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Reseña: La presencia del pasado

ENRIQUE KRAUZE, La presencia del pasado, México, BBVA Banco- mer, Clío, 2004, 495 pp. ISBN 9681674863

En la lectura del libro La presencia del pasado me acompañaron algunas frases escuchadas alguna vez a maestros y colegas sobre el significado de la historia, la necesidad de renovarla, las paradojas de la forma en que la interpretamos y enfrentamos los mexicanos. Don Edmundo O'Gorman insistía en que había que compren- der y explicar la historia y no regañarla y como además era un arte, requería de buena pluma. Don Daniel Cosío Villegas por su parte, afirmaba que comprenderla y explicarla era importante por la estrecha relación entre el pasado y el presente. De manera personal en La presencia del pasado, Enrique Krauze enfrenta ese reto. Según nos advierte quiere hacer una biografía colectiva de los historiadores del siglo XIX y una historia de la historia.

Desde el primer contacto el libro nos impresiona, no sólo por su hermosa presentación, sino porque la ágil pluma a la que nos tiene acostumbrados don Enrique, nos engancha desde la introducción, a seguir el original e interesante contenido. No obstante, es natu- ral que lo primero que hagamos sea caer en la tentación de darle un vistazo a la magnífica iconografía que acompaña al texto, cuya gran calidad aumenta el atractivo de la obra y que nos deja la curio- sidad sobre el sentido que el doctor Jaime Cuadriello quiso darle.

No es fácil reseñar el denso texto que rebasa el objetivo original y cuya composición obliga al lector a olvidarse de la cronología, y seguir el interesante juego de imágenes contrastantes que hacen desfilar a sus principales actores una y otra vez a lo largo de los cinco capítulos, con mínimas referencias al contexto. Es posible que esta composición desconcierte a muchos, pero sin duda le da un sabor especial y le inyecta dinamismo al relato.

El reto que enfrenta Enrique Krauze es complicado y pione- ro y es posible que requiera revisiones posteriores. El empeño principal de Enrique es de revalorar a todos aquellos devotos de la historia que permanecen olvidados, desplazados por tan- tos militares, caciques y gobernantes a los que han encumbrado los historiadores. Esto obligó al autor a emprender una larga investigación y a leer una extensa parte de la historiografía deci- monónica. La experiencia que tiene el autor en la redacción de biografías, le permitió entregarnos una versión humana de sus vidas, analizar los retos que enfrentaron y explicar sus intereses e interpretaciones del pasado a la luz de sus caracteres y expe- riencias. Se nota de inmediato su preferencia por José Fernando Ramírez, Manuel Orozco y Berra y Joaquín García Icazbalceta, por su devoción por la historia, la verdad y la justicia y el empe- ño por acumular ricos repositorios documentales y bibliográfi- cos. Esto no impide a Krauze acercarse con simpatía a Vicente Riva Palacio, Manuel Altamirano y Justo Sierra, por sus empe- ños de reconciliación histórica.

Todos aprendemos algo de la apabullante información que proporciona el texto. Aquí y allá proporciona sutiles interpreta- ciones que nos obligan a repensar la visión del dramático siglo XIX y sus principales eventos. Tal vez el fuerte del libro sea la revi- sión de la historiografía de la segunda mitad del siglo XIX, tanto que nos deja la inquietud de leer a autores conocidos por todos superficialmente y hasta de releer otros.

Su reconstrucción del pasado y su sentido, inicia con el del pasado prehispánico, del que los criollos empezaron a adueñarse en el siglo XVIII para fundamentar su identidad frente a los penin- sulares, lo que seguramente explica que al fundarse el nuevo Es- tado independiente se eligiera el pretencioso nombre de imperio mexicano, seguramente con beneplácito de don Carlos María de Bustamante, el acuñador de los primeros héroes del panteón de la patria, los llevó hasta la historia prehispánica, tanto quien para interpretar la independencia como recuperación de la libertad pérdida con la conquista. A diferencia de don Carlos, los princi- pales historiadores contemporáneos, Lucas Alamán, Lorenzo deZavala y José María Luis Mora situaron los orígenes de la nación a la conquista española. Por cierto que en el libro, la figura de Zavala queda menoscabada, dado su juicio injusto sobre el pasado virreinal, ya que la parte valiosa del Ensayo se refiere a la década de 1820, tan indispensable para comprenderla y donde despliega su duro juicio al juzgar su participación en los eventos. Alamán, sin duda nos legó una obra de envergadura. Don Lucas además de tener buena pluma y hacer una cuidadosa investigación, tuvo gran capacidad de análisis, pero en cambio evadió confesar sus pecados como Zavala, de manera que evadió su responsabilidad en la conspiración monarquista financiada por la corona española y organizada por su ministro en México, Salvador Bermúdez de Castro en vísperas de la guerra con Estados Unidos en 1845. En 1853, su decepción con la República, llevó a Alamán a aprovechar que todos los partidos llamaban al indispensable Antonio López de Santa Anna, para convertirlo en trampolín para establecer una verdadera monarquía, es decir, con un príncipe europeo, pero su muerte inesperada la convirtió en una monarquía sin monarca, pues no se encontraron candidatos. Lo que ya no es válido es en- frentar a Alamán con Mora, pues Charles Hale nos ha mostrado que compartieron ideas políticas y que los dos eran deudores de Burke. Sin duda don Lucas fue un liberal gaditano hasta los años treinta. Una vez que fracasó el centralismo, la desilusión lo llevó a fundar el Partido Conservador en 1849. Tal vez para comprender el trasfondo de estos primeros historiadores, haría falta la lectura de la Revista Política de Mora, que resulta clave para explicar su autoexilio, provocado por su temor ante su participación en la re- forma de la educación superior en 1833. No parece que don José María estuviera en peligro y podía haber regresado en cualquier momento, como le repitió Bernardo Couto en sus cartas. Segu- ramente no lo hizo por haber iniciado una familia en Europa, sin renunciar a su carácter religioso. Por cierto que hay que aclarar que no fue Embajador en Francia y Gran Bretaña, pues las representaciones extranjeras y las mexicanas en el exterior no fueron elevadas al rango de Embajadas, sino hasta el porfiriato.

Es acertada la elección de Enrique de la colocación de los monumentos del Paseo de la Reforma para conducir nuestro paseo por el pasado y su recuperación. Resulta refrescante el análisis histórico del indigenismo que nos permite comprender cómo sólo Ignacio Ramírez y su discípulo Altamirano se preocuparon, entonces, por los indígenas vivos.

La lectura del libro me permitió cobrar conciencia de que la recuperación del pasado virreinal que atribuía a Alamán, se inició después de la pérdida del territorio. Hay múltiples muestras de la sensibilidad de Krauze, pero me llamó la atención la forma en que contrapone la imagen del Tlatoani postrado ante la corona, símbolo del pacto entre la monarquía hispánica y fundamento del orden virreinal hasta para los propios indígenas, con la estampa ideada por los criollos de Cuauhtémoc y Cuitlahuac enfrentados a los españoles, como imagen de la conquista que serviría para negar el pasado colonial.

Son impresionantes las visiones extremistas de los pasados prehispánico y virreinal, y causa escozor la sorna con que algu- nos autores se refieren a la grandeza del pasado indígena, así co- mo rechazos exagerados del pasado virreinal como el de Ignacio Ramírez. Estos contrastes me hicieron recordar el juicio de Luis González de que la conquista la hicieron los indios y la indepen- dencia, los españoles.

Me hubiera gustado que Krauze nos hubiera explicado el con- traste ante el pasado virreinal que expresan el Plan de Iguala de febrero de 1821 y el Acta de Independencia del 27 de septiembre del mismo año. En el primero el juicio es positivo: “300 años hace la América Septentrional de estar bajo la tutela de la Nación más católica y piadosa, heroica y magnánima. La España la edu- có y engrandeció, formando ciudades opulentas, esas provincias y reinos dilatados que en la historia del Universo van a ocupar un lugar distinguido”, lo que contrasta con lo que dice la De- claración al afirmar: “La nación mexicana que por 300 años ni ha tenido voluntad propia, ni libre el uso de la voz, sale hoy de la opresión en que ha vivido”. Este contraste en un periodo tan corto, merece un análisis de los elementos que pudieron haber influido en la transformación de la visión del pasado y convirtie- ron a la América septentrional en imperio mexicano. Podríamos aventurar explicaciones atrevidas y atribuirlo al desempeño fugaz de Bustamante como secretario de Iturbide o a la redacción de la declaración de independencia por el grupo criollo liberal nom- brado por Iturbide para la junta, pero no resultan convincentes.

Como apasionada del dramático siglo XIX, también hubiera deseado que el libro incluyera a los historiadores de la etapa na- cional, como: Manuel Payno, Anselmo de la Portilla, Juan Suárez y Navarro, José María Bocanegra, Francisco de Paula de Arran- góiz, Julio Zárate y tantos otros, pero el objetivo de Enrique Krauze era la recuperación del pasado.

El texto ofrece un análisis inteligente de una parte importante de la historiografía decimonónica y de la hazaña que significó para los que la emprendieron y las relaciona con la formación de la identidad nacional. En este sentido Vicente Riva Palacio y su México a través de los siglos sentaron el esquema que adoptaría la enseñanza de la historia y sus tres eventos fundamentales: conquis- ta, independencia y reforma. Bajo su proyecto, el Paseo de la Re- forma, el triunfo liberal se convirtió en lección de historia patria.

La lectura de La presencia del pasado resulta grata, pero la riqueza del texto nos deja una nueva inquietud para captar to- dos sus ángulos y sugerencias. El libro nos acerca a los empeños de figuras entrañables como José Fernando Ramírez, Orozco y Berra y García Icazbalceta, del simpático y multifacético Vicente Riva Palacio y del complicado Molina Enríquez. La biografía colectiva que ofrece el libro, permite advertir el difícil reto que enfrentó la nación para equilibrar el legado de su pasado con la necesidad de reformarlo, explicativo de la difícil transición entre reino y Estado-nación.

Con Justo Sierra, personaje que corona la obra, se muestra la larga trayectoria ideológica y política que lo llevó a la reconcilia- ción con el pasado en beneficio del Estado-nación. La convicción de prevenir nuevas discordias civiles mediante una enseñanza de la historia de México que fortaleciera la unidad nacional parece haberle surgido al convocar y presidir el Primer Congreso Na- cional de Instrucción Pública (1889-1891), en cuyo seno surgió la idea de crear en los niños “la religión de la patria”. Él mismo res- pondió con la elaboración de textos escolares en los que explicaba el proceso evolutivo del pueblo mexicano.

Con esto, para 1910 parecía haberse impuesto esa reconcilia- ción histórica, tanto que Sierra le pidió al sacerdote liberal Agus- tín Rivera la oración cívica que glorificara a los héroes de nuestra independencia para coronarla. De esa manera, la Iglesia recono- cía a los héroes de la independencia, justo cuando la reconcilia- ción estaba a punto de volverse a romper. En tono impresionista, Krauze concluye el libro recordando que al igual que en 1521 y en 1810, en 1910 de nuevo, el cometa Halley volvía a anunciar un fatal enfrentamiento.

La ruta utilizada por Krauze para explicar la recuperación del pasado parece sugerir la que le sirvió a él para aceptar el pasa- do con sus luces y claroscuros, superando las dudas que éste le había planteado, lo que me recordó el viejo deseo de Edmundo O'Gorman, de lograr que los mexicanos alcanzaran “una con- ciencia histórica madura y generosa de que la patria es como es, por lo que ha sido y que tal como es ella no es indigna de nuestro amor, porque ese amor tiene que incluir de alguna manera la suma total de su pasado”.

Josefina Zoraida Vázquez

El Colegio de México

Publicada en Historia Mexicana, vol. LVI, núm. 2, 2006, pp. 681-686 El Colegio de México, A.C.

Distrito Federal, México

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