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El vacío y el poder

En un pasaje de Posdata, Octavio Paz recuerda dos episodios convergentes sobre la naturaleza del poder en México. En el primero de ellos, Hidalgo y su ejército de campesinos se encuentran ante la ciudad de México: "la saben inerme y abandonada pero no se atreven a tomarla; dan marcha atrás y unos meses después el ejército campesino es aniquilado e Hidalgo fusilado". En el segundo, Zapata ve con horror la silla presidencial, se niega a sentarse en ella, y dice: "deberíamos quemarla para acabar con las ambiciones". A los pocos años, es acribillado. De ambas experiencias, Paz extrae una lección permanente: "En el contexto inhumano de la historia, particularmente en una etapa revolucionaria, a aquel que rehúsa el poder, por un proceso fatal de reversión, el poder lo destruye".

Sin repugnar del poder ni temer conquistarlo por la fuerza, otras figuras históricas tuvieron un destino similar: buscaron ejercer un poder acotado por las leyes y fracasaron en el intento. Morelos supeditó su poder al Congreso, y sucumbió en el trance. Iturbide quiso establecer una monarquía constitucional, y fue destronado por el Congreso que lo había ungido. Lerdo, Iglesias y Madero se propusieron (como nosotros ahora) vivir de acuerdo con las reglas e instituciones de la Constitución de 1857, pero la sociedad civil de la época no los sostuvo, y terminaron en el ostracismo o la muerte, vencidos por la vieja tradición del hombre fuerte: caudillesco y caciquil.

El ejemplo más reciente de la serie es Vicente Fox. Dueño de un carisma respetable, ya en el poder se negó a convertirse en un caudillo o a rehacer en su provecho el viejo mecanismo caciquil del PRI. Cualesquiera que sean las críticas que merece su errática gestión, Fox quiso fincar su legitimidad sobre las premisas e instituciones de la democracia liberal. Pero algo central falló en su desempeño, algo que lo vincula hasta cierto punto con aquella triste sucesión de personajes pertenecientes a la biografía del (no) poder. Las manifestaciones de esta relativa impotencia son múltiples. Su propensión a confundir lo público y lo privado -por mencionar sólo un ejemplo- restó autoridad moral a la investidura presidencial. Como resultado, a la mitad de su sexenio Fox abrió un considerable vacío de poder que llenó, de manera tumultuosa, López Obrador. Se dirá que Fox no fue destruido, y es verdad, pero el peligro persiste, no sólo en términos de su legado personal sino de algo infinitamente más importante: la supervivencia de nuestra democracia. ¿Encontrará Fox vías para esquivar el grave riesgo? Es tarde y, a juzgar por su estilo personal, lo más probable es que herede el dilema a su sucesor. Oaxaca es, en este sentido, su última oportunidad.

En cualquier caso, Felipe Calderón tendrá ante sí (tiene ya, de hecho) una tarea titánica: o fortalece la legitimidad democrática en México o sucumbe ante las huestes del nuevo hombre fuerte: mitad caudillo, mitad cacique; mitad redentor, mitad comisario. Ante esta situación, no faltarán voces que le aconsejen actuar, de alguna manera, como Salinas a principio de su sexenio, pero olvidan que un acto ilegal no sólo sería contraproducente y absurdo: sería contradictorio con el orden democrático que la mayoría de los mexicanos queremos afianzar. Para complicar el cuadro, el uso legítimo de la fuerza (que en cualquier gobierno legalmente constituido es algo normal) también resultará problemático, no sólo por el trauma del 68 sino por la duda de muchas personas (no sólo fanáticos, sino gente de buena fe) sobre una elección en la que no hubo fraude, pero que López Obrador -revelando su verdadero rostro antidemocrático- se encargó de enturbiar. ¿Cuáles son entonces los caminos? Por parte del Presidente electo, vislumbro al menos tres.

En primer lugar, integrar el gabinete más plural de nuestra historia. A contrapelo de los panistas que le aconsejen "cerrar filas" Calderón no puede olvidar que ganó con un magro 35% del voto. Ese solo motivo debería ser suficiente para convencerlo de incorporar a personajes del PRI y de la izquierda. México tiene aún hombres y mujeres experimentados en las áreas más sensibles de gobierno. Esta oferta debe ser abierta, generosa y, de ser posible, inmediata.

El segundo paso es hacer pública, a la mayor brevedad, la lista de acciones concretas para los primeros cien días de su gestión. Subrayo la palabra "concretas". Hasta ahora, el discurso de Calderón ha tenido la virtud de la cautela pero también ha sido vago y general, dos pecados capitales en este momento. Las abstracciones o los buenos deseos no entusiasman al ciudadano. Lo que lo convence es aquello que atañe de manera concreta a su vida diaria: su bolsillo, su mesa, su salud, la educación de sus hijos, la vejez de sus padres, la seguridad de su familia.

La tercera clave consiste en instrumentar una innovadora política de comunicación, no sólo en los medios masivos sino en las plazas del país. Muchos líderes panistas que entienden la política como una misión o poseen cierto carisma, pueden recorrer el país explicando el programa del gobierno, recogiendo propuestas y quejas.

Pero la supervivencia de nuestra democracia no depende sólo, ni principalmente, de Felipe Calderón. (Después de todo, Hidalgo, Morelos, Lerdo, Iglesias, Madero y Zapata no sólo sucumbieron por su propia debilidad sino por la ambición dictatorial de sus adversarios.) La supervivencia depende sobre todo del PRD y de las voces públicas y académicas, simpatizantes de AMLO. Si la izquierda mexicana sigue la opción caudillesca y caciquil del líder, estará optando por la revolución (blanda o dura) pero cerrará por siempre su propia opción electoral y dará el golpe final a nuestra democracia. Esa será su grave responsabilidad histórica. Si se separa de él, si lo priva de su supuesta "hegemonía moral", el PRD continuará su ascenso, con posibilidades de alcanzar el Poder Ejecutivo en el 2012. Para la izquierda no hay una tercera opción. La tercera opción es la esquizofrenia.

No nos engañemos: hay un riesgoso vacío de poder en el México de hoy. Acosado por las impunes y provocadoras turbas "pacíficas" de AMLO, Calderón no podrá revertirlo solo. Necesita que la izquierda democrática se deslinde de López Obrador. Sólo así llenaremos el vacío de poder con el poder de la legalidad.

Reforma

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24 septiembre 2006