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Eternidad anticipada

Muchos jóvenes hablan de Vicente Fox pero pocos, entre ellos, conocen la trayectoria del partido que lo postuló: el Partido Acción Nacional. Fundado en septiembre de 1939, su vocación inicial se resumía en un lema casi místico: la política es una "brega de eternidad". La eternidad se adelantó el pasado 2 de julio, con el advenimiento -la palabra es apenas excesiva- de la democracia. Vale la pena recordar la historia.

Su creador, como se sabe, fue un intelectual, Manuel Gómez Morín. Nacido en Chihuahua en 1897, fundó las principales instituciones financieras y bancarias del Estado mexicano (el Banco de México, el Banco de Crédito Agrícola), pero en los años treinta era ya un hombre desencantado de los regímenes militares, populistas y corporativistas surgidos de la Revolución Mexicana. Como rector de la Universidad de México (1933-34), Gómez Morín afianzó la libertad de cátedra y la autonomía académica frente a un Estado crecientemente dogmático e interventor.

Acción Nacional fue, desde un principio, un partido de profesionistas de clase media con dos tendencias ideológicas distintas: una moderadamente liberal, otra confesional. Aunque era un hombre de fe (y de buena fe), Gómez Morín pertenecía a la primera. Sus antecesores eran Francisco I. Madero, el Presidente mártir de la democracia, y José Vasconcelos, el filósofo que en 1929 había contendido infructuosamente por la Presidencia de México frente a la nueva y aplastante maquinaria del flamante partido oficial, el PRI (entonces denominado PNR). La misión de Gómez Morín era formar ciudadanos, aunque el proceso llevara eternidades. Su lema era la edificación de una "patria ordenada y generosa". Estaba convencido de que el problema central de México era su estructura política: mediante un método ingenioso y malévolo que combinaba el castigo y el premio, el sistema convertía a los ciudadanos en súbditos. Había que luchar con denuedo para reformar la vida política e introducir la democracia en México. Junto con esta tendencia liberal y democrática, el PAN nació con una ala muy cercana a la derecha francesa encarnada en Action Francaise e inspirada en Charles Maurras. Lamentablemente, esta ala -a despecho de la posición liberal de Gómez Morín- tenía simpatías por el franquismo.

Durante su primera década, el PAN tuvo un desempeño legislativo sobresaliente. En medio de una vasta cultura de simulación y fraude, el gobierno le reconoció al PAN algunos escaños (a Gómez Morín le negó el suyo porque su padre era español). Los diputados panistas respondieron con gallardía e imaginación. Casi todas las reformas electorales que el país ha adoptado en los últimos años (la credencial de elector, el Instituto Electoral autónomo, el Tribunal Electoral, entre otros) se inspiraron en aquellas propuestas del PAN. No obstante, generación tras generación el PAN tuvo que jugar el papel de oposición leal. De vez en cuando se le reconocía el triunfo en alguna alcaldía, pero jamás en una gubernatura o senaduría. Una Presidencia panista era, hasta hace poco, no sólo imposible sino impensable. Y sin embargo, el PAN porfiaba presentando candidatos en cada elección. Cuando sobrevenía el fraude, su reacción no era violenta: "No podemos llegar al voto respetado sin pasar por el voto violado", decía Gómez Morín. Con sorna, un presidente de la República en los años cincuenta llamó a los panistas "místicos del voto".

Tras el impulso de sus primeros 10 años, el PAN transitó por tres décadas de difícil supervivencia: puertas afuera reinaba el PRI; puertas adentro había divisiones por motivos de identidad y estrategia política. Una vertiente del PAN -inspirada en las ideas de don Efraín González Luna- subrayaba el aspecto doctrinario y misional de la actividad política. Otra se centraba más en las cosas de este mundo y sentía la necesidad de contender de manera menos simbólica y más efectiva por el poder. Con el tiempo, unos propendieron al abstencionismo, otros a la profundización del compromiso político. En esas décadas, nunca dejó de haber momentos y personajes, nacionales, estatales o municipales, que mantuvieron viva la misión histórica del PAN, en espera de tiempos mejores. Sería imposible mencionarlos a todos, pero algunos vienen a la memoria: la eficaz campaña presidencial de Luis H. Alvarez en 1958; la dignísima presidencia de Adolfo Christlieb Ibarrola -enfrentado al desdén obsesivo de Díaz Ordaz-; la inteligente campaña de Efraín González Luna en 1970; el coraje cívico de Víctor Correa Rachó en Yucatán; la lucha de Manuel González Hinojosa por contrarrestar las tendencias abstencionistas que, a su buen juicio, implicaban el riesgo de inanición para el partido y, en fin, la labor continua de legisladores panistas como Juan José Hinojosa, Juan de Dios Castro, Santos de la Garza, Juan Landerreche Obregón, Diego Fernández de Cevallos, Carlos Castillo Peraza y muchos, muchos más.

Conocí a Gómez Morín en septiembre de 1970, justamente en esos tiempos difíciles. Escribía mi primer libro: una biografía paralela del propio Gómez Morín y el famoso líder de izquierda, su antiguo amigo y condiscípulo Vicente Lombardo Toledano. Fueron años duros para el viejo constructor de instituciones. Murió en 1972, en la creencia de que el PAN se había quedado muy lejos de sus aspiraciones. De hecho, en 1976, la crisis del partido llegó al extremo de no presentar candidato a la elección federal: el PRI contendió solo. Era el cenit de la Presidencia imperial. Pero en 1982 los sueños de grandeza petrolera se esfumaron en un mar de demagogia populista, corrupción, frivolidad e ineptitud. En ese instante, una nueva generación de empresarios y profesionistas de clase media entendió la necesidad de participar en la política de oposición e ingresó al PAN. Es la generación de Fox. A partir de entonces, al viejo panismo doctrinario y estoico se sumó un contingente de hombres prácticos. En el primer lustro de los ochenta, libraron batallas electorales importantes en varios estados, sobre todo en el norte del país: Chihuahua, Nuevo León, Sonora, Coahuila. El liderazgo de Francisco Barrio y Luis H. Alvarez en Chihuahua (1986) dio, de hecho, el banderazo político a la nueva etapa de la democracia en México. Un año más tarde, el corazón de Manuel Clouthier -aún más grande que su cuerpo de full-back- reanimó definitivamente al PAN. En 1989, el PRI no tuvo más remedio que reconocer el triunfo de un gobernador panista en el estado fronterizo de Baja California Norte. En los años noventa la cuota de gobernadores y alcaldes panistas aumentó en todo el país. En 1994, con la figura carismática del "Jefe Diego", el PAN alcanzó cifras sin precedente en la carrera presidencial. Entre 1988 y 1994, en el ámbito legislativo, su actitud opositora fue de convergencia civilizada y responsable (con excepciones, como la quema de las boletas electorales de 1988). Entre 1994 y 2000, bajo la presidencia sucesiva de dos políticos jóvenes que combinan la coherencia con la eficacia (Felipe Calderón y Luis Felipe Bravo Mena), el PAN llegó a las elecciones de julio del 2000 como el principal partido de oposición en México.

Con el triunfo de Vicente Fox y de los candidatos del PAN a varias gubernaturas, y a pesar de no haber alcanzado la mayoría en las cámaras, el PAN ve premiada una larga trayectoria de coherencia democrática. Si aprovecha su experiencia en propiciar la maduración definitiva de nuestros órganos legislativos, si en su desempeño futuro relega para siempre sus instintos conservadores en el ámbito de la moral social y la religión, si se acerca más al legado liberal de don Manuel Gómez Morín, podrá cumplir a plenitud su vocación original: consolidar un México, no de súbditos, sino de ciudadanos: una "patria ordenada y generosa".

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