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Graffiti en el periferico

Para advertir que en el CGH hay un núcleo verdaderamente duro con un claro designio revolucionario, no se necesitan dotes de analista político. Basta circular lentamente -¿de qué otro modo?- por el Periférico de sur a norte, a la altura de San Ángel. Allí permanecen grabadas las consignas que dejaron a su paso los huelguistas en una de sus ruidosas marchas. Entre las previsibles loas al Ché Guevara, al EZLN y a la revolución, destacan a mi juicio tres joyas de sinceridad programática.

La primera casi no necesita comentarios: "Métanse por el culo su democracia". Argumento terminal, sin duda. Tras él, literalmente, no cabe nada, menos aun palabras tan tersas como diálogo, tolerancia, civilidad, razón, derecho.

Los paristas que sostienen aún la supremacía de su democracia -ésa que no necesita meterse por ningún lado- lo hacen con perfecta convicción: representan una "voluntad general" que no pasa por el incómodo camino de las urnas sino por la vía directa del ardor revolucionario. Padecen la típica inversión -perversión- semántica señalada por Orwell en su novela 1984: esclavitud es libertad, minoría es mayoría, plebiscito es fraude, etc.

La segunda es más reveladora: "Marchemos por el Sendero Luminoso del Marxismo Leninismo, Maoísmo". Aunque en varias asambleas se han cobijado en la efigie de Stalin -ese papá bonachón que sólo asesinó a 50 millones de sus conciudadanos-, sus héroes específicos son el presidente Gonzalo -dirigente máximo de Sendero Luminoso, magna organización que colgaba campesinos disidentes- y Mao Tsé Tung, el gran líder que superó a Stalin en la cifra de compatriotas exterminados. Esta inspiración básica explica la esencia del movimiento: es una caricatura de la revolución cultural, uno de los episodios del siglo XX que inexplicablemente ha retenido una cierta aura romántica a pesar de haber significado la muerte de millones de personas y la destrucción sistemática de una quinta parte del acervo cultural chino. Aquellos contingentes humillaban a sus instancias de autoridad; profanaban templos, estatuas, libros, instrumentos de arte, investigación y estudio; decidían qué obra de arte, trabajo científico u obra intelectual servía o no al pueblo. Aunque el relajo nihilista ("Dios huelga con nosotros") y la iconoclastia ("Por mi raza hablará la huelga") han sido una constante en las consignas de nuestros "guardias rojos", el paralelo con la revolución cultural china sólo se calibrará cuando se reanuden las clases. Los universitarios hallarán sus instalaciones dañadas y quizá arrasadas. En un acto casi religioso de amor a su institución deberían dedicar una semana a repararlas físicamente.

La tercera consigna es la más preocupante: "Tendrán que matarnos a todos..." El tema del martirologio ha aparecido en la retórica zapatista pero en las consignas del CGH adopta un tono provocativo que invita, casi, a la represión. El "Pino", líder del 68, señalaba recientemente otra faceta de esta convocación a la violencia: la absurda comparación que los paristas han hecho entre sus fricciones con la policía y la masacre del 2 de octubre. Pareciera como si, en efecto, quisieran tener en Palacio Nacional a un nuevo Díaz Ordaz.

El momento, no nos engañemos, es gravísimo. Los sectores moderados del CGH tienen la palabra: o creen en la democracia anal, la revolución cultural y el suicidio provocado por un grupo de poseídos; o, por el contrario, optan por la democracia, la cultura y la vida.

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