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Pelota caliente

"No se vayan, que esto se pone bueno". 

Buck Canel 

Carlos Castillo Peraza es un gran aficionado al beisbol. Estratega valiente y sagaz, sabe que el juego no se acaba hasta que cae el último out y busca lograr que la séptima entrada sea "la fatídica" para sus contrincantes, sobre todo si tiene lugar el debate tripartita que los ciudadanos reclaman y que Cuauhtémoc Cárdenas, contra las reglas básicas del juego, parece rehuir. Con todo, la desventaja en la pizarra es clara. De no mediar un "jonrón" o una mejor coordinación en el equipo azul, el veterano pelotero del sol azteca podría "alzarse" con la victoria.

El juego de las diputaciones se encuentra más parejo. Los marrulleros del PRI -el gastado equipo de la época de Babe Ruth- intentarán sus viejas tretas: robar las bases, ensalivar las bolas, sobornar a los umpires, comprar al público. No por nada este equipo (cuya franquicia, como se sabe, estuvo recientemente en poder de la Mafia) ha monopolizado el gallardete por casi setenta años. Lleva la delantera, pero le sigue muy de cerca el PAN, tras él el PRD y los equipos pequeños que no hay que menospreciar. Entrada tras entrada, los errores del PRI se acumulan: pifias, ponches, fouls que pretenden cargar a la cuenta de un antiguo manager que hoy juega cricket en Dublín. Pero el público no se engaña. La ola del repudio avanza en las tribunas. Hay quien piensa que el marcador final les favorecerá. No es imposible, pero aún así es difícil que alcancen el número de carreras necesario para dominar la liga. Si los peloteros del tricolor siguen tirando bolas malas (y, a estas alturas, ¿qué otras pueden o saben tirar?), podría sobrevenir el triunfo de los contrarios. En todo caso, el próximo 1 de septiembre dará comienzo, en el parque de San Lázaro, el primer fairplay que se recuerde desde aquellos legendarios y fugaces tiempos del equipo "liberales de la Reforma" (Temporada 1867-1876).

En Nuevo León, una de las plazas beisboleras más fuertes del país, el juego continúa empatado. En un principio, los momios favorecían ampliamente a los azules, pero las señales cruzadas han hecho estragos en el equipo. Algunos aseguran que el error estuvo en la elección interna del pitcher; otros, con plena razón, creen que el problema general del PAN es más serio: el exceso de peloteros derechos. Parece mentira que en la zona más moderna del país triunfen de nuevo cuenta los marrulleros, pero en el beisbol no hay nada escrito.

No sé qué opine el "Mago" Septién -experto mundial en la materia-, pero en mi modesto juicio los resultados que ahora apuntan no son sorprendentes. El público del beisbol tiene buena memoria: aunque no ignora el pasado priísta de Cuauhtémoc, sabe que dejó a los marrulleros en la temporada 1986, recuerda el misterioso apagón del estadio que lo privó del triunfo en 1988, le reconoce el mérito de haber integrado un nuevo equipo en unos cuantos años, pero sobre todo parece dispuesto a premiar su digno desempeño en la temporada 1988-1994. Por todos estos motivos que lo favorecen, Cárdenas no debe manchar su juego con la carrera sucia de eludir el debate.

Una similar madurez de opinión está operando en la contienda por las diputaciones: el aficionado sabe que desde los años cuarenta el PAN ha acumulado una vasta experiencia en este matemático deporte, reconoce que siempre ha jugado limpio y considera que es el indicado para encabezar una nueva era de profesionalismo en el beisbol mexicano. Por lo que hace a la posible victoria del PRI en Nuevo León, las condiciones en "la Sultana" son, al parecer, tan libres y equitativas que, gane quien gane, ganará el buen beisbol.

La sola animación de la liga es un triunfo de la afición. ¿Quién dijo que el nuestro no era un país beisbolero? El 6 de julio la fanaticada acudirá al estadio a participar en un partido histórico: si se respetan las reglas y se honran los resultados, México habrá entrado, por fin, en las Grandes Ligas.

Reforma

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18 mayo 1997