La gran tradición historiográfica francesa tiene en Jean Meyer un representante cuya obra –a estas alturas– no desmerece frente a la de su maestro Pierre Chaunu o a la de François Chevalier, célebres historiadores que dedicaron sus afanes a Hispanoamérica.
Pareciera que cada cien años México tiene una cita con la violencia. La guerra de independencia estalló en 1810, costó al menos doscientos mil muertos (5% de la población total) y desplegó una ferocidad extrema.
Si la concatenación jurídica de los hechos conduce a la anulación e invalidez de las elecciones por parte del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, la celebración de nuevos comicios y el eventual triunfo de López Obrador, México tendría la experiencia de un redentor en el poder.
El PAN nació diez años tarde. El 14 de septiembre de 1939, tras una década de intensa polarización ideológica, casi no había lugar entre fascismo y comunismo.
Enrique Krauze invitó a Javier Sicilia a presentar, en la pasada edición de la FIL de Guadalajara, su libro Redentores. Sicilia leyó una crítica elogiosa del nuevo título de Krauze pero en la que hacía no pocos reparos políticos.
No uno sino dos fantasmas recorren la historia independiente y moderna de América Latina: el culto al caudillo y el mito de la Revolución. Los pensadores liberales del siglo XIX abjuraron de ambos.
Cuando Frank Tannenbaum (1893-1969) publicó México, la lucha por la paz y por el pan (1950) fue satanizado como un gringo que deseaba frenar el progreso de México encabezado por el presidente Miguel Alemán: la industrialización.
Poco antes de atacar la ciudad de Guanajuato, el 21 de septiembre de 1810, el cura Hidalgo envío a su amigo, el intendente José Antonio Riaño, una carta en que la que intentaba persuadirlo de rendir pacíficamente la plaza.