Wikimedia Commons

México como isla

No está en la esencia de una empresa pública el ser ineficiente. Las empresas públicas, como todas las empresas, tienen una misión, un mercado y un desempeño, pero no una esencia. Ha habido ejemplos, aún en México, de empresas públicas que cumplen con su misión, atienden su mercado y muestran un desempeño productivo. Inversamente, tampoco la empresa privada tiene una ventaja "esencial" sobre la pública: puede ser tan fallida o improductiva como aquella. No obstante, una de las duras lecciones del siglo XX, no libresca sino real, impuesta por la experiencia, revela que el Estado ha sido un mal empresario.

Como se sabe, una de las causas fundamentales del derrumbe de las economías en el mundo del socialismo real fue la crisis o quiebra de sus empresas. En las empresas similares de Europa y Latinoamérica, estatales o paraestatales, se advirtió desde fines de los setenta la misma tendencia estructural de aquellas, sobre todo si eran monopólicas: falta de innovación y creatividad, burocratismo, ineficiencia, corrupción, mala calidad en los productos, manipulación de los precios. Apoyadas por subsidios y créditos blandos de toda índole, las empresas disimulaban o maquillaban por decenios su situación real hasta que la realidad se imponía: había que redimensionarlas -cuando era posible- y si no cerrarlas o venderlas. Desde entonces la tendencia hacia la privatización ha sido incontenible y en general benéfica para los consumidores.

México es una isla en este consenso mundial, una isla acompañada de otra: Cuba. Sólo en México y en Cuba la privatización se vive como una entrega de la nación a los intereses privados a costa de la soberanía nacional. Con una diferencia de matiz: en Cuba es un delito pensar siquiera en poner un negocio propio pero la inversión extranjera es bienvenida. La cruel hipocresía de esa política es tan evidente como el carácter totalitario del régimen que la promueve. Sin embargo, los pocos enfebrecidos ideólogos que aún apoyan a Castro todavía le ven sentido: no advierten -o si advierten, desechan- los terribles costos que ese capricho personal del dictador impone a los cubanos de hoy y de varias generaciones futuras.

En México, el recelo contra la privatización y la globalización tiene raíces profundas que pueden remontarse a la cultura económica virreinal: sus leyes, sus convenciones, sus realidades prácticas. Con todo, a estas alturas la persistencia de esa mentalidad es tan anacrónica como la apelación a la pérdida del territorio en el siglo XIX o a los paradigmas nacionalistas de los años treinta. Y sin embargo el anacronismo no sólo persiste sino que prospera: marcha multitudinariamente por la ciudad, domina el pensamiento y la cobertura de varios periódicos, es artículo de fe de editorialistas e intelectuales y, lo más importante, constituye uno de los dogmas de la vasta coalición de fuerzas políticas y sociales que se aglutinan alrededor del PRD y su más probable candidato: Cuauhtémoc Cárdenas.

El neopopulismo es la factura que tal vez tendremos que pagar los mexicanos por el fracaso político del régimen pasado y la inhabilidad del presente en vender adecuadamente su política económica. En términos mercadotécnicos, quizá la sobreventa de Salinas provocó un rechazo en el consumidor que ahora relaciona toda aquella reforma económica con el fango de corrupción y muerte que el régimen arrastró a partir de 1994. Con Salinas pudo haberse dado un proceso nuevo de autocrítica de la Revolución Mexicana, no en cuanto a los fines irrefutables que ésta se propuso sino a la imposibilidad práctica de alcanzar esos mismos fines por la vía de un Estado como el que generó. Por desgracia esa autocrítica se volvió contra sí misma y terminó por prestigiar la dudosa viabilidad de los viejos paradigmas de la Revolución.

Hoy la leyenda continúa: hay una revolución nacionalista, socialista, interrumpida, inacabada, posible. En ella la nación y su encarnación -el Estado-, seguirá siendo dueña de sus recursos naturales y de sus empresas estratégicas, que explotará con responsabilidad, pulcritud y eficacia. Lo que ha fallado en todo el mundo aquí terminará por operar maravillosamente. Y si no, siempre podrá culparse de todo a la larguísima hegemonía del PRI. Mientras tanto, como en Cuba, la economía práctica de millones de personas concretas se sacrificará en el altar de esas ideas abstractas. Pero eso sí, seguiremos siendo, como Cuba, más que Cuba, un país soberano: sin luz, sin energía, sin crédito, sin inversión, sin capital, pero soberano.

Reforma

Sigue leyendo:

Línea de tiempo

Conoce la obra e ideas de Enrique Krauze en su tiempo.