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El llamado de un cuadro

Para ilustrar el número de Vuelta correspondiente a junio de 1988, sugerí una serie de óleos de William Hogarth llamada An election. Llevaba algunos años en la búsqueda de paralelos entre la vida política inglesa del siglo XVIII y la política mexicana del XX. El pri estaba por cumplir seis décadas en el poder, tramo comparable al del Partido Whig inglés, pero esa permanencia excesiva no era la única semejanza: también su dominio burocrático sobre la sociedad, su relación incestuosa con el monarca y, sobre todas las cosas, sus grandes y pequeñas triquiñuelas electorales. Esta cultura de la corrupción, característica de los distritos llamados rotten boroughs, tuvo su pintor crítico en Hogarth.

La primera noticia que tuve de aquella serie de Hogarth (inspirada en las elecciones –en verdad podridas– del distrito de Oxfordshire en 1754) se la debo a mi amigo Raúl Ortiz, sabio insuperable en las letras inglesas y famoso traductor de Bajo el volcán. A Octavio Paz le divirtió mucho la idea, y el número salió con uno de esos cuadros en la portada y varios grabados satíricos en el interior. Las elecciones (no menos podridas) de julio de 1988 en México confirmaron la profecía implícita en las ilustraciones: Hogarth fue, sin saberlo, nuestro pintor costumbrista.

Pasaron los años. A mediados de abril visité el Sir John Soane’s Museum, una pequeña joya en Lincoln’s Inn Fields. Sir John Soane (1753-1837), legendario arquitecto de la Inglaterra de Jorge III, vivió en esa casa de varios pisos, estrecha y prototípica, admirablemente preservada. Llegué poco antes de que el museo cerrara. Tomé largos minutos en recorrer la sala y la biblioteca, deteniéndome en cada libro y objeto, y me dispuse a salir. Pero en la tienda advertí unas reproducciones de Canaletto y pregunté dónde estaban. “En el Painting Room, pero ya no puede pasar, vamos a cerrar.” Les supliqué entrar de nueva cuenta. Contra la costumbre, me lo concedieron.

¡Había olvidado lo mejor del museo! Coronado por un domo, se abría un recinto de altísimos muros tapizados con numerosas piezas griegas y romanas: bustos, glifos, capiteles, vasijas. Recibía la luz de la tarde y la distribuía en armoniosas y fugaces geometrías. Sin visitar zonas enteras del museo, me perdí por sus estrechos pasadizos hasta topar con el “Painting Room”. “Ya va a sonar la campana”, me dijo el guardia. Frente a mí estaban los grandes Canalettos (una apacible vista matinal del Rialto y el famoso Riva degli Schiavoni) y, a mi espalda, un glorioso Turner (Admiral Van Tromp’s Barge entering the Texel). Me disponía a salir cuando de pronto, de reojo, sentí el llamado de un cuadro: ¡An election de Hogarth! Y no era solo el que habíamos reproducido en aquella portada sino la serie completa: dos en cada pared. Ante mi estupor, el piadoso guardia me regaló algunos minutos.

De vuelta a México le narré la pequeña anécdota a Raúl Ortiz, quien de buena gana accedió a la reproducción de una parte de aquel texto suyo de Vuelta. A diferencia de entonces, ahora presentamos los cuatro cuadros. Y a diferencia de entonces, nuestras elecciones, con todas sus miserias, se parecen poco a las de Hogarth.

Letras Libres núm. 198

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