Reseña: Spinoza en el Parque México. Autobiografía de un biógrafo

ENRIQUE KRAUZE, Spinoza en el Parque México, México, Tusquets, 2022, 776 pp. ISBN 9786070763434

Enrique Serna

Desde su primer libro, Caudillos culturales de la Revolución mexicana, Enrique Krauze ha sostenido que las acciones de los líderes políticos, o de los individuos eminentes, determinan el sentido de la historia tanto como las fuerzas económicas y sociales. El presidencialismo mexicano, que a últimas fechas ha resurgido con fuerza, era y sigue siendo un campo fértil para narrar la historia a partir de la biografía. Historiador con una rara penetración psicológica y una prosa límpida, rica en hallazgos literarios, sus biografías han educado a generaciones enteras de mexicanos, pese al odio que le profesa un sector de la clerecía universitaria. Después de habernos entregado el tríptico formado por Siglo de caudillos, Biografía del poder y La presidencia imperial, ahora Krauze se mira al espejo en la autobiografía Spinoza en el parque México (Tusquets 2022), donde hace un ajuste de cuentas con su pasado. La complicidad de un interlocutor español, el doctor en derecho y filosofía José María Lassalle, que lo entrevistó durante siete años, le allanó quizá los escollos a veces paralizantes de la auscultación solitaria.

Un historiador alérgico al nudismo confesional no podía escribir unas memorias íntimas al estilo de Vasconcelos. Más que narrar los pormenores de su vida, este libro cuenta cómo se forjaron sus convicciones. El resultado es una especie de testamento intelectual que reúne tres libros en uno: la autobiografía propiamente dicha (con tres hitos principales: la historia de sus abuelos socialistas, su participación en la revuelta estudiantil del 68 y su tarea como secretario de redacción de Vuelta); una breve historia de la heterodoxia judía, encabezada por Baruch Spinoza, la figura tutelar del libro, cuyo espíritu libertario admiró desde joven, y un ensayo sobre los profetas iluminados que presintieron el advenimiento del totalitarismo en la Alemania Nazi y la Unión Soviética (Heine, Dostoyevski, Weber, Kafka) complementado con semblanzas de los historiadores y filósofos que mejor han explicado la génesis de ambas pesadillas: Arendt, Scholem, Berlin, Kolakowsky, Bell, Howe.

Decepcionado de la Revolución cubana desde el 68, cuando Fidel Castro aplaudió la entrada del ejército rojo a Checoslovaquia, a partir de 1975 Krauze comenzó a polemizar con los intelectuales que habían convertido en creencias los fundamentos teóricos del marxismo. Más adelante, gracias a su formación religiosa, percibió con mayor nitidez una de las principales inconsistencias de esa doctrina: “el aliento mesiánico que Marx introdujo en la filosofía de la historia”. Nunca esperó, sin embargo, que su prédica hiciera milagros, pues como él mismo advierte: “La verdad no penetra a quien no tiene la disposición previa de oírla, a quien no tiene el instinto o la sospecha al menos de que pueda estar equivocado, de que acaso el líder lo engaña”.

Discípulo agradecido de Daniel Cosío Villegas, Luis González, Octavio Paz y Gabriel Zaíd, Krauze relata su trato con ellos, explicando qué aprendió de cada uno. Se trata, pues de una autobiografía modesta, en donde los mentores del protagonista desempeñan un papel protagónico. Al parecer, este ejercicio de introspección lo llevó a un reencuentro con sus raíces, pues en la primera parte del libro rinde homenaje a las tradiciones judías, que nunca abandonó del todo, y al idioma de sus abuelos, el ídish, casi extinguido por el exterminio de los judíos polacos. De hecho, el libro lleva por título el de un poema que le compuso a su abuelo Saúl, gran lector de Spinoza. Su judaísmo, sin embargo, tuvo desde la infancia un fuerte carácter liberal y mexicanista, de modo que se forjó una identidad pluralista, sin encerrarse en guetos de ningún tipo.

Me asombra que Krauze haya encontrado la serenidad necesaria para escribir este libro en medio de la campaña intimidatoria lanzada en su contra por el sicofante más poderoso de la nación, resentido con el biógrafo que le desnudó el alma. A la luz de esta circunstancia, Spinoza en el parque México puede ser leído como una inteligente bofetada con guante blanco. Frente a la injuria cotidiana, Krauze responde con una brillante autopsia de las doctrinas políticas redentoras que siguen vivas en Latinoamérica, a pesar de haber fracasado en el mundo entero. Spinoza en el Parque México tiene un arco temporal restringido: sólo narra la juventud de Krauze y se detiene en 1984, cuando publicó Por una democracia sin adjetivos. Desde entonces han pasado casi 40 años, y en ese tiempo Krauze ha sido un ave de tempestades cuyas intervenciones en el debate público suscitan adhesiones entusiastas o inextinguibles odios. Ojalá se decida a llenar esa laguna en una segunda parte de sus memorias. Se lo debe al público lector y sobre todo a la historia de México.

Publicado en Milenio el 14 de octubre de 2022.

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