Dominio Público

Otro PRI

Los críticos del PRI tenemos que reconocer una paradoja: la sana competencia democrática en México depende, en buena medida, de la resurrección del PRI. No -por supuesto- del antiguo y dinosáurico PRI, sino de un PRI renovado (empezando por el nombre, las siglas, los colores, el logotipo), un PRI que se de cuenta de su posición en el momento plástico que vive México, un PRI para el siglo XXI.

No es fácil que ocurra. A más de un año de su derrota en la carrera presidencial, el PRI no sale del letargo, de las divisiones internas y la desorientación. Si los priístas reflexionaran, con sentido autocrítico, sobre los futuribles (es decir, los futuros posibles) de aquel 2 de julio, convendrían que cualquier otro escenario los habría perjudicado más. La victoria amplia sobre Fox era imposible. La victoria apretada hubiese desembocado en una interminable disputa postelectoral. En cualquier caso, el triunfo hubiera sido pírrico, porque sectores claves (no sólo las clases medias) estaban hartos de la larga hegemonía y querían el cambio. La permanencia del PRI seis años más hubiera sido vista como el "sexenio de Hidalgo". Tendríamos no sólo focos sino incendios de violencia política en todo el país. Nada de eso pasó: nuestra transición ha sido pacífica.

El PRI lavó ya, en principio, su pasado antidemocrático por la única vía en que ese lavado podía darse: perder por las buenas, perder en las urnas. Guardadas las diferencias que se quieran, todos los partidos del bloque soviético monopolizaron el poder y pagaron su cuota histórica de manera más onerosa. No fueron desplazados en una competencia democrática sino que estallaron en pedazos tras una especie de implosión de inviabilidad. Pasado el tiempo (muy poco, por cierto, como ocurre en cualquier democracia) regresaron al poder, ya no "rojos" sino rosados, convencidos de que al antiguo sistema no lo refutaron las teorías sino la historia misma. En México ha ocurrido una versión matizada del proceso, sin los enconos ideológicos de algunos de esos países y sin inútiles cacerías de brujas. Está bien que así sea. Si en Polonia el héroe disidente Adam Mishnik y el torvo general Jaruzelsky se reúnen ahora con frecuencia para tomar café (o más bien vodka) no se ve por qué -a pesar de los episodios imperdonables de nuestro pasado inmediato- tengamos que perder en tiempo en abrir viejas heridas. ¡Hasta la madre naturaleza puso su parte cuando cortó la vida de Fidel Velázquez -prematuramente, habría dicho él- justo el año en que comenzaba la debacle del PRI! Otro tanto ocurrió con Fernando Gutiérrez Barrios, protagonista y testigo central de los conflictivos años sesenta y setenta. En suma, el pasado del PRI parece ahora remoto, superado.

Hace unos meses se reclamó airadamente al secretario de Gobernación el que no mandara las tropas de intervención a la hermana república de Yucatán para remover por la fuerza a uno de los últimos caciques de Pristoceno. Como una señal más de que los tiempos en verdad están cambiando, la paciencia, la tolerancia, la persuasión y la democracia -no el centralismo autoritario- hicieron el milagro. Uno tras otro los caciques han caído y seguirán cayendo, en sus bastiones regionales, sindicales, académicos, burocráticos. Aquella "cola peticionaria" de la que habló Zaid en su profecía "Escenarios sobre el fin del PRI" (Vuelta, mayo 1985) se ha ido desprendiendo, desorganizando, acortando. ¿No es el momento de apelar de un modo enteramente nuevo al votante individual?

Cuando en un acto político genial, el general Calles leyó la circunstancia política de disgregación y violencia que vivía el país en 1928 y fundó el PNR, sabía que sólo una institución así podía poner fin a la interminable revolución mexicana. Sin un líder que se aproxime remotamente a Calles, el PRI puede sin embargo instrumentar un cambio igualmente valeroso y radical. Además de las modificaciones de imagen necesita proponerse varias cosas. En primer lugar, democratizar plenamente sus procesos de selección y alentar así la aparición de nuevos líderes. Enseguida tendría que identificar cuatro o cinco temas centrales (la justicia, la seguridad, la generación de energía, la legislación laboral) y abanderar el cambio sin ataduras ideológicas ni temores de que un sector minoritario y vociferante de la opinión les reclame complicidad con el PAN o traición a los sacrosantos principios de una Revolución generosa en sus principios pero anacrónica ya en un mundo globalizado. Por lo demás no todos los temas tendrían que ser comprometidos sino sobre todo prácticos, con implicaciones y resultados tangibles en la vida diaria de los ciudadanos.

Las elecciones legislativas del 2003 están a la vuelta de la esquina. Las elecciones estatales y municipales se suceden a lo largo del sexenio. Si el PRI no supo encabezar a tiempo (es decir, antes de 1994) la reforma democrática, puede evitar en cambio su propia implosión final y lograr algo mucho más importante: constituirse en la primera alternativa de poder en el México democrático del siglo XXI.

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22 julio 2001