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Salvador Nava y el vacío de líderes

Hace unos meses, al morir el doctor Nava, reflexioné en este mismo espacio sobre su biografía. Conjeturé que la tortura a la que fue sometido a principio de los años 60 no sólo no dobló su espíritu sino que lo fortaleció. De ese calvario nació el líder. La actual crisis de liderazgo que padecemos en México me ha hecho reflexionar un poco más sobre el asunto. Tengo para mí que en la trayectoria última de este líder natural hay lecciones para nuestro futuro inmediato.

Retomemos los hechos luego de su liberación, hacia 1963. De aquella cloaca donde lo condujo nuestro sistema político, Nava salió iluminado. Iluminado pero impotente, en ese tiempo, para ejercer su vocación cívica. No sólo era difícil ser un Gandhi mexicano en el México de los 60: era imposible, sobre todo en el ámbito de los estados. La prepotencia del sistema, como todos sabemos, llegaría muy pronto a sus límites naturales: no la represión selectiva, como la que ejerció contra Nava, sino la generalizada. De haber optado, luego de su liberación, por la oposición activa, quizá Nava hubiese sido asesinado.

En aquella década zurcada por una multitud de ismos, la modesta utopía cívica de Nava no tenía cabida. Sobre ambos extremos de derecha e izquierda tenía las mismas reservas. A los primeros, incrustados en el gobierno monolítico, los había padecido directamente: habían sido sus represores. Sobre los comunistas me narró una anécdota: "Cuando fui Presidente Municipal les di la administración de los panteones para que así sólo pudieran arengarles a los muertos''. No es casual que su reaparición plena en la lucha cívica haya ocurrido en el momento en que vastos sectores del país comenzaron a adquirir una incipiente conciencia democrática. Esa había sido su bandera natural, incomprendida en el mundo autoritario e ideológico de los 60. En los ochenta la situación empezó a cambiar. Con el derrumbe de las falsas utopías, no quedó sino la más humilde, la que carece de ideas fijas y sólo procura la libre competencia entre las diversas ideas: la democracia.

Nava supo que la idea democrática crecería en México con un ímpetu irresistible pero supo también que su salud y su vida no le alcanzarían para verla culminar. Entendió que debía vivir con la mayor intensidad el trecho que le quedaba. Entendió que debía ser el agente de una gran aceleración histórica. La puso literalmente en marcha no sólo en su vida sino en la vida del país: nos puso en marcha a todos. Bien visto, no deja de llamar la atención el que un hombre que durante casi toda su vida ejerció su lucha cívica en un ámbito local se haya convertido de pronto en un líder nacional capaz de sumar voluntades y lealtades, sobre todo, entre los jóvenes. ¿Cómo explicarlo? Nava no prometía el cielo en la tierra, no engañaba a la gente con promesas económicas o sociales imposibles de cumplir, y menos aún las utilizaba como señuelo para comprar voluntades. Nava, en suma, no prometía sino luchar por el respeto a la persona, a la comunidad, a la ciudadanía. En la sencillez de este mensaje dedicaba buena parte de su fuerza.

Otra parte estaba en la irradiación moral de su persona. Sin haberlo oído hablar a las multitudes, pienso que su atracción no residía tanto en sus palabras sino en sus actos. Era como si el médico hubiese representado un papel cercano al del sacerdote laico, o como si el oftalmólogo hubiese transitado con naturalidad a ocuparse de la vista moral de la gente. Esa gentileza de médico viejo que no cobra a sus pacientes pobres, esa paciencia para escuchar y compadecerse del dolor humano sin sentimentalismos eran rasgos específicos en Nava. De allí que convocara no sólo adhesiones y simpatías sino auténticas devociones.

Pero hay una explicación más: Nava llenó un hueco: fue un líder en un país escaso de líderes. El PRI ha pagado muy caro sus décadas de monolitismo. Cuando la generación de Nava la de los hombres nacidos durante la Revolución fue desplazada por la de los nacidos en los años 20 y 30, se creyó que había carro completo para rato. El fracaso sucesivo de Echeverría y López Portillo tuvo un efecto deslegitimador sobre esa generación que de pronto, antes de cumplir sus 60 años, pasaba a retiro. De la Madrid, mucho más joven que ellos, no echó mano (salvo excepciones), de aquella generación y aún extremó su rechazo al grado de llevarlo hasta su propia generación: la de los nacidos en los años 30. ¿Quiénes quedaban? Los jóvenes que participando en el movimiento o no vivieron el 68. Son los que cogobernaron de 1982 a 1988 y gobiernan ahora.

De pronto, estos ex jóvenes del 68 han descubierto un fenómeno extraño; se han quedado solos y son numéricamente muy pocos. Pocos con vocación política genuina (no me refiero a vocación de "grilla'', que de esos hay miles); pocos con estatura intelectual y, más pocos aún, con credenciales de liderazgo ético. Hay excelentes técnicos en el gobierno, hay demasiados ideólogos, y unos cuantos políticos. Si voltean a las "bases'' del PRI las encuentran naturalmente pobres en liderazgo. Si miran a los estados ocurre lo mismo. Lo que ha ocurrido es fácil de explicar; la maquinaria corporativa del PRI ahogó el incentivo de liderazgo auténtico confundiéndolo con la prepotencia del carro completo. Revertir esa situación es muy difícil; las generaciones y los líderes no se inventan.

Ese efecto empobrecedor y casi suicida del sistema, explica el paulatino surgimiento de líderes de la oposición, en particular el del líder más antiguo y entrañable: Salvador Nava. Como Rip Van Winkle de la política, despertó de un largo sueño para descubrir que sus contemporáneos era todos dinosaurios mientras que él, milagrosamente, gracias a sus convicciones democráticas, era un joven entre jóvenes. Ese descubrimiento le dio fuerza para ganar sus últimas batallas. El mejor homenaje que podemos ofrecer a su memoria será no desvirtuar su ejemplo porque, insisto, Nava no era un líder de derechas o izquierdas. Su propósito era instaurar la libre competencia de todas las tendencias por el voto popular y propiciar el diálogo público maduro, respetuoso y tolerante. Esa y no otra debe ser la preocupación de todo demócrata en México: propiciar no un liderazgo ideológico sino uno más raro y valioso; un liderazgo ético.

Reforma

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