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Teoría y práctica de la alternancia

"Espera veneno del agua estancada". 

William Blake 

La alternancia, en teoría, no es una condición necesaria ni por lo tanto suficiente para la democracia. El electorado, en teoría, puede optar eternamente por un partido político a expensas de sus competidores. Es verdad que en México siguen dándose fenómenos lamentables de inducción, compra e intimidación de los votantes. Pero en México, en teoría, podrían desaparecer esos factores de coacción sin que la mayoría relativa de electores abandonara al PRI. El miedo a cambiar, el miedo a la libertad o el miedo sin más -y la memoria de ese miedo-, la fuerza de la costumbre y hasta la percepción de que no hay más opción terrenal que la obediencia voluntaria podrían, en teoría, persistir hasta las calendas griegas. Casi podrían, en teoría, sobrevivir al PRI.

Pero en México, en la práctica, la alternancia ha sido, desde hace años, una condición de salud política. De no mediar los procedimientos inerciales de presión, la votación del día de hoy, en la práctica, sería probablemente adversa al PRI. La alternancia se dio ya, en la práctica, en el Distrito Federal, con buenos resultados para la ciudadanía: mejoró la justicia, disminuyó ostensiblemente la corrupción y favoreció el surgimiento de nuevos líderes de izquierda. La alternancia se dio ya, en la práctica, en el estado de Chihuahua (pionero de la democracia) con saldos positivos para el PAN (que aprendió a perder luego de ganar) y para el PRI (que aprendió a ganar luego de perder).

La alternancia, en teoría y práctica, es una aspiración natural para un país que busca madurar políticamente después de un largo régimen que lo condenó a una pasiva adolescencia cívica. Ya en 1985, en la revista Vuelta, Octavio Paz escribía: "PRI: hora cumplida", y Gabriel Zaid conjeturaba lo que entonces parecía imposible: "escenarios sobre el fin del PRI". La alternancia pudo haberse dado, en teoría, en 1988 (debido al probable triunfo de Cárdenas en las urnas), pero el conflicto tomó por sorpresa a la clase política entera del país que, en la práctica, optó por una salida sensata que aceleró la transición democrática.

En la circunstancia actual, el impulso de alternancia por la izquierda -la que hubiese sido lógica en un país con las desigualdades que padece México- exigía el establecimiento de una alianza opositora. Fracasó, entre otras cosas, debido a un conflicto insoluble de caracteres: es difícil pensar en dos personas más disímbolas en términos biográficos que Fox y Cárdenas. Si Fox hubiese sido más cauto, si Cárdenas hubiese sido más flexible... Esa vía se cerró, lo mismo que la posibilidad de una segunda vuelta. Quedó abierta, únicamente, la alternancia del Poder Ejecutivo por esa mezcla de idearios que representa Fox.

Los críticos de esa opción argumentan que Fox puede ahogar al niño de la democracia en las aguas del caudillismo autoritario y hasta mesiánico. El peligro existe, en teoría, debido a la desconexión de Fox con la tradición liberal (que Labastida, en lo personal, sí representa). Pero en la práctica ese desenlace es conjetural y parece improbable, no sólo por el historial de Fox en Guanajuato, sino por el nuevo contexto nacional e internacional en el que vivimos. La rabieta de Fox en televisión le duró 24 horas. La opinión pública lo puso en su sitio y volvería a ponerlo a través de los medios y las instituciones republicanas que Fox no podría -aun intentándolo- sobrepasar. Con un Congreso adverso, de ganar la elección Fox buscaría sin duda apelar directamente al electorado, pero todos los actores políticos intervendrían en el juego para orientarlo y detener sus posibles excesos. En el tránsito, con tensiones y sobresaltos, maduraría la democracia mexicana; encontraríamos, en la práctica, una nueva matriz para ejercer, distribuir, acotar, canalizar y aun revocar el poder.

La alternancia, en la práctica, podría ser benéfica no sólo para el país sino para el PRI. Su desgaste histórico es indudable. Los aciertos inobjetables del gobierno de Zedillo no son, en rigor, méritos del PRI, cuya vocación corporativa es en tantos sentidos contraria a las convicciones liberales de Zedillo. En términos democráticos, él ha sido el presidente de la transición. Una vez pagada la cuota histórica de la derrota, la posibilidad de la alternancia operaría en favor del PRI, que desprendiéndose de sus lastres podría presentarse a cualquier elección futura con plena legitimidad democrática.

La mayoría de los mexicanos piensa que las aguas del PRI han estado estancadas por demasiado tiempo. La alternancia es una demanda generalizada en el México políticamente consciente que votará el 2 de julio por la oposición, ya sea del PAN o del PRD. México ha tenido cambios notables en los últimos años en su estructura económica, pero muchos más, de enorme urgencia, siguen pendientes. Un nuevo régimen puede acometer mejor esos cambios. Sin embargo, si la alternancia no ocurre, no vendrá el apocalipsis, aunque sí el desánimo, sobre todo de la juventud, que ve al PRI como un vestigio prehistórico. En ese caso, la transición democrática no se detendrá, sólo se retardará, con enorme presión política y social sobre el PRI. Y no es para menos: una institución de tiempos del cine mudo difícilmente podrá gobernar con buen éxito una sociedad en la era del Internet.

Reforma

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