Hay quien piensa que la Revolución Mexicana es un hecho tan remoto que la reflexión sobre ella sólo interesa a los historiadores o estudiantes de historia.
"La caballada está flaca", dijo alguna vez el gobernador y cacique de Guerrero Rubén Figueroa, refiriéndose a los precandidatos de la cuadra que ganaba todas las carreras en el pasado.
Ahora que el Congreso ha vuelto a ocupar el lugar que legalmente le corresponde, vale la pena recordar su azarosa historia porque no faltan en ella lecciones útiles para nuestro tiempo.
Hacia 1989, a raíz de la fundación del PRD, recuerdo haber enviado un mensaje de felicitación a Cuauhtémoc Cárdenas que decía, más o menos: "Con el deseo de que el PRD sea más democrático que revolucionario."
Hace apenas unos meses, las encuestas de Latinobarómetro (la empresa chilena que recoge el pulso de los tiempos en nuestro continente) mostraban el compromiso de una mayoría de los mexicanos con la democracia y una desconfianza proporcional con las alternativas autoritarias.
México no puede simplemente "enterrar" al viejo PRI. Pero a través de la democracia y la transparencia pública, puede seguir desmontando las estructuras corporativas, las redes de corrupción y la mentalidad paternalista.
El Instituto Mexicano del Seguro Social, creado en tiempos del general más sensible de la Revolución (Manuel Avila Camacho), es el heredero de una tradición muy antigua.