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La Generación mediática

En la ronda de las generaciones políticas, la de los nacidos entre 1966 y 1980 no tiene nombre. Se habla de la Generación X, como una tácita aceptación de la dificultad de bautizarlos. No se parecen a sus antecesores, que vivieron en carne propia las crisis del viejo "sistema", pero tampoco a sus hermanos menores, los "Millennials", cuya memoria no va más allá del siglo XXI. Los X son una Generación encabalgada entre el fin de un régimen y el principio de otro.

En términos políticos (que son los que atañen a este análisis), esta elite rectora se divide en dos vertientes: los que trabajan en el gobierno federal (empezando por el presidente Peña Nieto y varios ministros relevantes), el congreso, los gobiernos estatales, los partidos, las instituciones públicas autónomas; y aquellos que hacen política por otros medios, en los medios. En ambos casos, su misión debería ser consolidar el orden democrático. No está claro que lo estén haciendo.

Los primeros han fallado en comprender y calibrar el desencanto moral de México. En más de un sentido, han contribuido a él. Nada hubiese sido más importante en estos años que la aparición de un liderazgo ético que antepusiera a cualquier otro fin el combate a la corrupción, la impunidad, la inseguridad y la violencia. Por desgracia, no ha ocurrido, y ese vacío de autoridad ha colocado al país en una zona de incertidumbre sobre la supervivencia misma de la democracia.

En cuanto a la vertiente mediática, basta listar las decenas de conspicuos personajes de la prensa, la radio y la televisión para apreciar su predominio. ¿Qué los caracteriza? En primer lugar, las condiciones materiales. Es quizá la primera generación que ha podido vivir (y vivir bien) de su trabajo en los medios. Con una ventaja adicional: muchos tienen una existencia anfibia, con un pie en la academia. El contexto ayuda: con el arribo de la democracia, México goza de una libertad de expresión inexistente en los tiempos de la "Dictadura perfecta". Esa libertad, sobra decir, no es total: la acotan y reprimen (salvajemente) poderes locales, estatales, criminales (aliados, muchas veces, entre sí) pero ese acotamiento ya no es estructural al orden político.

Octavio Paz comentó alguna vez que su largo exilio de México había salvado su obra. De haberse quedado en 1944, habría sucumbido a tres demonios: "el periodismo, la burocracia y el alcohol". En el siglo XXI, la situación ha cambiado. Salvo en el caso del alcohol (que no distingue generaciones y sigue cobrando vocaciones y vidas), los otros dos demonios no son tales.

Hoy el periodismo se ejerce con una intensidad y apertura inimaginables aún en los años noventa del siglo pasado. En cuanto a la burocracia, hay zonas donde se ejerce un servicio público de carrera honesto y productivo.

Pero en un sentido la frase de Paz sigue siendo válida. La generación mediática es incisiva e informada pero su aportación en obras de pensamiento político o histórico ha sido más bien pobre. Para decirlo en una palabra: son menos intelectuales que comentaristas y, en algunos casos, menos comentaristas que populistas del periodismo. Los acompaña un escepticismo cómodamente prematuro. Diseñado para halagar al auditorio.

Junto a muchas figuras brillantes y respetables, abundan quienes se ajustan al análisis de Gabriel Zaid en De los libros al poder: trepan la pirámide del poder con credenciales de saber. Con un agravante: a la distancia existencial de la academia aúnan la distancia existencial de la televisión. Van de la realidad del cubículo a la tele-realidad. Es una lástima. Lo que hace falta es contacto con la realidad: reportajes a fondo, creación de conocimiento, teorías novedosas, sentido práctico. Y en el tiempo enajenado de los 140 caracteres, hay necesidad de un debate de ideas, no sólo de opiniones.

Las dos vertientes de la Generación confluirán en el 2018. Su dilema es el mismo. No pueden permanecer con los brazos cruzados ante la discordia de la generación que los precede. Están obligados a participar con la mayor energía, valentía e imaginación. No basta ver los toros desde la tele-barrera: hay que lanzarse al ruedo. De no hacerlo, estarán contribuyendo a socavar la democracia que no todos valoran (que algunos inclusive niegan) pero que es la condición material y aun moral de su existencia.

Por todo ello, la salida de esta generación está a la mano: convertirse en gestores activos y protagonistas de los debates políticos rumbo al 2018. El tiempo apremia.

Reforma

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