Gracias, Cri Cri
En casa de mis abuelos, a mediados de los treinta, se escuchaba el programa de Cri Cri en la XEW. Tan pronto como aprendió a hablar español, mi madre se aficionó a sus canciones, en especial a "La Patita", "El chorrito" y "Caminito de la escuela". Veinte años después, en la casa de mis padres, mis hermanos y yo escuchábamos las canciones del "grillito cantor" en los flamantes LP de la RCA-Victor que por entonces grabó el propio Francisco Gabilondo Soler. Nuestra favorita era "Di por qué, dime abuelita...". Pasaron más de veinte años y Cri Cri se convirtió en una presencia cotidiana para mis hijos. Su mamá -Isabel Turrent- y yo lo invocábamos a veces como un breviario de conducta: para que no sorbieran la boca ("Papá Elefante") o para que no le pusieran reparos a la comida ("La merienda"). Lo cantábamos para asustarlos ("Canción de las brujas") y para arrullarlos ("Juan Pestañas"). A León le entristecía la canción de "El venadito", que quería jugar con su reflejo en el agua. A Daniel le divertía -creo- oírme imitar con voz baja y temblorosa: "¿Quién es el que anda aquí? Es Cri Cri, es Cri Cri...".
Francisco Gabilondo Soler nació el 6 de octubre de 1907 y murió el 14 de diciembre de 1990. Ahora lamento no haber procurado conocerlo. Le hubiera preguntado muchas cosas: ¿Qué lo llevó a tomar en serio la profesión de boxeador y torero? ¿Es verdad que quiso ser, como su amigo Agustín Lara, un autor y cantante de música romántica? ¿Cómo se hizo capitán de corbeta? ¿Por qué viajó a los mares del sur? ¿Cómo vivió, paso a paso, su vocación por la astronomía? ¿De qué dolores terrenales escapaba? Cri Cri tenía un don particular para comprender los quehaceres de la vida práctica. Y tenía el genio del animismo: insuflaba vida humana en el mundo de la naturaleza. En sus canciones, la música y la letra -observa Mario Lavista- empalman con perfecta armonía. Pero en esa producción memorable reside el mayor de los enigmas: ¿Qué extraña conjunción biográfica ocurrió en su vida para concentrar la mayor parte de su obra (las mejores 120 canciones, de un total de 210) en tan sólo tres años (1934-1936) de intensa creatividad?
Ésas y muchas otras perplejidades me han asaltado ahora, al releer la obra antológica Las canciones completas de Francisco Gabilondo Soler, Cri Cri, que compiló y publicó nada menos que Gabriel Zaid, en 1999. Esta vocación zaidiana de editar la poesía popular con igual rigor que la poesía culta, se había reflejado mucho antes, en su maravilloso Ómnibus de poesía mexicana (1970). El libro de Cri Cri fue su continuación natural. Sorpréndase el lector de su contenido. Abre con dos prólogos que Zaid encargó a José de la Colina y a Luis Ignacio Helguera. El primero es uno de los prosistas más finos de nuestra lengua; el segundo fue un joven poeta y musicólogo, que desgraciadamente murió a una edad temprana. El ensayo de Pepe ilumina los temas esenciales de Cri Cri: el agua, el amor, la cocina, la fiesta, la fábula, la naturaleza, la zoología. "Las canciones de Cri Cri -apunta- integran una de las pocas obras de gran literatura infantil, si no la única, que haya dado la lengua española". Hecho más para el oído y la imaginación que para la vista, Cri Cri pertenece al mundo de la radio y sus ensoñaciones. Helguera escribe: "Sus mejores melodías no son buenas porque son 'pegajosas'... son 'pegajosas'... porque son buenas, y lo son por su lirismo puro, su fraseo singular, su encanto irresistible. Su dinámica rítmica es siempre notable y de gama muy amplia".
Tras los prólogos comienza la verdadera fiesta: la cronología, discografía y filmografía (completas y detalladas), y todas las canciones presentadas por año, con sus respectivas referencias específicas al género de cada pieza (cultivó casi todos), las circunstancias de su grabación, sus intérpretes, su filmografía (cuando la hubo) y un sabroso pilón adicional: el comentario sucinto de varios escritores (Eduardo Lizalde, Hugo Hiriart, Ana y Alicia García Bergua, entre otros) sobre la canción que les gustó. En la parte posterior de la obra, el editor incluyó varios índices utilísimos de los intérpretes (hubo muy pocos, sobre todo Chabelo, Evangelina Elizondo, Las Tres Conchitas y, recientemente, Plácido Domingo), las varias decenas de animales, oficios, personas y lugares que aparecen en las canciones de Cri Cri, así como los títulos y primeros versos de todas ellas.
Los escolios literarios son notables. A propósito de "Fiesta de los zapatos", Zaid discurre sobre el tema de "la libertad de los zapatos emancipados de su función servil", y encuentra ecos en cuentos (como "Las botas de siete leguas"), cuadros (como el de Van Gogh) o películas ("Las zapatillas rojas") que "hacen sentir que lo zapatos tienen alma y vida propia". En otro pequeño texto, Zaid descubre la situación kafkiana del chinito dibujado en un jarrón frente a las fauces de un dragón. La famosa canción de "Bombón I", le sirve a Hugo Hiriart para disertar sobre los postres: "la rima chocolate con cacahuate hizo fortuna entre nosotros". Ana García Bergua anota que en la canción "Jorobita" (sobre el sediento camello que piensa en árabe y hebreo) "Francisco Gabilondo Soler se muestra muy modernista cuando rima jardín con ice cream". El libro (del que, según entiendo, resta una pequeña dotación en las Librerías Gandhi) es una obra de amor por una tradición mexicana que no debe perderse.
Pero se está perdiendo. Al parecer las querellas familiares han impedido la mejor circulación de sus canciones. No es raro que eso ocurra con los deudos de grandes autores, y es una lástima porque -aunque los descendientes no lo crean- las obras, si no se cuidan, también son mortales. Y cuidar en este caso no es proteger: es abrir, soltar, difundir. Por mi parte, estoy seguro de que en la casa de mis hijos, sus hijos escucharán las canciones de Cri Cri.
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