Legitimidades para el `94
Qué combinación de carisma, tradición y legalidad tendrán los candidatos de los tres principales partidos en 1994? ¿Habrá un conflicto de legitimidad y, en ese caso, cuáles serían sus consecuencias?
Nuestras variaciones teóricas sobre el tema de Max Weber el poder y la legitimidad conducen finalmente a estas cuestiones prácticas que a todos interesan. La de 1988 fue, en esencia, una querella de legitimidad. Al separarse en dos el PRI en su ala salinista y su ala cardenista, la remota fuente de legitimidad revolucionaria perdió fuerza. El único otro precedente de división en la vida contemporánea había ocurrido en 1940. Dos generales (Almazán y Ávila Camacho) se reclamaban herederos legítimos de la Revolución, dividieron los votos y estuvieron a punto de protagonizar una nueva revuelta civil.
A partir de entonces, los candidatos de la "familia revolucionaria" evitaron a toda costa la escisión. Podían darse, y de hecho se daban golpes de toda índole por debajo y por arriba de la mesa, pero siempre antes del destape. Una vez destapado, el "candidato de la Revolución" era único e indivisible. 1988 cambió esa situación. ¿Quién tenía, ante los ojos del ciudadano común y corriente, credenciales auténticas para ser el heredero de la Revolución? ¿El hijo del general Cárdenas o el hijo de Salinas Lozano? ¿El que se había salido del PRI (para quedarse con el PRI) o el que se había quedado dentro del PRI (para quedarse con el PRI)?
La sorpresiva "decisión dividida" de aquel año se explica, al menos en parte, por ese fenómeno de escisión en "las filas" de la familia revolucionaria. Cárdenas no sólo impugnó la elección de Salinas sobre la base de un conteo deficiente de los votos, sino que puso en duda sus credenciales revolucionarias. Cinco años después, la situación del '88 se ha ahondado. Cuauhtémoc Cárdenas reclama para sí no una, sino las tres legitimidades.
Cárdenas es revolucionario, porque sigue creyendo que las ideas rectoras de la Revolución Mexicana están vigentes y son en gran medida aplicables a nuestra circunstancia; es carismático, no porque posea un imán particular y propio ante las masas o porque sea un gran orador, sino porque usufructúa o encarna el carisma heredado de su padre, el que mágicamente evoca su nombre y su apellido; y es democrático, porque luego de cumplir los 54 años de edad, de pronto, por iluminación, descubrió (como San Pablo en Damasco) que la democracia es un sistema muy bueno para México.
En su discurso cotidiano, Cuauhtémoc no sólo se arroga a sí mismo las tres fuentes de legitimidad sino que se las niega a sus contrincantes. A su juicio, el Gobierno de Salinas es ilegítimo por partida triple: antirrevolucionario (ha "traicionado a la Revolución") anticarismático ("su popularidad es engañosa") y, desde luego, antidemocrático de origen. En cuanto al PAN, el diagnóstico de Cárdenas no es menos severo: es antirrevolucionario desde su nacimiento, falto de líderes nacionales carismáticos y, a últimas fechas, antidemocrático, debido a sus supuestas "componendas" con el régimen.
Esta es, en resumidas cuentas, la postura maximalista de Cárdenas. Más allá de los méritos de su corriente democrática, Cárdenas sigue, como nunca antes, montado en el caballo del "todo o nada": no es difícil prever que en 1994 esta postura apunta hacia una agudización de las tensiones del '88, una especie de Michoacán nacional y, quizá, brotes graves de violencia.
Todo esto ocurrirá a menos que los candidatos del PRI y el PAN manejen sus cartas y estrategias de legitimidad con autenticidad e inteligencia. El PAN no necesita que Cárdenas le otorgue credenciales democráticas. Las ridículas acusaciones de Cárdenas contra Luis H. Álvarez no borran de la conciencia pública la larga lucha cívica de los hombres del PAN. El PAN no necesita tampoco credenciales revolucionarias porque nunca se ha presentado como un partido que favorezca este tipo de cambios violentos y radicales en la vida de la Nación. Al contrario, es justamente la historia reformista y no revolucionaria del PAN la que le otorga atractivo frente a sus votantes.
¿Qué le hace falta al PAN en el ámbito nacional del '94? Un candidato con carisma. No es fácil que lo fabrique. Fox lo tiene, pero está impedido por el Artículo 82. Barrio lo tiene, pero haría mal en dejar el Gobierno de Chihuahua por el que luchó tantos años.
Un desempeño sobresaliente en Chihuahua podría enfilarlo con solidez hacia las elecciones del año 2000.Barrio, por lo demás, es un hombre joven. Esta sería su mejor apuesta. Hay otros buenos candidatos, los gobernadores Ruffo y Medina Plascencia pero, al margen de sus méritos, quizá no tengan el empaque de carisma requerido para tener verdaderas posibilidades en el '94.
En cualquier caso, la plena legitimidad democrática del candidato panista quien quiera que sea puede darle puntos sobre Cárdenas y sobre el candidato priísta. Todo depende de la imaginación política de su campaña. El candidato del PRI (El señor X...) bailará con la más fea. Su partido está vacío de legitimidad democrática; es más, encarna la antidemocracia.
Por otra parte, Cárdenas, el candidato seguro del PRD, le ha "robado" legitimidad revolucionaria. Queda entonces la legitimidad carismática. ¿Son Camacho, Colosio, Aspe, Zedillo, etc..., hombres particularmente carismáticos? Ignoro la opinión del lector. A mi modesto juicio creo que no. Se dirá, con razón, que Salinas no tenía carisma y lo adquirió al poco tiempo de sentarse en la silla; pero en 1994 lo decisivo será poner en juego el carisma antes y no después de las elecciones.
Es posible que en el momento mismo del destape el señor X... pueda revelar cualidades de atracción que ahora están convenientemente tapadas. Lo sabremos en su momento.
Hay, además, un factor que jugará a su favor: si Cárdenas tiene el carisma heredado de su padre, el señor X... contará con el carisma heredado de Salinas.
El destape del '94 será distinto de los anteriores en un aspecto fundamental: el Presidente estará en campaña. Hace casi medio siglo, Cosío Villegas declaró muerta a la Revolución Mexicana. No sé si lo estaba entonces, pero estoy cierto de que lo está ahora. Nadie votará por un candidato porque sea "revolucionario". Votará por las ideas prácticas que representa y, sobre todo, por lo que trasmita como persona.
Igual que en los Estados Unidos o en cualquier país democrático de Occidente, las lealtades ideológicas o partidarias contarán muy poco.
El largo recorrido histórico de la teoría weberiana nos lleva a una sencilla conclusión: la Revolución, como fuente legítima de poder, está tan superada como el derecho divino de los dioses; el carisma, como fuente de poder absoluto por sobre las leyes, pertenece ya a una historia que quedó atrás, y sólo jugará la parte que le corresponde dentro de las reglas democráticas; como vía de legitimidad para alcanzar el poder, sólo queda la democracia.
Es por ello que este Gobierno, más que ningún otro en el pasado, debe hacer su mayor esfuerzo por garantizar la limpieza de los comicios, una claridad que por sí misma (como ocurrió en Chihuahua, en 1992) derrote las críticas maximalistas, disuada a los "acelerados", y nos coloque a partir del 1 de diciembre de 1994 en un territorio tan anhelado como inédito: el de la normalidad democrática.
Reforma