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Por un sí condicionado

México tiene frente a sí una decisión histórica sólo equiparable a las que tomó en las dos guerras mundiales. En la primera, el gobierno nacionalista de Venustiano Carranza se mantuvo neutral. Carranza tenía amplias razones para ser el más antigringo de nuestros mandatarios, pero se negó a escuchar las sirenas del famoso Telegrama Zimmerman que prometía a nuestro país nada menos que la recuperación del botín territorial que los estadounidenses se habían apropiado en la guerra del 47. La historia le dio la razón: un pacto con Alemania habría sido suicida. En la Segunda Guerra Mundial, no obstante la proclividad generalizada de las clases medias mexicanas hacia el gobierno de Hitler, Avila Camacho declaró la guerra a las potencias del Eje. La historia le dio la razón en términos morales y materiales: el mundo se liberó de un genocida, México puso su grano de arena y, como ventaja colateral, dio inicio a su proceso de industrialización. Esta es, querámoslo o no, nuestra tercera llamada. ¿Acertará nuestro gobierno?

Hasta hace unos días la situación de México en el Consejo de Seguridad parecía menos comprometida. No era impensable un acuerdo mayoritario en el Consejo de Seguridad. Salvo el exilio de Hussein o su desaparición a manos de sus lugartenientes o familiares, ésa era para nosotros la salida menos costosa. Ahora el cuadro se ha complicado. México tendrá seguramente que votar en un Consejo dividido, y, para colmo, nuestro voto podría ser el decisivo, el noveno, porque se antoja difícil que Estados Unidos logre el apoyo conjunto de Pakistán, los tres países africanos y Chile. Y aun en el caso de que los estadounidenses fracasen en su cabildeo, ¿nos arriesgaremos a la negativa? En un artículo que publiqué en este espacio hace 15 días, opiné que si la propuesta de resolución no contaba con el apoyo multilateral, deberíamos abstenernos. Hoy ya no creo que esa alternativa sea la menos mala (no hay alternativa buena). Para todos los efectos prácticos, la abstención equivale a la negativa.

Se ha dicho que debemos permanecer fieles al principio de la "no intervención". Fue, en efecto, el paradigma legítimo e indiscutible en otras épocas, pero en nuestros días se ha vuelto menos axiomático. Aplicarlo, por ejemplo, a los casos de Ruanda o Yugoslavia habría significado avalar el genocidio, la limpieza étnica, la barbarie. ¡Qué bueno que se intervino para detener la masacre! Y en el caso palestino-israelí, ¿no es una intervención firme lo que clama el mundo para imponer a los israelíes un Estado palestino viable, e imponer a los palestinos el respeto a la seguridad de Israel? Los derechos humanos deben estar por encima de la soberanía de las naciones, sobre todo cuando las naciones en conjunto tienen frente a sí violaciones flagrantes. Esa violación masiva se reconoce por todas las partes en el caso de Iraq, si bien hay diferencias abismales en cuanto a su tratamiento. Pero el meollo de la cuestión -al menos para nosotros- no está ya en la justificación moral o política de la guerra, sino en las consecuencias prácticas de nuestra decisión. A sabiendas de que, con toda probabilidad, Estados Unidos irá a la guerra con o sin el aval del Consejo de Seguridad, no hay evasión posible: "votar sí o votar no", ésa es la cuestión.

A mi juicio, el gobierno debe decidirse ya a actuar a contracorriente de la opinión y las encuestas. No debemos escudarnos tras una doctrina que respondió admirablemente en su tiempo, pero que en esta circunstancia particular es inoperante. México no puede actuar como si no tuviera intereses. Los tiene, son inmensos e inaplazables, y atañen a la vida concreta de decenas de millones de mexicanos, dentro y fuera de nuestras fronteras. Y precisamente en este sentido, se va abriendo paso una alternativa que no deberíamos descartar. Consiste en votar "sí", pero a cambio de una manifestación clara por parte de Estados Unidos en el sentido de resolver los problemas básicos de la relación bilateral: entre otros un acuerdo migratorio completo y un trato justo en el capítulo agrícola (los subsidios en Estados Unidos son inequitativos con respecto a nosotros).

En el caso de que Fox opte por esta vía, tendría que desplegar una intensa labor diplomática. Puertas afuera, para mostrar a los estadounidenses los posibles costos que en un año electoral tendrá el voto afirmativo para él y para su partido. Habría que recordarles, por enésima vez, su descuido histórico y ser muy firmes en nuestras exigencias. Después de todo, ellos jamás han actuado por generosidad humanitaria, ni siquiera en el meritorio caso del Plan Marshall, que instrumentaron para atajar el dominio soviético. Puertas adentro, Fox tendría que emplear toda su capacidad de persuasión para mostrar las ventajas del voto positivo y los peligros del negativo.

Porque los peligros están allí y son enormes. En el caso de votar negativamente o de abstenernos, el problema no será sólo la animosidad de Bush y de su administración, sino la de Estados Unidos en su conjunto: el Congreso, los gobiernos y legislaturas estatales, la prensa y los medios y, sobre todo, la opinión pública. En lo económico, podría haber boicots contra nuestros productos, retiro de inversiones, trabas infinitas al comercio. Desde los pequeños municipios productores de tomate hasta las grandes empresas exportadoras de manufacturas podrían padecer la reacción. En lo social, pueden desatarse reacciones aún más graves, situaciones que podrían pagar nuestros compatriotas "del otro lado" y las familias que dependen de sus remesas: discriminación, persecuciones, etcétera. Si la percepción del estadounidense común es que su vecino lo abandonó en esta hora crucial, el estigma quedará grabado por generaciones y se manifestará en multitud de actos individuales. ¿Qué sentido tiene provocar este desenlace? Y adviértase, además, que ese sentimiento antimexicano subsistiría cualquiera que fuese el resultado de la guerra.

Las encuestas dicen que los mexicanos desaprobarían el voto afirmativo. Creo que, si tuviesen más y mejor información sobre la historia genocida del régimen de Saddam y el peligro que el dictador representa para la paz, la seguridad y la economía globales, la proporción se modificaría, aunque quizá no al grado de inclinarse a favor del "sí". Si obedeciendo -una vez más- a las encuestas, el gobierno se decide por la abstención, deberá ser muy claro en sus razones, no tanto frente a Estados Unidos (que las rechazarán por principio) sino frente a nuestra ciudadanía. Será preciso que Fox enumere públicamente los costos en que incurriremos, y no caiga en la tentación de atizar el fuego de la pasión nacionalista, que sólo ahondaría el abismo con el vecino.

Existe, en fin, un tercer escenario: la certeza del veto por parte de Francia o Rusia puede hacer que Estados Unidos decida no arriesgarse a la votación. Los costos para nosotros serían menores, pero aun en ese caso nuestra actitud debe ser todo menos ambigua. No creo exagerar si digo que en ella nos va la buena relación con Estados Unidos. ¿Estará preparada esta administración para entender la responsabilidad que tiene en sus manos? Carranza acertó, Avila Camacho acertó. Tuvieron suerte, es verdad, pero fueron también responsables, racionales, prudentes, realistas. Nosotros corremos el riesgo de perder la guerra, sin librarla. Mejor recordemos que el mexicano Alfonso García Robles obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su impulso a la no proliferación de las armas nucleares. Contribuyamos al desarme de Iraq votando, en su caso, con un sí condicionado.

Reforma

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