Todos (o casi todos) queremos vivir en un país donde quien infrinja las leyes -empezando por las leyes que protegen la vida humana- sea aprehendido, juzgado y condenado con un debido proceso y de manera proporcional al delito cometido.
La espantosa masacre de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa ha provocado una indignación social sin precedente desde 1968. Es una reacción justificada y natural.
La masacre de Ayotzinapa quedará inscrita en la historia mexicana de la infamia. Aunque la investigación no es concluyente, la versión que corre es verosímil.
Hay que vertebrar, casi desde el origen, un Estado de derecho que no solo respete y haga respetar las leyes y libertades, sino lo más preciado: la vida misma.
Una pregunta quita el sueño a muchos políticos mexicanos: ¿cómo es posible que el conjunto de reformas más importantes de las últimas décadas provoque tanto entusiasmo en el exterior como rechazo en el interior?
Además de su horrenda estela de muerte y las divisiones cada vez más profundas y amargas que ha provocado, la guerra en Gaza ha despertado al dormido monstruo del antisemitismo europeo.