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Un conde checo

Crucé muy pocas palabras con él. Era hombre de pocas palabras. De pocas palabras pero de muchos libros, leídos y escritos. Una de mis primeras reseñas la dediqué a su libro Cinco Haciendas Mexicanas, en el que, con un estilo claro y puntual, el señor Bazant (como le decíamos) recreaba admirablemente la vida rural en San Luis Potosí a lo largo de tres siglos. Emparentado con el género microhistórico que entonces (gracias a la obra y la prédica de Luis González) comenzaba a estar de moda, Bazant abría ventanas a la vida cotidiana de esas haciendas, su cultura y costumbres, sus creencias religiosas y sus jerarquías sociales, pero sobre todo su detallada marcha económica. Gracias a su pluma e ingenio, aquellos áridos libros de contabilidad cobraban vida. Jan Bazant era un practicante sólido –acaso el más sólido– de la historia económica en México (ahí están para probarlo sus libros Estudio sobre la productividad de la industria algodonera mexicana e Historia de la deuda exterior mexicana) pero su tratamiento (riguroso en lo cuantitativo) era sobre todo humanista, como lo fue en los libros históricos de Marx.

De la historia económica pasó a la historia económica de la Iglesia. Bazant probó con cifras y argumentos (no con dogmas) que la desamortización propuesta por los liberales de la Reforma no representaba un atropello irracional contra la Iglesia sino un proyecto coherente con las reformas europeas en la materia (incluso en España) y adecuado a las presiones sociales que comenzaba a vivir el país. En los años setenta, Bazant publicó su Concise history of Mexico (luego traducida al español) que para mí sigue siendo la mejor y más objetiva en el género.

La revista Historia Mexicana, fundada por Daniel Cosío Villegas en 1951, tuvo en Bazant un colaborador estrella de los sesenta a los ochenta. En la mejor tradición historiográfica inglesa, Bazant no rehuyó el modesto pero fundamental género de la reseña. Y escribió sobre los temas más diversos: un ensayo clásico sobre las “Tres Revoluciones Mexicanas” (Independencia, Reforma y Revolución), textos sobre los negocios de la familia Alamán, los de Anastasio Bustamante y el primer Limantour, una microhistoria de San Ángel, sobre el acueducto de Ixtapan de la Sal, un bosquejo de los vascos en México y hasta un ensayo sobre el centenario de James Joyce. Los grandes historiadores contemporáneos suyos, sobre todo los dedicados de alguna forma a la historia económica (Costeloe, Brading, Chevalier), contaron con una reseña suya, cuidadosa y sustancial.

El señor Bazant recorría los pasillos de El Colegio de México con paso rápido. Alto, delgado, erguido siempre e impecablemente vestido de traje claro, chaleco y corbata, tenía una cara cincelada por trazos rectos: la quijada cuadrada, la frente amplísima, la breve línea horizontal de la sonrisa. Era gentil y discreto. Un caballero centroeuropeo. ¿De dónde había salido este Conde checo? Aún recuerdo el estupor que me provocó saber que Bazant había llegado a México como uno de los secretarios de León Trotski. Yo había leído la trilogía de Isaac Deutscher (publicada por Era) con tal emoción que ese fue uno de los motivos por los cuales mi hijo León lleva ese nombre. (El otro gran León en nuestra vida fue León Felipe.) ¡Cómo lamento ahora no haberme acercado al señor Bazant para hablar de sus años con el gran revolucionario ruso en Coyoacán! ¿Qué secretos guardaba? Varios, y quizá dolorosos, como me ha dejado entrever su hija Milada en una carta reciente:

Fue secretario de Trotski, vivió en la casa del “viejo”, comía diario con él con otros cinco secretarios, al parecer “el viejo” cambió muchísimo después del suicidio de su hija en París: dejó de hablar prácticamente de política. Mi papá le traducía artículos en alemán, que hablaba tan bien que alguna vez alguien le dijo que si en su casa hablaban alemán o checo. Trotski le dijo a mi padre que parecía poeta y se sintió halagado. Mi padre tuvo una vida muy interesante de la cual sé poco, increíble pero así es… Cuantas veces le pregunté de esa y otras etapas previas de su vida, preferiría no hablar de ello. Creo que se derrumbaron sus sueños de juventud y preferiría no hablar de las cenizas. ¡Qué huecos enormes dejamos los seres humanos!

Por su traducción (en 1951) del libro Verdad e ideología de Hans Barth, sospecho que el señor Bazant descubrió al lado de Trotski el daño que una visión ideológica (y utópica) del mundo puede infligir a la realidad. Por eso, al revisar su rica bibliografía (en la que no hay texto de compromiso o insustancial) advierto que en su vejez volvió creativamente al origen y escribió un retrato biográfico de tres compatriotas suyos, ligados a la historia de la libertad: Tomás Masaryk, Eduardo Benes y Alejandro Dubcek.

Murió hace unos meses a los 96 años de edad. Me enteré de su muerte de forma circunstancial: por una carta de John H. Elliott, con quien había convivido en Cambridge. Teniéndolo tan cerca, leyendo sus libros, no se me ocurrió irlo a ver. Uno lamenta siempre no ver a los viejos cuando ya es demasiado tarde, cuando uno mismo se aproxima a la vejez. El homenaje natural para el noble y elegante señor Bazant está en manos de El Colegio de México, institución a la que tanto contribuyó como maestro y autor: reeditar en un volumen sus ensayos y notas.

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