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Por una izquierda empresarial

La izquierda -política, periodística, académica, intelectual- tiene una infinita capacidad de indignación ante los males de México y una incapacidad no menos infinita de discurrir métodos prácticos para compartirlos. Lo práctico les suena a pragmático, lo pragmático a capitalista, lo capitalista a neoliberal, lo neoliberal a demoníaco. En cambio, la indignación les sugiere idealismo, desinterés, compromiso. Lo cierto es que indignarse en marchas, mítines, cartas a la redacción o congresos sirve para tener buena prensa y buena conciencia, pero es un método dudoso para cambiar la realidad. La izquierda necesita menos predicadores y más ingenieros sociales.

Todos identifican al adversario -el neoliberalismo- pero no han aportado alternativas a ese modelo. Es extraño que el libre mercado sea, junto con la democracia, uno de los paradigmas indiscutibles de nuestro fin de siglo en casi todo el mundo -incluyendo a China y Vietnam- menos en Corea del Norte, Cuba, y en ciertos círculos de la izquierda latinoamericana y mexicana. El paradigma ha triunfado no por su fuerza ideológica sino por su fuerza real, reflejada en las contabilidades nacionales. Pero para la izquierda mexicana, los aspectos centrales del paradigma -el respeto al derecho de propiedad, el mercado como mecanismo de asignación de los factores productivos, la privatización, la desregulación, la política antiinflacionaria, no se diga la apertura a la inversión foránea- siguen siendo casi un tabú. En un libro reciente, Jorge G. Castañeda y Roberto Mangabeira Unger ponen en tela de juicio algunos de estos dogmas, pero está por verse si la izquierda adopta sus ideas.

Si en términos macroeconómicos la izquierda ha estado ayuna de ideas prácticas, en asuntos de negocios sale francamente reprobada. Lo cual es todavía más grave, porque el país necesita con urgencia la proliferación de empresarios. En el esquema imaginario de la izquierda, México es un país de desempleados y debería ser un país de empleados (¿de quién?, nunca se especifica). En un esquema moderno (que Gabriel Zaid ha explorado en varios de sus libros) México es, y debería serlo mucho más, un país de autoempleados. Pero la izquierda sigue fija en visiones grandiosas o idílicas de autarquía nacionalista y colectivismo social. Acaso por un vestigio de vago pensamiento tomista mezclado con una fuerte dosis de marxismo residual, los negocios se ven con recelo. Error costosísimo: nada tiene que perder la izquierda con tender puentes hacia la actividad empresarial, nada que perder salvo sus prejuicios.

Mientras la frase "empresario de izquierda" parezca una contradicción en los términos, la izquierda permanecerá encerrada en su fortaleza ideológica. Una oportunidad para la convergencia inédita entre la izquierda y la actividad empresarial está en el sureste. ¿Es imposible pensar en proyectos de desarrollo regional en Chiapas auspiciados por ambos? Hay antecedentes históricos. Cuando un sector de la izquierda neoindigenista se acerca al sector de la Iglesia que profesa la Teología de la Liberación, vale la pena recordarles a ambos la figura de aquel venerable obispo cuya memoria sigue viva en Michoacán y quien abordó la cuestión indígena no como un asunto de redención a través de leyes autonómicas ni de adoctrinamiento puro de la verdad revelada, sino de economía práctica y salud social: Vasco de Quiroga.

La izquierda mexicana, representada por el PRD, tiene frente a sí la oportunidad del siglo. El compromiso con las causas populares seguirá siendo su fuente de legitimidad, pero este compromiso debe medirse en términos concretos, no en frases retóricas, ideales maravillosos o leyes que decreten la felicidad universal. La izquierda debe terminar por ajustar sus estructuras mentales y programáticas a esta nueva realidad. En los últimos tiempos ha aportado mucho al desarrollo democrático de México pero ahora debe hacer lo mismo en el terreno económico. La autocrítica es su asignatura pendiente. Sólo ejerciéndola terminará por comprender hasta qué grado los paradigmas revolucionarios de 1917 -los mexicanos y los socialistas- no corresponden ya al mundo actual.

*Una versión más amplia de este texto fue leída ante la representación capitalina del PRD el 7 de marzo de este año. 

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