No era la primera vez que veía a Heberto Castillo en un acto público. Días antes, en el Auditorio de Ingeniería, había pronunciado un discurso incendiario.
Cerca de cumplir los setenta años, encarcelado por el presidente Adolfo López Mateos, David Alfaro Siqueiros recordaba ante un joven periodista la bíblica iracunda de su abuelo maldiciendo a Dios y a la virgen frente al féretro de la dulce doña Eusebita, su mujer.
"¡Qué dicha!", me dijo la voz gentil en el teléfono, dándome la bienvenida a San José de Costa Rica. La inusitada frase borró como por ensalmo los recuerdos de un vuelo interminable la madrugada anterior.
Como ningún otro historiador del siglo XX mexicano, Edmundo O'Gorman era el crisol de varias virtudes: imaginación, inteligencia, conocimiento profundo de las fuentes y pasión.
A mitad del siglo y en el centro del mundo, un poeta mexicano escribe un libro sobre México. Tiene 35 años de edad y un largo itinerario de experiencias poéticas y políticas tras de sí.
Hojear libremente los 20 tomos de su obra, encontrar de pronto un pasaje conocido, fijar la atención en algunos textos, discursos, piezas parlamentarias, leer, en fin, a Francisco Zarco, ha resultado para mí una experiencia triste.
Vivimos tan acosados por las noticias tristes, desalentadoras y hasta repugnantes, que cuando ocurre un acontecimiento feliz es justo celebrarlo con fanfarrias.