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El amor a la patria

Como ningún otro historiador del siglo XX mexicano, Edmundo O'Gorman era el crisol de varias virtudes: imaginación, inteligencia, conocimiento profundo de las fuentes y pasión. Irónico, elegante, provocativo, decía que "los temas deben salir del hígado", pero en su caso se filtraban por la mente y el corazón. Su horizonte era amplísimo, abarcó desde el siglo XVI hasta el siglo XIX. Fiel a su padre intelectual José Gaos, y a su abuelo filosófico Ortega y Gasset, O'Gorman vivió la tensión creativa entre dos vocaciones: la historia y la filosofía. Su obra es una síntesis feliz de ambas, una historia filosófica en el más alto sentido. Predicaba que la historia es ante todo historia del pensamiento, y a esa vertiente suya debemos obras clásicas como La invención de América o La supervivencia política novohispana; pero gracias a sus acuciosos seminarios contamos con estudios monográficos de los cronistas del siglo XVI que podrían equipararse ventajosamente con las grandes exégesis críticas de la tradición inglesa, que O'Gorman admiraba.

Lo mismo cabe decir de su reveladora indagación sobre el origen histórico de la Virgen de Guadalupe (Destierro de sombras) y sus hallazgos sobre el heterodoxo Fray Servando Teresa de Mier. Fue un maestro no sólo querido, reverenciado, y un historiador formador de historiadores. Es una mancha de El Colegio Nacional el no haberlo tenido, desde hace muchos años, como uno de sus miembros. La Universidad, a la que sirvió y quiso tanto, debería reeditar con criterios imaginativos su obra. En su libro más apasionado y personal, México: el trauma de su historia, O'Gorman incluyó el epígrafe "Ducit amor patriae". Ese fue su destino y su legado. Desde sus primeras colaboraciones literarias e históricas a principios de los años treinta, hasta el último de sus seminarios en la Universidad, "lo condujo el amor a la patria".

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