Libreto cívico
"La política es el teatro más rápido del mundo", me comentó a raíz de los hechos que vivimos desde enero, Alejandro Rossi. Desde entonces, la frase vuelve a mi mente cada cinco minutos. El escenario, en efecto, se ha modificado con una velocidad increíble. Hay tramas deliberadas y tramas involuntarias. Al espectador de la sociedad civil mexicana puede irle la vida en descifrarlas y actuar con respecto a ellas, pero no es fácil distinguir siquiera unas de otras.
Por un lado está la guerrilla zapatista, cuya extraña teatralidad ha revelado en este mismo espacio Gabriel Zaid. Por otra parte, está la trama política y electoral. Descartado como candidato, Manuel Camacho surgió en enero como la única persona capaz de negociar la paz en Chiapas, y lo estaba haciendo tan bien que hasta unas horas antes del asesinato de Colosio aparecía como un candidato latente que en cualquier momento podría lanzarse a la contienda por la vía libre. Esa misma rebeldía con respecto al sistema le costó cara. Como Camacho no apoyó abiertamente a Colosio y fue un obstáculo visible en su difícil campaña, la opinión pública lo descartó como sustituto de su antiguo rival, muerto no sólo en circunstancias trágicas sino envuelto él mismo en un destino casi shakespereano. Salinas y el PRI se enfrentaban con la necesidad de hallar a un candidato idóneo y en vez de convocar a una elección interna, forcejearon entre sí para encontrarlo: la línea dura del PRI quería un político puro, pero el presidente se impuso, si bien sacrificando a José Córdoba, su asesor fundamental. Así, ante el estupor general, las tres "C" de la fórmula salinista que hasta hace unas semanas representaban papeles protagónicos, desaparecieron de la escena.
"He llamado al mariscal Zedillo para que dirija mi campaña", escuché decir a Colosio, con evidente alivio, en diciembre de 1993. Cuatro meses más tarde, el mariscal se ha vuelto candidato. Hombre inteligente, firme y cerebral, Zedillo ha entrado hoy en escena con algunas ventajas. No tiene ya, como Colosio, la sombra de Camacho. Tiene la sombra de Colosio, pero puede tratarse, como en el caso de Kennedy con Lyndon Johnson en 1964, de una sombra bienhechora. Es terrible pero cierto: en el "teatro más rápido del mundo", Colosio, candidato que en vida no parecía asegurar la victoria clara del PRI, es hoy (quizá no mañana) un gran candidato después de muerto. Por temperamento y por convicción, Zedillo, tal vez más que Colosio, es inmune a la tentación populista y asegura la continuidad del programa económico de Salinas. En eventuales debates con la oposición, el temple crítico de Zedillo puede ser un arma eficaz contra sus adversarios. Parecería entonces que el gobierno está en una excelente posición interna y externa para echar a andar una definitiva reforma política que garantice el ingreso de México a la normalidad democrática. Muy pocos mexicanos creen que lo intente.
El PRI, todos lo sabemos, no es un cuerpo homogéneo. En su burocracia predominan los llamados "dinosaurios" que han declarado con todas sus letras: "llegamos aquí a balazos y a balazos nos tendrán que sacar". Fidel Velázquez -jerarca de los obreros desde el remotísimo año de 1929, justo el de la fundación del PRI- pidió nada menos que "el exterminio" de los zapatistas. El propio Zedillo es visto por esos grupos como un tecnócrata rígido, inexperto y advenedizo, y antes que promover una reforma política tendría que intentar lo que Colosio, en su gestión como presidente del PRI, no logró: una democratización interna en el partido. Tarea de titanes que en México suele terminar como terminó Carlos Madrazo. Verdugo de sí mismo, el PRI ha perdido legitimidad: se desgarrará o se reconciliará temporalmente como lo hacen las familias sicilianas, pero esperar a estas una regeneración democrática desde dentro del sistema, similar a la que venturosamente ocurrió en los países del Este o en España es, por desgracia, esperar demasiado.
¿Qué sucederá con las otras tramas y protagonistas? ¿Se avendrán los zapatistas al acuerdo que está en marcha? ¿Engrosarán la lucha cívica sin pasamontañas? ¿Qué postura asumirá el cardenismo? ¿Transmitirá una imagen de responsabilidad, alejada de posturas fundamentalistas? ¿Qué hará el Partido Acción Nacional? A pesar de su trayectoria democrática ha sido demasiado dócil frente al gobierno y esa docilidad puede costarle cara en las urnas. ¿Se reformarán sustancialmente los métodos electorales? Ninguna de estas preguntas tiene ahora una respuesta positiva. El tiempo, además, corre en contra. Y persiste el enigma: ¿Se aclarará la muerte de Colosio, o permanecerá en el limbo del rumor y el misterio, como la de Kennedy?
Este es un problema clave. México vive hoy un inédito clima de temor, impotencia, tristeza, enojo profundo, incertidumbre y, sobre todo, de incredulidad y desconfianza con respecto al poder. "Se pierde el hilo de la legitimidad", escribió en 1832 Manuel Mier y Terán en circunstancias suicidas, suyas y del país. La frase expresa nuestra situación. Si ni siquiera la elucidación del crimen podrá limpiar por entero el nombre del PRI -puesto que de alguna querella interna nació, probablemente, el complot- cabe imaginar el vacío de legitimidad que se abrirá cada vez más si el caso Colosio permanece en las brumas y si no hay castigo para los culpables. El voto sentimental por Colosio se volverá un voto de agravio brutal en contra del PRI. Los duros y la inercia en la base del PRI orquestarán, en el mejor de los casos, elecciones "desaseadas". Viviremos quizá una situación similar a la que siguió a las elecciones en algunos estados de la República. No es imposible que el ejército, "convidado de piedra" desde hace casi 50 años, tenga la tentación de asumir un papel más protagónico. Los frutos históricos de México (nuestras libertades cívicas, el claro aunque desigual progreso económico, la respetabilidad en el mundo, nuestra concordia básica, el ritmo pacífico de cada día) estarían en riesgo. Pudiendo ser España, podríamos convertirnos en el Perú. Este escenario catastrófico no es ya impensable. ¿Qué nos queda por hacer a los espectadores que formamos parte de la sociedad civil?
Nos queda escribir y llevar a la práctica un amplio libreto cívico. Nos queda presionar a través de todos los medios cívicos para que los protagonistas asuman el programa de la democracia. Nos queda denunciar, abuchear, protestar, criticar, descalificar todo lo que no conduzca a ese fin. Nos queda salir a la calle y resistir cívicamente como hizo, con eficacia e imaginación, el valeroso doctor Nava. Nos queda insistir en el esclarecimiento del crimen de Colosio y no olvidar el del cardenal Posadas. Nos queda manifestarnos contra "la colombianización" de México. Nos queda fortalecer los espacios libres en la comunicación pública, que por fortuna han ido creciendo. Nos queda aislar a los actores violentos y demostrar que México es más fuerte y más grande de lo que suponen sus miserables tramas. Si se "desata al tigre" -como decía Porfirio Díaz- será el tigre de una violencia inducida desde el escenario, no desde las bases. En este país no hay condiciones para una guerra civil. Salvo casos de verdadera excepción -diga lo que diga la demagogia- en México no hay odio étnico, nacionalidades oprimidas, guerras santas ni ideologías que enfrenten en una misma mesa a hermanos contra hermanos. En este país lo que hay son gravísimos problemas sociales y económicos ante los que es preciso instrumentar vías de solución pacífica que debemos someter a diálogo, votación y permanente escrutinio.
La democracia no es una representación teatral: es una obra colectiva, viva, abierta, en la que todos tienen una misma responsabilidad creadora. Cierto, en la democracia unos hombres representan a otros, pero lo hacen no por la fuerza sino mediante un mandato temporal, criticable, revocable. Transitar hacia la democracia, rechazar la supuesta fatalidad violenta de nuestra historia, es el libreto cívico de esta hora. Si lo asumimos, nadie impondrá, tras bambalinas, el sentido y el ritmo a nuestras vidas. Desdichadas o luminosas, las escribiremos nosotros.
Reforma