Blindaje democrático
En memoria de Tere Redo de Sánchez Navarro.
Hace apenas unos meses, las encuestas de Latinobarómetro (la empresa chilena que recoge el pulso de los tiempos en nuestro continente) mostraban el compromiso de una mayoría de los mexicanos con la democracia y una desconfianza proporcional con las alternativas autoritarias. Ahora los términos se han comenzado a invertir: si un régimen autoritario resolviese los grandes problemas nacionales, muchos compatriotas le darían la bienvenida.
Junto a ese peligroso fenómeno de desencanto, los focos rojos (o anaranjados, si se prefiere) aparecen por todos lados. Algunos sindicatos del sector público han refrendado su antigua vocación corporativa amagando el orden democrático con paros, manifestaciones y huelgas. La condición privilegiada de estos trabajadores con respecto a la vasta mayoría de los mexicanos, y la merma riesgosísima que sus regímenes salariales, de prestaciones y pensiones implica para el erario nacional y el bienestar social, no les impide verse (cínica o genuinamente) como la encarnación de esas mismas mayorías. Por ese solo motivo, su conducta es esencialmente antidemocrática: ponen los intereses particulares de sus agremiados por encima de los intereses generales de la nación.
En este sentido cobran gran importancia las palabras de don Lorenzo Servitje en Monterrey. Los llamó "parásitos de nuestra economía", señaló las "prestaciones y privilegios monstruosos" que gozan y puso en tela de juicio la renegociación de los contratos colectivos: "no hay que darles nada, absolutamente nada, al contrario, hay que quitarles". Es difícil imaginar una declaración menos políticamente correcta porque (en la fácil geometría ideológica) parecería que un patrón prominente ha tomado la bandera de la lucha de clases contra los trabajadores. Pero la verdad es otra. Servitje no es un beneficiario del Fobaproa ni hizo su fortuna al amparo de las concesiones oficiales. Es uno de los hombres más respetados de México no sólo por su éxito limpio y ganado a pulso, sino por su fe en la democracia y su obra de responsabilidad social. Su empresa ha dado empleo directo a decenas de miles de mexicanos (e indirecto a centenares de miles) por más de medio siglo. En los momentos álgidos de las últimas crisis económicas, Bimbo tomó la decisión inusitada de no recortar una sola plaza de su personal. ¿Hay algún intelectual doctrinario, de aquellos que claman por la multiplicación de los empleos mientras satanizan a la empresa privada, que haya reconocido, o siquiera registrado, el hecho? No es pues cualquier empresario quien ha elevado su voz: el corporativismo sindical del sector público nos dejó una inmensa factura que las actuales generaciones ya no pueden pagar, entre otras cosas porque los verdaderos afectados con los servicios públicos caros, malos (y eventualmente nulos), son los más pobres.
Ante este problema acuciante, y los muchos otros que retrasan nuestro desarrollo (el abasto de energía eléctrica, la generación de gas), se requieren reformas prontas y tangibles. El mexicano tiene que convencerse de que sus representantes lo son en verdad, y defienden las causas del pueblo, no de los que marchan por las calles diciendo que son el pueblo. Tras la lamentable exhibición que varios legisladores desplegaron el 1 de septiembre en San Lázaro, mucha gente piensa que la democracia no es más que un teatro, un tinglado, una carpa, una inútil farsa, todo menos un sistema eficaz de gobierno. Y no faltan quienes empiecen a suspirar por el hombre providencial y todopoderoso que venga a poner orden. Para evitar un desenlace así, esta legislatura (libre y soberana, a diferencia de casi todas en el siglo XX) tiene la palabra. Si la soslaya, la malgasta o desvirtúa, podría ser -aunque cueste imaginarlo- la última legislatura con esas características; es decir, podría ser la última.
Otro fo contra el desafuero del Jefe de Gobierno, escuché y leí entrevistas con un líder de los taxis piratas (llamados "panteras"). Dijo que su organización consta de unas quince mil personas, habló con particular orgullo de sus uniformes y profirió la ominosa apelación a la violencia: "Estamos dispuestos a todo." Es el mismo grito de Atenco, el mismo del grupo que pintarrajeaba consignas maoístas en el Periférico y secuestró a la UNAM por casi un año. El fenómeno me recordó los sangrientos choques entre "Camisas rojas" y "Camisas doradas" en los años treinta. En otras palabras, fascismo puro. No hay que arredrarse frente a esas amenazas pero hay que tomarlas en serio. Para hacerlo se debe recurrir a los métodos que ellos no respetan: los recursos propios de la democracia. Y justamente porque esos métodos implican, sobre todo, la libre competencia de las opciones políticas, el desafuero sería -a mi juicio- un acto desaconsejable, contradictorio. También en este delicado asunto, el Congreso tiene la palabra.
Desconfianza, desazón, descrédito, desesperanza. Ése es, hoy por hoy, el malestar de nuestra democracia. Viejo corporativismo y fascismo populista. Esos son hoy los principales adversarios de nuestra democracia. Perderíamos acaso ya para siempre el tren de la modernidad si las conquistas políticas de los últimos años se desvanecen. Sin división de poderes, elecciones limpias, transparencia en la gestión pública, libertad irrestricta de expresión y crítica, nuestra joven y frágil democracia se hundiría en un pantano de demagogia. Por eso hay que pensar fórmulas para afianzar y enriquecer a la democracia. La discusión ordenada y focalizada a lo largo del año de 2005 de los grandes problemas nacionales por parte de todos los precandidatos es una de ellas. Sería una experiencia de educación cívica y varios ciudadanos estamos trabajando en ella. El compromiso formal de todos los precandidatos frente a la nación de respetar puntualmente el orden democrático podría ser otra fórmula. Hay que pensar en más. Nuestra democracia necesita acumular tiempo y experiencia para madurar. Debemos blindarla.
Reforma