"Es Shakespeare puro", me comentó Octavio Paz en el teléfono, minutos después del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Hacía apenas unos días habíamos cenado en casa del candidato del PRI.
“Los historiadores tenemos el alma vieja”. La frase de Luis González me ha parecido siempre exacta. Quien tuvo una niñez habitada por ancianos avanza por la vida como la mujer de Lot.
La palabra calidad, en términos históricos, debería ser sinónimo de la palabra excelencia. Cualquier revisión histórica de la calidad en México equivale a preguntarnos cuándo ha alcanzado nuestro país momentos de excelencia.
Entre las muchas cosas grandes y maravillosas que México Heredó de Nueva España, no está nuestra peculiar concepción del Estado ni las infinitas variantes de nuestro dogmatismo.
Aunque la Iglesia mexicana integra a toda la comunidad de fieles y cualquier generalización sobre ella es siempre aventurada, cabe afirmar que durante el siglo XIX se negó a leer el sentido de los tiempos.
"Las cosas perseveran en su ser'', decía Spinoza. También las maneras de pensar, pensar mal o no pensar. Uno de los métodos intelectuales que por lo visto "persevera en su ser'' es la falsificación de la historia.
La realidad ha desmentido a las ideologías, pero no a las teorías. El marxismo, la ideología social por excelencia, con su gran pretensión científica, con su soberbia histórica y moral, se ha derrumbado frente a nuestros ojos.
El PRI es uno de los últimos dinosaurios políticos del siglo. Nació en 1929 con el doble propósito de dar un elemento de legitimidad legal y ordenar civilizadamente la sucesión presidencial que los caudillos de la Revolución habían resuelto hasta entonces a balazos.