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Se solicitan biógrafos

Para Jaime, en sus 50

Hipótesis casi axiomática: la riqueza de experiencia práctica hace buenos políticos. En la historia norteamericana, el ejemplo supremo fue Abraham Lincoln, sin cuyo liderazgo firme, claro y prudente los Estados Unidos no existirían como tales, o hubiesen permanecido atados a una tradición patriarcal, esclavista y racista que habría socavado las bases de su democracia, los fundamentos de su economía y la relativa cohesión de su tejido social. Antes de llegar a la Casa Blanca, Lincoln, increíblemente, fue todas estas cosas: leñador, duelista, capitán de milicia, marinero, jefe de correos, tendero, agrimensor, abogado postulante en cortes federales y tribunales de circuito, diputado local y representante de Illinois al Congreso (donde, por cierto, a fines de 1846 introdujo una serie de resoluciones exigiendo al Presidente Polk "todos los hechos que esclarezcan si el lugar exacto donde se derramó sangre de nuestros ciudadanos fue o no parte de nuestro territorio". Lincoln quería evidenciar que la Guerra contra México era injusta y había partido de una provocación ordenada por el General Taylor y avalada por Polk.).

La falta de una experiencia práctica integral, o al menos amplia, en nuestros presidentes, ha sido una condena de la historia nacional. Cuando tienen una virtud les falta otra, necesaria, complementaria. Cuando tienen defectos suelen ser marcados. A Madero, empresario romántico, le faltó realismo político. A Díaz Ordaz, abogado penal, le faltó piedad y una gota de sensibilidad romántica. Al idealista Cárdenas y sus émulos, el político Echeverría y el abogado López Portillo, les sobró emoción social pero les faltó realismo económico. Al realista Miguel Alemán, empresario del poder, le faltó instinto social. El civilista Carranza, municipalista puro, relegó la dimensión militar, mientras que el militar Obregón, ingeniero natural, se olvidó de la dimensión cívica. A López Mateos, burócrata social, lo favoreció el carisma pero lo venció la adversidad física. Los tecnócratas De la Madrid y Salinas reformaron certeramente la economía pero el primero relegó el avance político y el segundo incurrió en un patrimonialismo suicida. Los prudentes del elenco -Ávila Camacho, Ruiz Cortines y, hasta ahora, Zedillo- salen mejor librados, acaso más por su discreción que por sus prendas políticas positivas, aunque no es poca cosa el que los tres hayan propiciado, respectivamente, el tránsito a la vida civil, una mínima decencia en los usos del poder y la transición a la democracia.

Los grandes políticos de la historia independiente de México son, a mi juicio, Juárez, Porfirio Díaz y Calles. Los tres, hombres de vasta y variada experiencia. Juárez transitó de una condición de atraso ancestral a la modernidad de su tiempo, conoció por dentro la dimensión eclesiástica y civil, ocupó numerosos cargos en el Poder Judicial, Legislativo y Ejecutivo de su estado natal y de la república. Tal vez por eso fue un líder cívico en la guerra y en la paz. Porfirio Díaz fue carpintero, bibliotecario, gimnasta, caudillo, cacique, jefe político, soldado, gobernador, legislador (efímero) y Presidente. A los 37 años tenía 37 batallas en su historia. Aprendió política como César, en la dura escuela de la guerra. A despecho de lo que pregona la leyenda, hasta 1904 presidió sobre una dictadura relativamente benévola, más patriarcal que tiránica. Su defecto no sólo fue envejecer -como decía Obregón- sino perpetuarse en el poder. Se ha dicho, y acaso es verdad, que de haberse retirado a tiempo tendría tantas calles como Juárez. Y si a Calles nos vamos, pocas trayectorias comparables a la del parco don Plutarco: maestro, agricultor, hotelero, alguacil, soldado, gobernador, ministro de Gobernación. No es casual que haya sido el primer constructor del sistema político mexicano, un mecanismo ahora obsoleto pero que en su momento y por varias décadas hizo servicios históricos al país.

Si la hipótesis funciona, el problema es obvio: no conocemos la experiencia práctica de Francisco Labastida, Vicente Fox y Cuauhtémoc Cárdenas. Más allá de los currícula convencionales, el votante requiere un acercamiento real al hombre de carne y hueso, no tanto en su vida privada sino pública y profesional. Necesitamos saber datos concretos sobre los primeros pasos en la carrera pública de Labastida, la experiencia empresarial de Fox o la gubernatura michoacana de Cárdenas. Los medios nos dan una idea abstracta de ellos: desplantes, vagas propuestas, pronunciamientos, dimes y diretes. Hace falta interpelarlos en público, observar sus reacciones, hurgar en viejos periódicos, entrevistar querientes y malquerientes: ejercer el difícil arte de "la historia de prisa": reportear. Se solicitan biógrafos. A estas alturas, aunque sea sin referencias.

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