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Jorge Luis Borges: Desayuno more geométrico

Jorge Luis Borges pasó por México a finales de 1978. Inmerso, como estaba, en mis arduas lecturas spinozianas (al extremo insensato de ensayar una biografía del filósofo), la visita de Borges parecía un lla­mado de la Providencia. Si lograba conversar con él, podría honrar a dos de mis antiguas devociones: Borges y Spinoza.

Después de Schopenhauer y Berkeley, Spinoza fue, seguramente, el filósofo más querido para Borges. En sus ensayos y cuentos hay varias menciones a Spinoza que omiten, como acostumbraba el pro­pio filósofo, toda referencia a su biografía y abordan, en cambio, su vasto sistema metafísico. Borges evoca, por ejemplo, la famosa senten­cia: «Todas las cosas quieren perseverar en su ser»,[i] y lo hace tanto para explicar la presunción de inmortalidad del constructor de la Muralla China, como para lamentar que, eternamente, al igual que la piedra que persevera en ser piedra y el tigre en ser tigre, él deba permanecer en «el otro Borges».[ii]Junto a Parménides, Platón, Kant y Bradley, Bor­ges distinguía siempre a Spinoza en la genealogía idealista. Algunos de los adjetivos que aplica al Dios spinoziano resumen largos teore­mas y escolios, como cuando lo llama «inagotable» o «indiferente». De la Ética (More geometrica demonstrata, como reza el título original), Borges solía acudir principalmente a las dos primeras partes, las que definen a Dios y al espíritu. En cambio, apenas tocó las dos secciones intermedias, en las que Spinoza desciende al plano de los hombres, explica la naturaleza de los sentimientos y previene contra la servi­dumbre humana. El libro quinto de la Ética, que gira en torno de la «potencia del entendimiento o la libertad humana», devuelve al hom­bre hacia la divinidad, y quizá por eso atrajo nuevamente la atención borgesiana.

Que a Borges le interesaba la invención de Dios mucho más que la vertiente moral en el sistema de Spinoza se hace evidente en los dos famosos sonetos que dedicó al filósofo de Ámsterdam. En ellos se encuentran cinco maneras distintas de nombrar el parto de Dios en la Ética: Spinoza sueña un claro laberinto, construye a Dios, lo engen­dra, lo labra, lo erige. No obstante, aparte de las evocaciones habituales a su oficio de pulidor de lentes y a su origen judío, Borges deslizaba dos líneas centrales en la biografía del filósofo: a Spinoza «no lo turba la fama» ni «el temeroso amor de las doncellas». Los dos versos finales del segundo soneto expresan, con una economía digna del amor Dei intelectuallis, la «beatitud» spinoziana:

el más pródigo amor le fue otorgado,
el amor que no espera ser amado.[iii]

¿Contribuyó el laberinto racionalista de Spinoza a labrar algunos cuentos de Borges? En «Tlön, Uqbar, Orbis Tertius», Borges contra­pone la filosofía de Spinoza a los filósofos tlönianos, pues si el «pobre judío portugués» exaltaba la doble atribución de extensión y pen­samiento, los de Tlön la simplifican: sólo el pensamiento. Quizá la Cábala o el idealismo de Berkeley proponían una metafísica más afín a la literatura fantástica que la discusión propiamente ética, que es a un tiempo el corazón y el legado spinoziano. Para ejecutar ese mila­gro, Borges habría debido ser no «un argentino extraviado en la meta­física», sino en la moral.

¿Podría someter estas conjeturas al juicio de Borges? La cafete­ría del hotel Camino Real no era precisamente la Spinozahuis de La Haya, pero, por intercesión de mi amigo Miguel Capistrán, Borges accedió generosamente a hablar sobre la vida del filósofo y su rela­ción con él, sobre el Spinoza que no está en los ensayos y los sone­tos. Lo acompañaba, amorosa y diligente, María Kodama. «Éste será un desayuno more geometrico», me dijo. La conversación tomó la forma de un divertimento literario, un ejercicio de libre asociación alrededor de un tema central y sus ecos en la inagotable biblioteca mental de aquel hombre caballeroso, irónico y sencillo, que con parsimonia spinoziana toleró mis inquisiciones mientras adivinaba –sin pedir ni aceptar ayuda– la posición exacta de cada alimento.

Borges, usted había prometido a sus lectores un libro sobre Spinoza. ¿Lo escribirá?

No. Yo junté muchos libros, empecé a leerlos y me di cuenta de que mal podía explicar a los otros lo que no podía explicarme a mí mismo, y me he corrido a Swedenborg, que es más fácil. Creo entenderlo: fue el maestro de Blake y lo que hay de pensa­miento en Blake se debe a Swedenborg. Ahora, con María Kodama, estoy escribiendo un libro sobre Snorri Sturluson, el gran historia­dor islandés.

¿De cuándo data su cercanía con Spinoza?

Mi padre fue profesor de psicología en Buenos Aires. Tenía una gran biblioteca inglesa, pues una de mis abuelas era inglesa. Yo me eduqué en la biblioteca de mi padre, y entre esos libros estaba la Historia biográ­fica de la filosofía, de Lewes, un judío que fue amante de George Eliot. Hay allí un capítulo, sobre todo emotivo, sobre Spinoza. De modo que diremos que data de siempre... Usted sabe que yo me enseñé alemán en 1917, llevado por Carlyle. Adquirí el Buch der Lieder, de Heine, la novela Der Golem, de Meyrink...

Heine fue un poco el san Pablo del spinozismo. En su libro sobre Alemania...

Me encontré una frase muy linda sobre Heine. Stevenson, tras citar un poema de Heine, dice que es «el más perfecto de los poemas del más perfecto de los poetas». Qué lindo que Stevenson dijera eso, ¿no? Él sabía lo que decía. Las mejores obras que Heine escribió fueron las últimas: «Wer von Euch ist Yehuda ben Halevi».[iv] Aunque siempre fue un gran poeta, hasta cuando escribía poemas que un muchacho argen­tino, que no sabía alemán, podía entender. Decía Heine que los alema­nes que lo visitaban en París se encargaban de curarlo de la nostalgia...

He encontrado que hay dos escritores que se parecen mucho. Las frases de uno pueden ser del otro; los versos no, los versos de Heine son superiores, pero, digamos, el humor, las bromas: son Oscar Wilde y Heine. Y los dos con el culto, para mí incomprensible, de Napo­león. Yo no admiro a Napoleón; yo creo que si uno admira a Napoleón, uno está obligado a admirar a Hitler. Yo me rehúso. A dife­rencia de Carlyle, yo detesto a los dictadores.

¿Usted piensa que hay un momento anterior en la crítica de Dios, comparable al Tractatus theologico-politicus?

Le voy a contestar de un modo evidente. Está en Descartes. Yo creo que Spinoza es la continuación lógica de Descartes. Descartes se dejó llevar por esa pequeña secta protestante de la cual yo abomino, esa herejía que es la Iglesia de Roma; pero si se aceptan las premisas de Descartes, salvo que uno llegue al solipsismo, se llega al spinozismo. Eso quiere decir que Spinoza fue un pensador más coherente y, desde luego, mucho más valiente que Descartes. La valentía es, para mí –sencillamente porque yo soy cobarde–, una virtud esencial. Admiro mucho el valor, quizá porque soy de familia de militares: el coraje, la virtus, lo propio del hombre.

¿Y anterior a Descartes?

Yo encontraría a uno, pero esto que digo no tiene ningún valor, por­que soy un ignorante. Yo diría que Escoto Erígena. Yo no sé si usted está de acuerdo conmigo, pero Escoto es un pensador extraordina­rio. Creo que corresponde al siglo IX. Desarrolló un sistema que, ade­más, es un poco more geometrico, como el de Spinoza. Usted recuerda que él empieza:

Por aquello que no es creado y crea, que es Dios.
Por aquello que es creado y crea, son los arquetipos.
Por aquello que es creado y no crea, somos nosotros.
Por aquello que no es creado y no crea, somos nosotros cuando volve­mos a la divinidad.

Tiene ese amor de la simetría típico de Spinoza, que es lo que estorba ahora a la lectura de su obra.

Hay quien piensa que ese método geométrico proviene de la Cábala...

Bueno, es muy curioso, porque él habla mal de los cabalistas; pero desde luego está cerca de la Cábala. A mí me ha interesado mucho la Cábala. He leído versiones del Zohar, del Sefer Yetzirah, aunque quizá lo único que he entendido es el libro de Gershom Scholem. Lo conocí en Tel-Aviv. El gobierno había arreglado que yo tuviera que pasar media hora con Scholem, media hora dedicado a visitar una fabrica de jabón, otra media hora para saludar un gasómetro. Son cosas que se les ocurren únicamente a los gobiernos. Yo les dije: «Bueno, que el gasómetro se embrome, ¿no? A mí, la fábrica de jabones... Yo soy indigno de ella». Y me pasé toda la tarde, y toda la tarde siguiente, con­versando con Scholem, que me enseñó muchas cosas. Scholem me mandó su libro, porque Roger Caillois le dijo que yo había escrito un poema sobre el Golem y que había usado como rima «Scholerm (que era la única posible). Lo decepcioné. Yo no era lo suficiente­mente exótico, yo era un señor cualquiera... Es lo que ocurre con Argentina, el país que felizmente tiene menos color local del mundo. El país más insípido. Usted sabe que ahora, si uno quiere ver gauchos, uno tiene que ir al Brasil. En Buenos Aires ya no quedan.

Quería decirle otra cosa: la palabra «gaucho» y la palabra «pampa» jamás se usan en el campo. Si usted dice «pampa» o dice «gaucho» hace ver enseguida que es porteño, porque la gente dice «el campo» y «un paisano», pero nadie en el mundo, salvo Martín Fierro, que es un gaucho creado por la literatura, dice «soy un gaucho». Nadie jamás se jactó de ser gaucho. Recuerdo a mi madre comentar que si alguien dice «soy gaucho» es un bruto, no un gaucho.

Pero volviendo a la Cábala, es...

No, no. Yo creo que él habla en alguna parte de los delirios cabalis­tarum.

...y sin embargo esa relación tiene algo de cabalista: el valor numérico de la palabra Dios, en hebreo, es el mismo que el de la palabra naturaleza: 86. Una confirmación del Deus sive natura,[v] la famosa fórmula de Spinoza.

Es claro que a Spinoza, que no tenía una mente literaria o retórica, tenían que desagradarle las metáforas, los símbolos, el hecho de que los libros de la Cábala fueran escritos para señalar un camino. Yo creo que todo en el Zohar está escrito para ser interpretado por el maestro, para ser explicado. No se propone enseñar las cosas; se propone indi­car caminos. Aunque Spinoza tiene que haberlo leído. Él dominaba el hebreo, sobre eso no hay ninguna duda, ¿no es cierto?

No, ninguna. ¿Usted ha notado la buena prensa que siempre ha tenido Spi­noza entre los socialistas, a partir de Marx?

No, pero he notado que Spinoza ha tenido esa virtud de inspirar devociones. Por ejemplo, recuerdo los famosos ensayos de Renan, de Arnold. Posiblemente el Spinoza de Novalis no fuera exactamente el que fue, ni el de Coleridge tampoco, pero todos lo ven como a un santo; se siente la santidad de Spinoza.

Quizá la devoción socialista por Spinoza tenga que ver con su supuesto ateismo...

Como se confunde ateísmo y panteísmo...

...y eso a pesar de que Heine escribiera que nadie se ha expresado sobre la divinidad de manera más sublime que Spinoza.

«Von Gott Getrunken»[vi], sí... Le voy a contar una anécdota de Coleridge. Parece que de él y Wordsworth se sospechaba que eran partidarios de la Revolución francesa y se les veía un poco como posi­bles traidores. Entonces los siguió alguien y comunicó que estaban hablando todo el tiempo de un espía, y ese espía era... Spy-Nousa. Se pusieron a buscar al espía Nousa. Además, Nousa es una persona que se mete en las cosas, que está nousing around ... Who can Spy-Nousa be? Entonces dejaron de molestar a Wordsworth y a Coleridge y se fue­ron a buscar al que era, evidentemente, la cabeza.

Justamente esa devoción romántica ¿en qué se originaba? ¿Por qué se identi­ficaban con Spy-Nousa?

Lo buscaban huyendo un poco del dios personal, que yo no he enten­dido, por lo demás. Recuerdo esa frase de Bernard Shaw, tan linda: «God is in the making», y the making somos nosotros.

Un tema fascinante y misterioso es la excomunión de Spinoza. El antecedente de Uriel da Costa...

Conozco el nombre, nada más.

Este hombre se suicidó en Ámsterdam en 1640 (Spinoza tenía ocho años de edad) por un conflicto de creencias, de identidad; parecido al que catorce años después separaría a Spinoza de la sinagoga. Da Costa originalmente era cató­lico, estudió en la Universidad de Coímbra, huyó de Portugal a Holanda, se hizo judío, pero luego dudó de su duda, descreyó del judaísmo, quedó en vilo, fue excomulgado, y finalmente...

Es lindísima la Universidad de Coímbra, no sé si usted la conoce. Por­tugal es un país lleno de melancolía. Una cosa rara. Portugal sabe que ha perdido un imperio. Los españoles no saben que lo han perdido.

Volviendo a la excomunión, ¿significó una tragedia para Spinoza?

Yo creo que no. Y sin embargo... trataron de asesinarlo. Yo he leído que él personalmente corrió peligro...

En efecto, alguien sacó un puñal después de una función de teatro. Él con­servaba el gabán con la huella...

Sé también que fue un buen patriota holandés y que se la jugó por la patria, porque Holanda representaba entonces la República, la tole­rancia. Yo soy de ascendencia española, desciendo de conquistadores españoles del Río de la Plata, pero cuando leí The Rise of the Dutch Republic[vii] estaba de parte de Holanda...

No sé qué es una excomunión, pero creo que él tiene que haber sentido el hecho de ser rechazado por sus hermanos. Vamos a ponerlo de un modo más módico y personal: yo he firmado declaraciones opuestas a una posible guerra con Chile,[viii] y desde entonces mucha gente ha dicho que no soy argentino. A mí me ha dolido eso, aunque no sé muy bien qué es ser argentino, pero el hecho de pensar que había compatriotas míos y vecinos míos que me veían como a un forastero, y como a un traidor, me dolió. De modo que a Spinoza tuvo que haberle dolido. Además, era una comunidad pequeña ...

Es curioso que Spinoza llame la atención de los judíos en las márgenes del judaísmo...

Porque Spinoza está equidistante de la Iglesia y de la sinagoga.

Y ambas lo reclaman a veces para sí, y lo rechazan también.

A mí me han pedido en la Hebraica conferencias sobre Spinoza, que yo he hecho como he podido, pero ahora los nacionalistas judíos lo usan. Es lo malo, ¿eh? Bernard Shaw dijo que «la única tragedia en la vida es ser usado para fines innobles». Ser usado es horrible. Ahora, yo no digo que los fines de quienes usan a Spinoza sean innobles, pero ser usado es horrible, aun en el amor: tiene algo de soborno.

Pero, en fin, como Spinoza vivió en los albores de la época de la Razón, debió sentirse seguro, protegido por la nueva diosa.

No, no. Usted sabe que Milton dejó un libro de doctrina cristiana que se acerca al panteísmo. Ese libro se publicó póstumamente, y él había mandado los manuscritos a Holanda. Creyó que en Holanda uno podía decir cualquier cosa; en Inglaterra no. Ese libro de Milton es muy curioso porque se acerca al panteísmo. En todo caso, en él dice que el universo es el cuerpo de Dios. Un panteísmo un poco moderado por el hecho de que Milton empezó siendo puritano, calvinista, y algo le quedó siempre. Siempre queda algo de calvinismo, o de cualquier fe.

El panteísmo fue alguna vez una tendencia importante en la religión judía.

Sí, pero no en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento, al contrario, es el Dios personal. Es, además, el Dios que ha hecho un pacto. ¿Le parece poco un pacto con la divinidad?

No, me parece lo más personal del mundo.

Dígame, ¿usted sabe hebreo? Entonces puede enseñarme algo que he estado buscando toda mi vida. En inglés, la Biblia inglesa traduce «I am that I am», no «ego sum qui sum».[ix] ¿Por qué? ¿Está relacionado con el hebreo? Debería ser «yo soy aquello que soy», pero jamás «yo soy el que soy», Ahora, según Buber, eso tiene una razón mágica: se pen­saba que si alguien daba su nombre se ponía en poder del otro. Por lo tanto, Dios elude toda información. Cuando Moisés le pregunta su nombre, Dios contesta: «Soy el que soy», es decir, no contesta. Hay unos versos de Amado Nervo... Yo no soy devoto de Amado Nervo, pero él escribió: «Dios sí existe. Nosotros somos los que no existimos», que vendría a ser, un poco, el comentario a «Soy el que soy», es decir, «Ustedes son adjetivos míos», que es lo que pensaría Spinoza.

No creo que yo le pueda aclarar esto, pero quizá Buber tuviera buenas razones.[x]

Claro que sería una lástima. Sería mejor que ese Dios fuera el Dios de los teólogos, que la teología haya ido enriqueciendo a Dios.

Por cierto, Buber pertenece a una larga genealogía de pensadores –que comienza con Mendelssohn y Lessing y llega hasta nuestros días– que trata con piedad a Spinoza.

Bueno, es que... hablando de un personaje muy distinto, Edgar Allan Poe, con Octavio Paz, le dije que Poe había legado una imagen muy vívida de sí mismo. Quizá la obra de todo escritor sea eso, y Spinoza nos ha dejado una imagen vívida, él, que no se proponía en absoluto ser vívido...

Hay una página mía en prosa y es ésta: «Un hombre se propone dibujar el universo. Tiene delante una pared, que nada nos cuesta imaginar como infinita, y en ella va dibujando anclas, torres, espadas, etcétera, y luego llega así al momento de su muerte. Entonces ve ese vasto dibujo. Le es dado ver ese dibujo infinito y ve que ha dibujado su propia cara».[xi]

Ahora, creo que eso es lo importante en un escritor. Es el caso de Poe o el caso de Spinoza, que son tan disímiles; aunque Poe escribió Eureka, que es un sistema panteísta. Podemos imaginarlos.

Y aunque Spinoza no haya escrito casi ninguna página sobre sí mismo...

Todo eso ha ido dibujando su cara, como en la parábola mía. Bueno, siento haberlo defraudado. Usted me ha dado una mañana muy linda.

Adiós, Borges. ¿Recuerda lo que dijo sobre los románticos y Spinoza? Tam­bién usted tiene la virtud de inspirar devociones.

No, no. Ustedes se equivocan conmigo. Yo soy una alucinación co­lectiva.

Entrevista publicada originalmente en Vuelta, Núm. 29, abril de 1979. Esta versión aparece en Personas e ideas, Debate, México, 2015, Debate, México, 2015.

[i]1 Ética (1677), parte III, proposición VI.

[ii]«Borges y yo», en El hacedor, Buenos Aires, Emecé Editores, 1960.

[iii]Jorge Luis Borges, «Baruch Spinoza», en el tomo III de sus Obras completas, Buenos Aires, Emecé Editores, 1989.

[iv]«¿Quién de vosotros es Yehuda ben Halevi?» (Heinrich Heine, «Yehuda ben Halevi», Romanzero, 1851).

[v]«Dios o la naturaleza». En hebreo las palabras elohim. "Dios", y leva, "natura­leza", son numéricamente equivalentes. Véase el libro deMoshe Idel, Maimonide et la mystique juive, París, Éditions du Cerf, 1991.

[vi]«Ebrio de Dios».

[vii]John Lothrop Motley, The Rise of the Dutch Republic, Londres, 1856.

[viii]En 1978, los gobiernos militares de Jorge Rafael Videla (Argentina) y Augusto Pinochet (Chile) estuvieron al borde de la guerra por una disputa de límites territoriales.

[ix]Éxodo, 3: 14, Biblia del rey Jacobo y Vulgata Latina.

[x]Eva Uchmany (hebrea) y Ernesto de la Peña (hebraísta) me descifraron tiempo después de esta entrevista, al menos gramaticalmente, tal enigma: la fórmula hebrea es Ejeyué asher ejeyé. Ejeyé utiliza la letra «vav conversiva» que vuelve simultá­neos todos los tiempos verbales. Dios habría dicho: «Fui soy seré el que fui soy seré».

[xi] Cita no literal del epílogo de El hacedor.

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