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El despotismo romántico

Memorial. ''El mexicano posee un enorme talento para idear y redactar leyes cuya hechura despertaría la envidia del jurista más encumbrado del mundo, y un ingenio inagotable para violar las leyes que inventa'' Daniel Cosío Villegas.

El tercer tema de la agencia convencionista consiste en "la formulación de un proyecto nacional que responda a las necesidades e intereses del pueblo mexicano, dándole importancia especial a los 11 puntos: techo, tierra, trabajo, alimentación, salud, educación, independencia, justicia, libertad, democracia y paz, así como otras demandas que surjan de la sociedad". Se trata de un despropósito: ¿es posible admitir que 40 voces -las que habrán podido hablar en esa mesa de trabajo- o 6 mil -las que acudieron a San Cristóbal- "formulen" un nuevo "proyecto nacional" para 90 millones?

Paradójicamente, los convocantes incurrieron en la misma falta del gobierno de Salinas de Gortari: "formular" un proyecto nacional sin consultar, discutir, reflejar, ponderar la opinión de las mayorías. Tómese el caso de la reforma al artículo 27 constitucional. Pone en manos del campesino la propiedad de la tierra para que pueda hacer con ella lo que le convenga: venderla, hipotecarla, rentarla, explotarla mercantilmente de manera individual o colectiva, o mantenerla bajo el mando del ejido. Se trata de un cambio acorde con los tiempos y no muy distinto del que se lleva a cabo en Polonia, Rusia y, con inmenso éxito, en China. Pero el gobierno fue un mal vendedor de su buena idea. En la lamentable tradición del despotismo ilustrado, impuso el cambio desde arriba. Temeroso de unas confusas y amenazantes medidas "neoliberales" en las que no participó, y dejando a un lado su natural deseo de libertad, el campesino sucumbió al miedo de perder la tierra y la protección estatal. Con menos impaciencia, luego de un amplísimo debate, recurriendo tal vez a un plebiscito campesino, las reformas hubiesen arraigado. Faltó lo de siempre: sensibilidad democrática.

La Convención ha incurrido en una falla similar: no practica la democracia que pregona sino una anacrónica representación de la "voluntad general" de Rousseau que, como se sabe, no se expresaba con votos individuales sino con voces colectivas. En Chiapas no se ejerce el despotismo ilustrado sino el despotismo romántico. Así como el proyecto nacional no puede "formularse" en el despacho de los Pinos, tampoco cabe en una Convención Democrática Nacional cuyas cartas de representatividad nacional y democrática -no hablemos de la increíble pretensión de "soberanía"- son más que dudosas. Pero aun cuando no lo fueran, resulta imposible debatir los once temas "así como otras demandas que surjan de la sociedad", en unos cuantos días y con ese formato.

En 1914, cuando se reunió la Convención de Aguascalientes, no existía ni la radio. En el México actual el único formato admisible para la auténtica "formulación de un proyecto nacional" debería pasar, en principio, por los grandes medios de comunicación. ¿Hay límites en el reparto de la tierra o dada nuestra distribución demográfica debemos propiciar soluciones distintas para la vida campesina? ¿Necesitamos únicamente más empleos o idear fórmulas de autoempleo? ¿Es eficaz el IMSS o hay que probar también vías de apoyo a la medicina privada o la autoatención? La educación, ¿debe descansar sólo en el aula y el maestro o cabe imaginar una nueva red de comunicación educativa? Sólo al despotismo ilustrado se le ocurre que estos problemas se deciden en Los Pinos. Sólo al despotismo romántico se le ocurre que estos problemas se deciden en una reunión como la de la selva Lacandona.

Visto en sí mismo, al margen de cualquier otra consideración, el punto cuatro de la Convención es -junto con la "inviabilidad del partido de Estado"- el más certero: México requiere, en efecto "un gobierno de transición a la democracia". El nombre debería ser lo de menos, pero la palabra "transición" sugiere provisionalidad e incertidumbre, rasgos que no tendrían por qué caracterizar al nuevo régimen que los demócratas queremos. En lo personal, preferiría llamarlo "Gobierno de construcción democrática". La idea, en todo caso, es la misma: la prioridad de prioridades en el próximo gobierno deberá ser la auténtica reforma política. No un cambio cuantitativo y menos un "perfeccionamiento" -como reza el eufemismo del moribundo PRI- sino un cambio cualitativo a la manera de Sudáfrica.

Sí hay quinto malo. El último punto de la agenda convencionalista es el más peregrino de todos: proyectar una nueva constitución. No hay razón para derivar de un cambio democrático la formación de un constituyente (Considerando sexto). El cambio democrático exigiría, más bien, una restauración constitucional: elegir mediante el sufragio efectivo los congresos, los ejecutivos y los ayuntamientos. ¿Es que vamos a encontrar formas de gobierno nuevas, mejores, distintas, de las republicanas, representativas, democráticas y federales que nos dimos desde el siglo pasado y que ni siquiera hemos puesto en práctica? La prioridad es distinta: por una parte, convocar a un debate nacional permanente sobre los artículos sociales de la Constitución (y, tras un plebiscito, reformarlos en su caso); por la otra, cumplir las leyes fundamentales que se han violado siempre, las que en verdad nos constituye. El mejor proyecto para lograr en la práctica (no en la teoría, las buenas intenciones o los discursos) el tránsito efectivo al régimen político que deseamos, está en el documento "20 Compromisos para la Democracia". La Convención pudo haberlo hecho suyo. Prefirió ignorarlo.

Decía Manuel Gómez Morín que la mejor forma de frustrar la realización efectiva de un ideal de justicia es elevarlo a la calidad de ley. Para que México aborde de manera resuelta los once... mil problemas que tiene, no necesita perder años preciosos e irrecuperables elaborando leyes de inefable belleza moral. Necesita cumplir su Constitución política; necesita, sencillamente, abandonar los despotismos -el ilustrado y el romántico- y adoptar la democracia.

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