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Tareas políticas

"Año nuevo, vida nueva", reza el refrán tan frecuentemente repetido como impracticado. Para la vida política mexicana el año de 1999 no sólo invita a la renovación sino que la impone. Todos sabemos lo que nos va en juego: la consolidación de nuestra democracia. En el proceso intervendrán muchos protagonistas, factores, situaciones y ese dios inescrutable: el azar. Pero acaso bastaría con que los cuatro poderes clásicos de toda república (y alguno más) cumplieran con su encomienda histórica para que el tránsito hacia el siglo XXI sea más firme y seguro.

El Ejecutivo ha estado, en términos generales, a la altura de las circunstancias. Por décadas buscamos imponer diques a la presidencia imperial. Ahora que los tenemos sobran quienes añoran una vuelta a la mano dura. Zedillo no la ha empleado -ni hubiese podido emplearla- al menos en la esfera política. En la recta final de su sexenio, su tarea sería mantener la acotación de su área de influencia y resistir la tentación de manipular en cualquier forma el proceso electoral, no sólo en el ámbito nacional sino en el de su propio partido, que sin el más elemental padrón interno estará intentando al menos una "auscultación de las bases". En todo caso, los empeños del Presidente deberían dirigirse a afianzar la autonomía del IFE y las demás instancias que gobiernan las elecciones en todos los niveles. En cuanto a los futuros candidatos a la Presidencia, su tarea será ofrecer algo más que el carisma de una imagen o un nombre legendario: una visión precisa del México que proponen.

La tarea más difícil, a mi juicio, corresponde al Legislativo. Es el nuevo poder de esta nueva república... y se nota. Salvo excepciones meritorias, como cuerpo incurrió en todos los vicios de sus anteriores, efímeras y malogradas encarnaciones (las Legislaturas de la República Restaurada y la Maderista, ambas depuestas por un Ejecutivo fuerte): le faltó celeridad, eficacia, atingencia, realismo, sentido de las prioridades, sensibilidad a las demandas urgentes de la población, le sobró protagonismo, retórica, ideologización, espíritu de partido. La sensata propuesta de permitir la reelección de los diputados para que éstos puedan desarrollar una estrecha vinculación con sus electores se vio contradicha con la postura uniformemente partidaria de los diputados: salvo honrosas excepciones, no actúan como individuos sino como bloques. En la percepción pública, las cámaras están muy lejos de alcanzar la respetabilidad y el perfil de un poder que no sólo contrapesa al Ejecutivo sino que delibera y legisla con responsabilidad. El tiempo se ha venido encima y el Congreso -sobre todo en su segmento mayoritario de oposición- puede despertar en el año 2000 con una vuelta a la presidencia imperial democráticamente electa y acompañada por un Legislativo obsecuente. Habrán perdido su oportunidad, no por un golpe de Estado sino por su propia mano.

El Judicial es un poder inexistente. Lo ha sido desde tiempos de Porfirio Díaz, que lo expropió para beneficio del Ejecutivo. Se habla mucho de la reforma del Estado, pero la reforma que verdaderamente hace falta es la reforma del Poder Judicial. La justicia social -más retórica que efectiva, en muchos casos- nos nubló a través del siglo la necesidad de atender a la justicia sin adjetivos. Aquella remota frase de Francisco Bulnes a Porfirio Díaz sigue siendo válida: "queremos que el sucesor de usted sea... la Ley". Si esperamos, como sugieren algunos análisis redentoristas, a que con un cambio de modelo advenga una sociedad perfecta estaremos condenando a las futuras generaciones a la discordia perpetua y a su desenlace natural, el gobierno militar. Es obvio que en estos asuntos es más fácil decir que hacer. Pero nadie debe arredrarse ante la tarea de proponer soluciones jurídicas al difícil tránsito en el que estamos: de un orden autoritario a uno democrático, en un salto de anarquía.

El cuarto poder ha hecho bien su trabajo. En términos generales, la prensa, la radio y, en tiempos recientes, la televisión han ampliado y profundizado la conciencia pública sobre los grandes problemas nacionales. Ahora sabemos más sobre nosotros, aunque lo que sabemos no nos guste. Si bien existen todavía medios oficiosos que distorsionan la información, el público se aleja de ellos. Es verdad que incluso en los casos exitosos falta un trecho de profesionalismo por recorrer, pero quizá el defecto mayor de nuestros buenos medios impresos esté en lo que en inglés se llama political correctness, esa forma del fariseísmo que busca estar siempre con las llamadas "causas justas" pero que en el fondo oculta una complicidad con los gustos y prejuicios de los lectores. Bertrand Russell tituló uno de sus libros Unpopular Essays e incluyó en él textos que no transigían con el lugar común y las buenas conciencias. La tarea de muchos editorialistas y comunicadores sería emularlo.

Hay muchos otros poderes incidiendo sobre la realidad: poderes formales e informales, trasnacionales, nacionales, regionales y locales, nuevos y tradicionales, gremiales y sindicales, reales y simbólicos, morales y económicos. Pero el quinto poder podría ser decisivo: el poder de los ciudadanos. Es un poder difuso, que se expresa en las urnas y a veces se configura en organizaciones no gubernamentales. El defecto de muchas de éstas ha sido su orientación: sirven para denunciar no para proponer. Una tarea posible sería la de crear (en escala pequeña, para empezar) centros de información sobre la ilegalidad y así contribuir a hacer de México un país en que el poder supremo lo tenga la ley.

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29 diciembre 1998