México, que tuvo el mérito histórico de hacer la primera revolución social del siglo XX, vive la vergüenza histórica de padecer al último partido de Estado de este siglo.
"Es Shakespeare puro", me comentó Octavio Paz en el teléfono, minutos después del asesinato de Luis Donaldo Colosio. Hacía apenas unos días habíamos cenado en casa del candidato del PRI.
Aunque la Iglesia mexicana integra a toda la comunidad de fieles y cualquier generalización sobre ella es siempre aventurada, cabe afirmar que durante el siglo XIX se negó a leer el sentido de los tiempos.
La realidad ha desmentido a las ideologías, pero no a las teorías. El marxismo, la ideología social por excelencia, con su gran pretensión científica, con su soberbia histórica y moral, se ha derrumbado frente a nuestros ojos.
El PRI es uno de los últimos dinosaurios políticos del siglo. Nació en 1929 con el doble propósito de dar un elemento de legitimidad legal y ordenar civilizadamente la sucesión presidencial que los caudillos de la Revolución habían resuelto hasta entonces a balazos.
“La guerra -escribió el célebre historiador árabe Ibn Jaldún- es un hecho natural: no ha cesado jamás desde que Dios creó a los hombres, no hay raza ni pueblo a salvo de ella".