Como ningún otro historiador del siglo XX mexicano, Edmundo O'Gorman era el crisol de varias virtudes: imaginación, inteligencia, conocimiento profundo de las fuentes y pasión.
A mitad del siglo y en el centro del mundo, un poeta mexicano escribe un libro sobre México. Tiene 35 años de edad y un largo itinerario de experiencias poéticas y políticas tras de sí.
Hojear libremente los 20 tomos de su obra, encontrar de pronto un pasaje conocido, fijar la atención en algunos textos, discursos, piezas parlamentarias, leer, en fin, a Francisco Zarco, ha resultado para mí una experiencia triste.
Vivimos tan acosados por las noticias tristes, desalentadoras y hasta repugnantes, que cuando ocurre un acontecimiento feliz es justo celebrarlo con fanfarrias.
Su vida no pasará a la historia. En el recuerdo colectivo sólo ha quedado su muerte: la terrible foto, el video de aquella marea que lo arrastra hacia la cita puntual con la pistola, le ejecución fría y certera del disparo en su sien.
Cuenta Martin Buber que el famoso rabino Bunam de Przysucha, uno de los úlitmos grandes maestros del jasidismo, habló así cierta vez a sus discípulos: "Pensaba escribir un libro cuyo título sería Adán, que habría de tratar del hombre entero. Pero luego reflexioné y decidí no escribirlo".