No me encontraba en México aquella mañana terrible de 1985. Estaba en un congreso en Washington. No sé cómo pude comunicarme con mi esposa y comprobar que los hijos y la familia estaban a salvo.
Se dice que los noventa son los nuevos setenta. Aunque he leído alguna información al respecto, tengo la suerte de confirmarlo en mi entorno: la vejez ya no es lo que era.
La renuncia de Porfirio Díaz (25 de mayo de 1911) contiene estas graves palabras: "Espero... que calmadas las pasiones que acompañan a toda revolución, un estudio más concienzudo y comprobado haga surgir en la conciencia nacional un juicio correcto que me permita morir llevando en el fondo de mi alma una justa correspondencia de la estimación que en toda mi vida he consagrado y consagraré a mis compatriotas".
De pronto, apareció su majestad el voto: el domingo 7 de junio, 39,8 millones de mexicanos acudieron a las urnas. En las casillas, más de un millón de funcionarios contaron los votos y vigilaron el proceso.
En 1940, el general Gonzalo N. Santos, encargado de supervisar la buena marcha de los comicios, roció con su metralleta Thompson varias casillas de electores almazanistas opuestos al candidato oficial Ávila Camacho.
"México debe pasar, de una vez por todas, de la condición histórica de país de un hombre a la de nación de instituciones y leyes", dijo Plutarco Elías Calles en su último informe presidencial (1 de septiembre de 1928).