La tragedia chiapaneca
"Quiero que haya democracia, que ya no haya desigualdad. Yo busco una vida digna, la liberación, así como dice Dios". El de la voz es Pedro Pérez Méndez, campesino de 24 años perteneciente al Ejército Zapatistas de Liberación Nacional, preso no por el Ejército mexicano sino por campesinos como él, habitantes del pequeño poblado de Oxchuc. Sus sencillas palabras son una clave para entender el sentido de la tragedia chiapaneca que está destinada a cambiar, y ha cambiado ya, la vida de México.
"México es el País de la desigualdad", escribió Humboldt a principios del siglo XIX. En muchas zonas del País, su dictamen sigue siendo dolorosamente válido. Si viajara a fines del siglo XX lo completaría agregando: "México es el País de la antidemocracia", no de la opresión tiránica o del totalitarismo sino de una cultura que a través de fraudes electorales, corrupción y vastos sistemas de patronazgo, pervierte desde su raíz a la democracia. El primer agravio es centenario, el segundo es reciente. Ambos lesionan la dignidad de Pedro Pérez Méndez y de la mayoría de los mexicanos.
Chiapas es el escenario extremo de la desigualdad y la antidemocracia. Conquistadores, encomenderos, alcaldes mayores, mandones, hacendados, caciques, dueños de plantaciones cafetaleras, gobernadores, han sido los responsables de una situación de miseria, humillación racial y opresión política que, en efecto, lleva siglos.
Como si la historia mexicana fuese una escritura cifrada lo ha sido en muchos momentos, la sublevación ocurre en la tierra de Fray Bartolomé de las Casas, el célebre defensor de los indios cuyo llamado de dignidad la Humanidad es una movió a Carlos V a promulgar en 1542 las Leyes de Indias que abolían la servidumbre y la esclavitud en los territorios conquistados. Su espíritu también ha permeado los siglos. Pedro Pérez Méndez pertenece a su grey.
Del agravio reciente no hay más que un responsable: el Gobierno, el sistema. Desde 1968, por lo menos, reveló su verdadera naturaleza: en México no existe un verdadero régimen republicano, representativo, democrático, federal como el que enuncia la Constitución vigente, sino una especie de monarquía absoluta y centralista con ropajes republicanos.
A pesar de que los mexicanos gozamos de libertades cívicas reales y tangibles de movimiento, asociación, creencia, pensamiento, expresión una de las libertades fundamentales, la libertad política, sigue bloqueada en mil formas por una cultura antidemocrática que el Gobierno ha propiciado y no ha querido erradicar. México no es un País democrático. Pedro Pérez Méndez tiene razón.
Buscando la liberación
Hasta aquí Pérez Méndez es un insurgente de la estirpe mexicana, una síntesis de Zapata y Madero, aquellos dos caudillos de la Revolución Mexicana que buscaban la dignidad de la persona humana por dos vías de reivindicación: la devolución de la tierra usurpada a las comunidades campesinas y la instauración de un régimen plenamente republicano, representativo, democrático y también federal.
Pero de pronto, en sus palabras apunta algo que ya no cuadra con la teoría de los agravios, un substrato religioso que no tiene que ver con la democracia sino con la Teología de Liberación: "busco la liberación, así como dice Dios".
En este sentido, sin sospecharlo, el campesino en armas se ha vuelto un anabaptista del siglo XVI que acepta la prédica de la violencia como un medio legítimo para instaurar las enseñanzas de Jesucristo. O, más precisamente, un émulo de sus propios antepasados tzotziles, que en 1712 se levantaron en armas siguiendo a un profeta autollamado Don Sebastián de la Gloria.
Tras anunciar "la muerte del Rey y de Dios" el advenimiento de una Virgen aparecida en la selva, de la Gloria y sus fervorosas tropas atacaron varios pueblos entre ellos Ocosingo, uno de los escenarios de la guerra actual matando a la población y saqueando las haciendas e ingenios de los frailes dominicos.
Muchos de los pueblos indígenas de la zona San Bartolomé, Comitán, Zinacantan, Chamula, Chenalhó se rehusaron a adoptar la nueva fe y a seguir aquel experimento teocrático que terminó, como el de los anabaptistas de Müntzer, no en la igualdad de los cristianos primitivos sino en una efímera y grotesca tiranía seudocristiana.
Los nuevos profetas a los que sigue Pedro Pérez Méndez se llamaban Comandantes. Sus proclamas iniciales no mencionaban otros fines que la destitución del "dictador", la derrota del Ejército Federal mexicano, la justicia social y la formación de "un Gobierno libre y democrático", pero al paso del tiempo han ido revelando su verdadera fe: "queremos el socialismo".
Ante la pregunta obligada sobre el fracaso del socialismo real, sobre los millones de muertos que su estela de miseria y opresión dejó en tantos países, uno de los comandantes responde: "nuestro caso será distinto".
Mientras la Ciudad de México es el escenario de los arreglos entre el Gobierno y la guerrilla de Guatemala; mientras en El Salvador, después de una guerra que ha costado decenas de miles de vidas, los guerrilleros aceptan la vía democrática y algunos no sin cinismo se convierten en grandes empresarios; mientras en Nicaragua los sandinistas fracasaron en afianzar una legitimidad puramente revolucionaria y fueron desplazados por la legitimidad democrática a la que tendrán que apelar para volver al poder; mientras todo esto ocurre y el mundo ha reconocido el valor universal de la democracia... en México brota la guerrilla. ¿Cómo explicarlo? ¿Qué manos manejan tras el escenario y para sus propios fines el sacrificio de Pedro Pérez Méndez?
¿Cómo explicarlo?
Entre Pedro Pérez Méndez y sus comandantes existe una diferencia esencial: el primero es un personaje del pueblo, el segundo es un personaje que dice "representar" al pueblo. Es la misma, vieja historia de la guerrilla centro y sudamericana. Los comandantes no sólo hablan en nombre de todo el pueblo mexicano sino que se consideran los "herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad".
En los poblados de Chiapas que han atacado, el pueblo campesino tiene otra opinión: "no dejaremos que regrese el Ejército Zapatista", dijeron los indios Tzeltales de Oxchuc. En los otros pueblos ocupados por los guerrilleros Ocosingo y Altamirano, La Jornada reporta: "los rebeldes fueron obligados a replegase en medio de muestras de repudio de la población".
"Cuando vi a estos hermanos" dijo Pérez refiriéndose a los residentes de Oxchuc pensé que eran compañeros, pero resultó que no y entre 15 de ellos nos apalearon" (El Norte, 5 de enero de 1994). Sus comandantes le habían dicho que el pueblo era uno solo: el que "representaban" los comandantes.
En su vida Pedro Pérez Méndez ha sufrido toda suerte de vejaciones pero es seguro que no participa del culto intelectual a la violencia que profesan sus comandantes: la muerte redentora, los ríos de sangre, la "violencia cristiana". No es un culto de campesinos sino de universitarios, de poseídos dostoyevskianos. Acuden a la violencia de las armas para luchar contra lo que llaman la violencia de la pobreza, la violencia del fraude, la violencia del desempleo y las enfermedades.
Para los campesinos de Chiapas la miseria, el fraude electoral, el desempleo o las enfermedades son lo que son realidades terribles, insufribles si se quiere pero no son la muerte misma.
Sobre la muerte misma los campesinos quieren conversar la última palabra. Su vida es precaria pero quieren que sea respetada. Quizá por eso, contra las predicaciones y los llamados a la guerrilla, la mayoría ha repudiado con su éxodo o con sus banderas blancas, la violencia de verdad, la violencia de la muerte.
Repudiar la violencia revolucionaria en México en 1994 como vía para la justicia y la democracia no significa adoptar un inocente pacifismo frente a toda opresión, frente a toda injusticia. Madero, el más demócrata de los hombres que haya nacido en México, se lanzó en 1910 a una revolución contra el largo régimen de Porfirio Díaz, pero lo hizo después de agotar por siete años todas las instancias políticas.
A plena luz, financiado por sí mismo, actuó, escribió, habló, recorrió el País, lanzó su candidatura de oposición y finalmente sufrió el fraude electoral. Sólo entonces se lanzó a una lucha breve, efectiva y casi incruenta. Al poco tiempo, tras la renuncia de Díaz, se celebraron las elecciones más limpias y unánimes de la historia mexicana.
Madero triunfó por una amplia mayoría e inauguró el único período de democracia plena que ha conocido el País. "Estoy más orgulloso de mis triunfos en el campo de la democracia que en los campos de batalla", solía decir.
¿Están los comandantes del EZLN en un caso similar? ¿Quiénes son? ¿Agotaron, como Madero, las opciones pacíficas? ¿De dónde proviene el financiamiento de su lucha? ¿No significa nada para ellos la experiencia y el sacrificio de los guerrilleros en los 70s? ¿Es realmente el neoliberalismo un enemigo que sólo se combate por las armas? ¿Por qué hubo guerrilla en los 70s contra un régimen que nada tenía de neoliberal? ¿Piensa que la opción civilizada y pacífica de las personas de Izquierda que ahora militan en el PRD fue equivocada? ¿Creen que la poderosa presencia de esa Izquierda no violenta es un espejismo? La conclusión es inescapable: a los comandantes no les importa la democracia.
Pedro Pérez Méndez es una persona distinta: no es un revolucionario embozado en una bandera democrática. Es seguramente un hombre de temple religioso que tiene hambre de justicia, de libertad y sobre todo hambre de verdad, hambre de pan.
Para hombres como él y para hombres que no piensan como él hay que construir de inmediato nuestra democracia. Si en su municipio hubiese autoridades elegidas por el pueblo y no nombradas por el centro, los ricos o los caciques, personas como él podrían elegir entre las diversas vías la que más le convenciera para alcanzar la justicia... incluso el socialismo.
Lo mismo ocurrió en los niveles estatales y federales. Sólo la democracia asegura el ensayo legal de un proyecto, su sólida vigencia si a juicio de los ciudadanos tiene éxito o su remoción si fracasa.
Desde hace muchos años los mexicanos abrigan un agravio insatisfecho, económico y político pero su explosión no está ya en el futuro. En muchos sentidos ocurrió el 1 de enero. Aceptarlo no es justificarlo. Chiapas, a diferencia de México, no vivió un proceso de mestizaje que a través del tiempo mellara las aristas de la desigualdad étnica.
El llamado de los guerrilleros a los indios no moverá a los mexicanos. Ni siquiera a los indios de Chiapas. Y sin embargo, las palabras justicia y democracia no sólo están, genuinamente, en labios del campesino preso en Oxchuc sino en el País entero.
¿Qué hacer? Asegurar la más absoluta equidad y limpieza en todos los tramos y aspectos del proceso electoral. Para ello urge integrar un Frente o Comisión Nacional. Desde hace años la democracia ha sido el único camino posible de reconciliación nacional. Hoy significa algo más: la vía de la salvación.
¿Cuál habrá sido la suerte de Pedro Pérez Méndez? No lo sé. Espero que su vida haya sido respetada, espero que alguna vez discutamos en los portales de Oxchuc, espero construir con él un País más digno.
El Norte y Reforma