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Postal del Japón

Todo mundo tiene derecho a ganarse la lotería cuando menos una vez al año. La mía de este y de muchos otros ha sido un viaje de 17 días al Japón, invitado por la Fundación Japón. A cambio del boleto, la estancia, los viáticos y transportes gratuitos, el invitado tiene varias arduas obligaciones: conocer y conversar con las personas que elija, en mi caso, escritores, periodistas, intelectuales; visitar empresas o instituciones en el campo del propio interés; recorrer pagodas suntuosas, templos zen, jardines de piedra, museos y sitios que conmemoran trece siglos de continuidad histórica; caminar por el vértigo de las calles de Tokio como dentro de una pantalla de Nintendo; comer sushi hasta decir basta y, sobre todo, observar con detenimiento y admiración a los risueños protagonistas del auténtico milagro del siglo XX: los japoneses.

Tan extraordinaria me pareció la lotería, que decidí compartirla con mi familia: mi mujer Isabel y mis hijos, León y Daniel. Habrá tiempo y lugar para reflexionar con calma sobre las lecciones de este viaje. Llegué sin ideas preconcebidas y salgo con un cúmulo de experiencias e imágenes que paulatinamente cobrarán forma. De la relación de México con Japón recordaba apenas algunos datos curiosos. Uno de ellos: la misión de japoneses cristianos que viajando a Roma a fines del siglo XVI se desmembró misteriosamente entre Acapulco y Veracruz. El otro, mucho más próximo, fue el involuntario papel que desempeño Japón en la caída de Porfirio Díaz.

Como se sabe, la estrategia internacional de Díaz consistió en tender puentes que equilibraran la simetría de poder con nuestros vecinos del norte. Los primeros puentes fueron hacia el Atlántico; los últimos hacia el Pacífico y, en particular, hacia el Japón. Uno de los primeros representantes mexicanos en esta nación fue un ingeniero historiador de gran importancia intelectual durante el porfiriato, panegirista inteligente de Díaz hacia 1888 y crítico incisivo del régimen quince años después: Francisco Bulnes.

Hacia 1909, el Presidente Taft recelaba de los vínculos de México con Japón, al grado de considerarlos uno de los cinco puntos de fricción delicada entre ambos países. Al escuchar esta historia, un periodista japonés me comentó: "no me sorprende: Porfirio Díaz admiraba al Japón porque su madre, apellidada Mori, tenía origen japonés". ¿Habrá llegado algún pasajero de la Nao de China, huyendo de los implacables shogunes, a la mixteca oaxaqueña? Improbable, pero no imposible: Mori es el prefijo de muchos apellidos en el Japón.

A sabiendas de que existen varias investigaciones excelentes sobre los vínculos entre ambos países (una de ellas del regiomontano Enrique Cortés, publicada hace casi 20 años por la Secretaría de Relaciones Exteriores), y recordando el consejo de oro que Alfonso Reyes solía dar a sus alumnos viajeros en El Colegio de México ("olvide los archivos: no se pierda el Lido'') me arrojé a la corriente de la vida japonesa. Muy pronto, entre la barahúnda de emociones e impresiones y ante el espectáculo de la política japonesa en las calles y los medios de comunicación, topé con un tema relacionado de modo explícito con México: los posibles paralelos entre el partido hegemónico japonés y el PRI mexicano.

Conversé sobre el tema con Seizabura Sato, uno de los principales analistas políticos del Japón. Según Daniel Bell (a quien debo la lista de personas que entrevisté), es el más inteligente de todos. Ha sido maestro en Harvard y consejero del Primer Ministro Nakazone. Me sorprendió su familiaridad con la política mexicana: no sólo la había estudiado un poco sino que la había observado de primera mano en algunos viajes a nuestro país.

Entre nuestro Partido Liberal Democrático -me explicó- y el Partido Revolucionario Institucional de ustedes (vaya nombre curioso) hay similitudes reales: a pesar de la notable continuidad y longevidad de ambos en el poder (el PRI es casi dos décadas más viejo) ninguno ha incurrido en extremos dictatoriales; el periodo de nuestros ministros ha sido similar aunque algo más breve que el de sus presidentes; la regla de la "no reelección" ha operado aquí también, para todos los efectos prácticos; ambos partidos han sido cadenas de transmisión eficaces de la sociedad al aparato político; en su régimen interno, los dos han propiciado la pluralidad y la movilidad más que el dogmatismo ideológico y la petrificación''.

Para Sato, sin embargo, las diferencias son más pronunciadas que las semejanzas: el partido japonés es más abierto, liberal y democrático (como su nombre lo indica) que el mexicano. Su sistema interno de competencia, extraído del norteamericano, parte de elecciones primarias en cada distrito electoral. El aparato del partido no puede apoyar en ellas a ningún candidato: cada uno depende de su propia maquinaria, dinero y poder de persuasión. Los partidos de oposición, sobre todo el socialista, no son formales o de membrete: ganan elecciones cada vez que un candidato del PLD se descuida. El sistema electoral, sobra decirlo, es absolutamente libre, secreto, limpio y eficaz. El partido en el poder se ha mantenido todos estos años debido a la percepción pública de que el progreso extraordinario del Japón desde la posguerra está ligado a las gestiones del PLD, pero también al hecho de que la principal oposición los socialistas se ha aferrado casi siempre a posiciones ideológicas anacrónicas. Con todo concluyó Sato los socialistas triunfan aquí y allá en elecciones regionales importantes: el instinto político japonés los mantiene vivos y activos para contrapesar el partido dominante''.

No sin cierta nostalgia escuché la reflexión de Sato. Pensé que el PRI pudo, en algún pasado no muy remoto, haber imitado con éxito el método japonés. Hubiera bastado mantener las similitudes y ensayar cambios tanto en el régimen electoral interno como en el nacional. Así hubiésemos reinventado una forma aproximada de democracia, imperfecta pero perfectible y funcional. Por desgracia, a estas alturas y desde esta distancia, la pérdida de legitimidad democrática del PRI parece difícil de remontar. No ha habido siquiera una "elección primaria'' que no tenga tras de sí el fantasma del "dedazo''. ¿Nuevo León cambió las reglas?

Antes de despedirme de Sato, le comento que su esquema es "casi'' correcto, pero que el "casi'' es inmenso. Entre el PRI y el PLD hay una diferencia abismal que no consignó: en México, el partido es parte integral del Estado, de él obtiene sus fondos. "Es verdad, me responde moviendo la cabeza con gesto de preocupación. Es verdad y es una vergüenza''. Mientras respondo a la cortés caravana de Sato, recuerdo que en la cultura japonesa la vergüenza es mucho más grave que la culpa. Por vergüenza los japoneses de ayer y hoy recurren al harakiri. El PRI no necesita llegar a esos extremos, pero... "casi''.

El Norte

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