Diez precisiones sobre la cuestión indígena
1. La nación mexicana tiene una deuda histórica de 500 años con sus indígenas
La deuda existe, sin duda, y es enorme, pero también es justo ponderarla en términos comparativos con la historia de las dos Américas, la latina y la sajona. En el Perú los indios y los blancos han vivido por siglos apartados unos de otros, los primeros en la sierra, los segundos en la costa. Los divide un muro de resentimiento, recelo y odio que no pocas veces estalló en feroces rebeliones milenaristas. En otros países del sur se aplicó a los indios, casi en su totalidad, la "solución final": el exterminio. En Estados Unidos se estableció un vergonzoso y humillante apartheid. El cuadro en México fue distinto. Aquí España no se guió por la doctrina de la "servidumbre natural" de Ginés de Sepúlveda, sino -al menos en parte- por las ideas de Fray Bartolomé de las Casas y los misioneros franciscanos, agustinos, dominicos y jesuitas que llevaron a cabo la conquista espiritual. En Nueva España, desde la aprobación de las Nuevas Leyes en la época de Carlos V (1542), las instituciones y leyes indianas ofrecieron un margen de protección a los indios. Es cierto que el orden liberal del siglo XIX les quitó ese amparo (que por otro lado los condenaba a seguir siendo menores de edad), pero al hacerlo aceleró su incorporación al México más moderno a través del mestizaje. La Revolución Mexicana ahondó esa tendencia étnica y cultural, y corrigió al liberalismo de varias maneras: debido a la profunda huella del zapatismo, recobró la vocación tutelar de las Leyes de Indias, retomó ciertas prácticas de origen prehispánico (el ejido, por ejemplo), revaloró la cultura indígena e intentó -sin demasiados frutos si se quiere, pero de manera genuina- atender y respetar a las comunidades indígenas. En otras palabras, la gran mayoría de los indios mesoamericanos se integró racialmente con los europeos y con la población negra, y al hacerlo participó en la construcción de la nación mexicana; por otro lado, los pueblos indios que permanecieron como tales fueron objeto, sí, de explotación y despojo, pero no de segregación o exterminio, y se les dedicaron sucesivos programas de protección. Por desgracia, algunos enclaves (Chiapas el más notorio) fueron la excepción: allí no hubo mestizaje, tutela, instituciones de protección, y sólo tardíamente hubo una reforma agraria. Y en muchas zonas del país, aun sin padecer los extremos de racismo y opresión característicos de Chiapas, las comunidades sobrevivieron con inmensa dificultad. Allí siguen. Son 10 millones de personas, el 10 por ciento de la población que vive con 10 pesos diarios y merecen, en efecto, respeto pleno a su identidad y un acto de reivindicación moral, jurídica y social.
2. Antes de la llegada de los españoles, los indígenas vivían en una Arcadia
La colaboración de los tlaxcaltecas y huejotzincas con los españoles en la Conquista de Tenochtitlan prueba que la Arcadia mexica no era tal, sino un régimen con aspectos sumamente opresivos. Tenía, a no dudarlo, rasgos admirables (que recogieron amorosamente misioneros como Fray Bernardino de Sahagún y han estudiado en nuestro tiempo académicos eminentes como Miguel León Portilla), pero había un orden despótico, con explotación masiva de la fuerza de trabajo en las obras monumentales y una severidad excesiva en la justicia y la educación. Estas son verdades consabidas que, sin embargo, se diluyen en los ríos de tinta ideológica que corren en nuestros días. ¿Y qué decir de los sacrificios humanos? Es un tema fundamental del que valdría ocuparse con espíritu sereno y objetivo. Es cierto que las barbaridades de Ahuízotl palidecen frente a los horrores del siglo XX europeo y aun frente a las guerras étnicas de nuestros días. Es verdad también que los mexicas (y en general los pueblos prehispánicos) vivían dentro de una cosmogonía exigente de sangre, pero advertir esa distinción no prueba que aquel universo violento y encerrado en sí mismo fuese una Arcadia. En su discurso pasatista, Marcos habla poco de la Arcadia prehispánica pero la reivindica de hecho en su aversión a la modernidad, a los conceptos básicos del progreso occidental (la libertad individual y el bienestar económico general) y en su radical insistencia en volver al origen. La primera máscara en su trasvestismo histórico fue la del Che Guevara. Hoy es, en efecto, la de Emiliano Zapata. Pero mañana ambas pueden fundirse en una sola.
3. La cuestión indígena es la mayor prioridad nacional
Es una de las prioridades, pero no la prioridad. Antes del 1o. de diciembre de 2000 y a lo largo de la campaña para la presidencia, la cuestión de Chiapas no ocupaba un lugar prominente en la agenda nacional. Las encuestas eran claras: seguridad, ante todo, pobreza, migración, insalubridad... De pronto, el presidente Fox la elevó de escala poniendo en riesgo, según ha dicho, su propia investidura, lo que no es cualquier cosa: nada menos que la primera presidencia plenamente legítima y democrática de México en casi un siglo. ¿Por qué lo hizo? A mi juicio, Fox actuó por un impulso moral. El presidente es un hombre de fuertes convicciones religiosas, y siente de manera sincera el agravio moral a los indios. Si los neozapatistas no leen su actitud en esos términos, si subrayan el ímpetu revolucionario y terminan por ignorar las reglas de la naciente democracia mexicana, entonces no sólo ellos sino Fox perderá también, y con esa doble derrota perderemos todos. Si por el contrario, a partir de esas dos convicciones convergentes (las de Fox y los neozapatistas), surge el embrión al menos de reconciliación y una moderna izquierda democrática, ganaremos todos. En lo personal quisiera ser optimista, pero no puedo serlo tanto. Creo que la marcha zapatista tiene un carácter mesiánico, encarnado ya en la figura icónica de Marcos. Creo que por su insistencia en la vuelta al pasado indígena y su rechazo al progreso, tiene tintes fundamentalistas. Y creo, en fin, que se trata de un movimiento revolucionario: su discurso no habla de reconciliación sino de levantamiento "pacífico" y violencia latente "si no hay salidas políticas reales". ¿Qué fue entonces, para ellos, el 2 de julio? Una inútil mascarada maderista. Por todo ello no avizoro un acuerdo. Pienso también que las verdaderas prioridades no tienen mucho que ver con la reivindicación étnica, sino con la urgente mejoría económica y social para las regiones desfavorecidas, y el establecimiento de un pleno y moderno estado de derecho.
4. México es un país eminentemente racista
Depende de qué se entienda por racismo. En el siglo XX y aún en nuestros días, racismo equivale a muchas cosas, desde el exterminio hasta la discriminación de una raza por otra. Aunque la Conquista fue enormemente cruel, no tuvo motivos ni secuelas propiamente racistas. La muerte colectiva sobrevino después, por las epidemias que trajeron los conquistadores. Desde entonces cabe hablar de discriminación, abuso y opresión, pero no de exterminio. A partir del siglo XVII la sociedad mexicana propendió a la incorporación, mezcla y convergencia étnica. ¿Qué otro país de América ha tenido a un indígena puro en la presidencia? Sólo México con Benito Juárez (y con Porfirio Díaz, que en buena medida lo era). Perú está a punto de tenerlo siglo y medio después: Alejandro Toledo. No hay duda de que en Chiapas (como en la Tarahumara, Nayarit, Yucatán y muchos otros enclaves mexicanos, incluido el Distrito Federal) los indios sufren hasta el día de hoy un trato discriminatorio, pero los europeos o norteamericanos que se dan baños de pureza con "el racismo mexicano" dan pena: apenas ayer el racismo fue la hoguera de Occidente, y hoy sigue siendo un factor que desgarra la vida de Europa y corrompe el tejido social norteamericano. El problema de México no está en la lucha entre "los del color de la tierra" y los blancos. El problema ancestral de México es social, jurídico, político y económico.
5. Todo en Chiapas es México
No precisamente. Mientras el resto del país, sobre todo en su Altiplano, siguió una pauta de convergencia étnica y cultural, la antigua zona maya vivió una pauta de apartheid en los hechos. No es casual que esa zona haya sido el escenario de sucesivas guerras de castas desde el siglo XVI. El lenguaje es otra prueba de esa excepcionalidad. En Chiapas se siguen usando con carácter despectivo palabras como mestizo, caxclán, ladino e indio. En el resto de México (salvo excepciones, claro está) las palabras cargadas de odio o asco étnico persisten pero no predominan. Si bien el mestizaje no estuvo exento de aspectos coercitivos, constituyó un tránsito de la cultura indígena hacia la occidental, que a su vez se enriqueció con elementos indígenas. Esto es lo distintivo de México. Extrapolar el caso chiapaneco a México ha sido el expediente ideológico-mediático de Marcos para enmascarar la orfandad ideológica de la izquierda (y cancelar para siempre el proceso de autocrítica que tanto le exigió Octavio Paz), pero no se sostiene como argumento histórico.
6. El problema profundo de México es étnico
Todos los indígenas de México son pobres, pero no todos los pobres de México son indígenas, ni siquiera la mayoría. En el D.F. viven cerca de 2 millones de indígenas en condiciones de aguda marginalidad, muchos de ellos (o sus esposas o sus hijos) mendigando en las calles: ¿reclaman autonomía étnica y redención histórica, o una acción inmediata y pertinente que comience a resolver su dramática situación? La única vía realista es la que lleve al mejoramiento tangible en las condiciones de vida de los mexicanos más pobres (entre ellos los indígenas) pero eso supone escuelas, caminos, hospitales, juzgados honestos, instituciones eficaces. Caridades desdeñables, migajas reformistas, diría una mentalidad mesiánica, pero las mayorías mexicanas votaron por un programa que incluye precisamente esas medidas. El predominio del enfoque étnico distorsiona la realidad.
7. Las comunidades indígenas autónomas son viables
Durante el Virreinato, miles de comunidades indígenas sobrevivieron en una alta proporción, protegidas por la Corona, dotadas de tribunales especiales, separadas de las villas españolas. De ellas salían muchos indígenas -mujeres y hombres- hacia las villas españolas, las haciendas, minas u obrajes, no porque fueran un paraíso, sino porque así evitaban la opresión interna del cacique, el cura y el alcalde. El tributo y el servicio personal eran dos aspectos de un sometimiento general que volvían inviable su situación. ¿Cuántos se fueron y cuántos se quedaron? Quizá sea imposible saberlo, pero la existencia misma del México mestizo prueba que ese movimiento de escape -forzado si se quiere- fue multitudinario y permanente. ¿Conviene volver a la situación de excepcionalidad? Sí y no. Es justo asegurar los derechos de los indígenas a tener voz y voto pleno en todo lo que atañe a la vida de sus comunidades, pero también es necesario no cancelar su apertura al mundo exterior. La clave está en la democracia: que la permanencia (o no) en la comunidad sea libre, igual que el derecho a expresarse y disentir.
8. Las comunidades indígenas autónomas son compatibles con el orden republicano y federal y la soberanía nacional
Es probable que la concesión constitucional de autonomía a los pueblos llevara, en la práctica, a conflictos de jurisdicción territorial y dominio primigenio sobre los recursos del subsuelo. En Chiapas el subsuelo es riquísimo y es cardinal la generación de energía. Es a todas luces injusto que en Chiapas, donde se genera buena parte de la energía del país, haya comunidades que carecen de electricidad, pero la vía de compensarlas no pasa por el precepto constitucional de dominio, sino por una eficaz reivindicación económica y social, tal como la ha propuesto el régimen federal en apoyo del estatal. En todo caso, la célula fundamental debe seguir siendo el municipio. Una solución: hacer coincidir en las zonas indígenas el mapa comunitario con el municipal, como ocurre con gran éxito en Oaxaca.
9. Los usos y costumbres indígenas son compatibles con la democracia, las libertades y las garantías individuales
Marcos mismo ha aceptado en público que muchos de los "usos y costumbres" atentan directamente contra los derechos individuales elementales de las minorías internas en las comunidades indígenas, y a veces hasta de las mayorías (por ejemplo las mujeres). Si las comunidades indígenas reclaman de las mayorías mexicanas un respeto irrestricto a su libertad de expresión, manifestación, tránsito y residencia, esas comunidades -en buena lógica- deben asumir lo mismo para su régimen interno: no segregar ni expulsar al disidente, al diferente (como hacen a menudo), sino asegurarle un espacio de expresión o una salida digna.
10. El EZLN es el único interlocutor de las comunidades indígenas con el gobierno
Al margen de su popularidad entre varios cientos de miles de personas, el Ejército Zapatista de Liberación Nacional no puede arrogarse la representatividad de 10 millones de indígenas (mucho menos de 40 millones de pobres). El atractivo mesiánico y el genio mediático de su líder no es argumento suficiente. Tampoco el recurso a la violencia (real o latente) o la deuda histórica con los indígenas. En una democracia, la representatividad no se gana con balas, procesiones mesiánicas o discursos revolucionarios intergalácticos: se gana con votos.
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