarar las cosas: miles de jóvenes no agotarían en unos días una edición postal si fuese un emblema de racismo. Tal vez el mensaje diplomático a la Casa Blanca podría ser: "Si 'Memín Pinguín' fuera de carne y hueso, ganaría la elección del 2006."

Reforma

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