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El socialista de la Calle 83

Hace unas semanas murió Irving Howe, uno de los grandes críticos y escritores de los Estados Unidos. Su amistad y su obra significaron mucho para Vuelta. En lo personal su muerte me dolió por muchas razones, pero sobre todo por una que acaso parezca paradójica: su admirable convicción socialista. Con socialistas como Howe, México sería otro.

"Soy sólo un judío racionalista'', me dijo y salió despavorido del Convento de Tepotzotlán. Yo trataba de explicarles, a Ilana y a él, el sentido de los retablos en la espiritualidad mexicana, pero aquella profusión de santos envueltos en oro le pareció insoportablemente ajena, inútil, absurda. Me incomodó un poco su descortesía. Con el tiempo entendí que una franqueza brutal era parte de su estilo. No podía ser de otra forma: un socialista en Nueva York. Lo llegué a querer y a admirar mucho por eso.

En los casi 13 años de nuestro trato lo leí, lo visité, le pedí consejos. Irving era como un tío lejano, un tío brillante, impaciente, incisivo, al que uno podía recurrir a condición de estar preparado para escuchar la verdad. Su trayectoria política lo había vuelto una especie de disidente en el imperio: un hombre de hierro que lo mismo tronaba contra la derecha reaganiana que contra la izquierda pro cubana. Siempre había navegado en esas aguas difíciles. Por eso se había opuesto a la inquisición Macartista en los cincuenta y a la intolerancia de la "New Left'' en los sesenta. Un solitario. Porque creía religiosamente en la posibilidad de un socialismo libre y democrático, tenía que ser implacable en el deslinde de sus fronteras.

En 1981 leyó en Vuelta aquel famoso ensayo de Gabriel Zaid: "Colegas enemigos: una lectura de la tragedia salvadoreña''. Lo publicó de inmediato en un número de su revista que resultó casi monográfico. Acto seguido, el artículo se tradujo al italiano, francés, alemán y se republicó en varios países. A raíz de esa experiencia, en 1984, el año de su admirado Orwell otro socialista liberal, Howe nos propuso un "joint venture'' entre Dissent y Vuelta, que a la distancia no sólo parece honrosa sino profética: integramos un volumen que se publicó en inglés bajo el título de Democracy and Dictatorship in Latin América y en español Las Desventuras de la democracia. Eran todavía tiempos de obscuridad militarista y euforia guerrillera, por lo que en nuestros países el libro pasó casi desapercibido. El público norteamericano reaccionó, en cambio, con mayor sensibilidad: varios analistas se convencieron de que en América Latina existía un pensamiento alternativo al de la revolución, un pensamiento liberal y democrático en el que Howe, en verdad, hubiese querido un mayor acento social. Alguna vez le expliqué que nuestra tradición socialista tanto la política como la intelectual había nacido íntimamente vinculada a la "estatolatría'' y la escolástica. Ser liberal en México (en el sentido político clásico del término) era tan raro como ser socialista en Nueva York. Lo convencí parcialmente: "could be, but still...''.

Año tras año publicamos sus ensayos: sobre el totalitarismo, la literatura del Holocausto, la disidencia en los Estados Unidos, el ascenso del pensamiento conservador, los principios morales del socialismo. Recibíamos Dissent cada tres meses y lo devorábamos en tres horas. En cada página había algo aleccionador, nunca sesgado ni dogmático. Si un número criticaba la mercadolatría, si lamentaba el ocaso del Welfare System, exploraba las tensiones raciales en los Campus, analizaba la cultura de la pobreza en las ciudades norteamericanas o proponía un modesto, pero detallado ideario socialdemócrata, el siguiente denunciaba y algo mejor, esclarecía la mentira y la opresión del totalitarismo comunista en China, la URSS o Cuba. Y así como Dissent hermanaba con naturalidad liberalismo y socialismo, Howe escribía, sin contradicción, un libro sobre Emerson y otro sobre Trotsky. Es natural que al caer el Muro de Berlín y desaparecer la Unión Soviética, no se diera por aludido. Sabía que gran parte de la crítica al estalinismo había provenido de la izquierda democrática. El mismo la había ejercido desde su juventud: por eso su utopía personal seguía intacta.

Lo apasionaban las ideas y las causas políticas, pero lo apasionaba más la literatura. Sus textos críticos tendían puentes entre el autor, el texto y la circunstancia sin reducir unos a otros. Le gustaba el cuento (hizo con su mujer una espléndida antología del cuento brevísimo titulada Short shorts), pero amaba ante todo a los novelistas sobre los que escribió Politics and the novel (Stendhal, Dostoyevsky, Conrad, Turgenev, James, Malraux, Orwell, Silone, Koestler). "He descubierto el mayor placer en esta vida: releer a Tolstoi'', nos decía en los días del "Encuentro Vuelta''. No sólo se refería al Tolstoi que todos amamos sino, única diferencia con Orwell, al Tolstoi viejo, al Lear impaciente, moralista, contradictorio.

En los cincuenta Howe hizo cuando menos dos milagros: fundó Dissent (revista independiente en la que como editor Howe jamás cobró un centavo) y descubrió a un oscuro narrador que publicaba en The Forward, el periódico en Yiddish de Nueva York: Isaac Bashevis Singer. El texto revelador fue "Gimpel, el bobo'', un cuento tristísimo sobre el choque de un alma pura con la impura realidad. Howe le pidió a Saul Bellow que lo tradujera para Partisan Review. En aquellos años había vuelto a la raíz cultural judía. A partir de entonces no sólo integró varias antologías bilingües de cuentos y poemas, sino que concibió su obra histórica mayor: The World of our fathers. En alguna presentación de este libro extraordinario una airada feminista se levantó a increparlo: "¿Por qué tituló su libro 'El mundo de nuestros padres' y no 'El mundo de nuestros padres y nuestras madres'?". Howe respondió, típicamente: "El mundo de nuestros padres' es un título; "El mundo de nuestros padres y nuestras madres', es un discurso político''.

En Howe resonaba la voz noble, genuina, antigua del socialismo que provenía de Polonia y Rusia, el de los sastres de pueblo, los tenderos, los obreros de fábricas textiles. No era un socialismo de la piedad concreta frente al dolor, la injusticia y la pobreza humanas. Para Howe, el socialismo era ante todo una actitud moral, el emblema de una utopía que era preciso mantener a toda costa, porque representaba "un margen de fe'' el título de su autobiografía en un mundo de egoísmo.

Reforma

 *Este trxto se publicó también en Vuelta, núm. 200

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